viernes, 28 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Virgen de la Cabeza






El Ayuntamiento de Alora, conjuntamente con otros colectivos, con motivo del Día de Andalucía ha tenido un reconocimiento hacia la Hermandad de la Virgen de la Cabeza nombrando a su titular como Patrona Honorífica y Perpetua, al mismo tiempo que se le ha concedido la Medad de Oro de la Ciudad.

La Virgen de la Cabeza se venera en Sierra Morena donde según la tradición se presentó, en el siglo XIII, a un pastor de Colomera. Su nombre Juan Alonso Rivas. Le manda que difunda el acontecimiento.
Según Felipe García la cofradía de la Virgen de la Cabez se constituye  en Álora, entre el 6 de diciembre de 1625  cuando muere el obispo de Jaén, Sancho Dávila, y la del ermitaño Francisco Reina que lo era de la ermita de Santa Brígida, el 28 de noviembre de 1644…

En 1656 es su Hermano Mayor Alonso Ruiz de la Cueva. El Libro de Colecturía refleja la entrega de dinero para misas por los ‘hermanos difuntos de la Cofradía de la Virgen de la Cabeza’…

En 1715, Antonio Cuenca, su ermitaño, recibía doscientos reales de vellón al año…

En 1777, el quince de enero murió don Pedro Díaz Castro. Dejó para su ermita una arroba de aceite y dos libras de cera…

La devoción se extendía. Los peregrinos subían en multitud al  Cabezo. Carlos III publica una Pragmática Sanción limitando el número de persona que pueden acceder en laromería (la segunda más antigua de España). En Andújar se funda una casa de niños Expósitos…

También, en el XVIII, el testamento, 13 de agosto de 1784, de Francisco Martínez Primo, el tallista que dora el retablo de la Encarnación lo atestigua. Deja dinero para misas y tres arroba de aceite.

En el  XIX, en la puerta de su ermita, de febrero de 1814, José Enjuto recibe a Tomás Franco de la Vega. Regresaba desde Puebla de los Ángeles. Venía a tomar posesión del Acta de Diputado en la Cortes de Cádiz. Es su Hermano Mayor Sánchez Santaella…

En el  XX se acometen reformas. La imagen se traslada la parroquia. Se predica una Misión por los Jesuitas José Rodríguez y el hoy Beato, Tiburcio Arnáiz.

La imagen se destruyó en la guerra incivil. La imagen actual es obra José Navas-Parejo, sufragada por doña Isabel Ríos. La Hermandad ha tenido momentos  esplendor alternando con otros más bajos.


jueves, 27 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Dos lunas




                                    


Contamos las fechas por lunas. Ya solo nos faltan dos lunas  -9 de marzo y 8 de abril – y estaremos en la Luna de Nisan, o sea, en los días grandes de la Semana Santa porque el Jueves Santo la luna tiene la misma fase que vio Cristo en Getsemaní…

Contaban los cofrades los días y todo estaba revuelto entonces, en las penumbras de los templos. Con el inicio de la Cuaresma, la marcha ya no podía detenerse.  Antes, como ahora, dentro de muy poco, palmas y ramos de olivos tiernos entonarán el Hosanna al Hijo de David que entra en Jerusalén.

La Jerusalén de hace dos mil y pico de años se ha extendido por todo el orbe cristiano. En todos los lugares se repite lo mismo: Jesús a lomos de una borriquita entra triunfal. Lo gordo, lo otro, vendrá solo unos días después. A Jesús le acompaña la chiquillería bulliciosa y alegre. Casi al lado, la madre que hace el trayecto de la procesión, acompañando luce bolso, traje y zapatos nuevos  - luego, duelen los pies, pero eso es otra cosa – porque “quien no estrena en el Domingo de Ramos, se le caen las manos”.

Cada noche, en ciudades, pueblos grandes, menos grandes, de medio pelo, en pueblos pequeños y pedanías ; Cristos y Vírgenes representarán, cada uno a su modo, la manera de entender la Pasión y Muerte – y muerte de cruz, que ya de por sí es más horrible todavía – de un hombre que vino a predicar el amor y la comprensión y el perdón…

Sacan brillo a candelabros, ciriales, barras de estandarte y enseres, en las casas de hermandad porque, ahora, toda cofradía que se precie tiene una casa de hermandad con una puerta muy grande, con una fachada asimétrica y destartalada que se abrirá con sonido de campanillas en el momento en que inicien henchidos de gozo, como cada año, algo maravillosamente igual pero distinto, como es su salida procesional.

Ya solo faltan dos lunas llenas, la de marzo y la que, a mediados de abril el pueblo hebreo conocía como la luna de Nisan. Marchas especiales, pisadas firmes de los hombres que bajo el trono soportan el peso que su fe les impone. Calles abarrotadas, etéreo olor a incienso en cada esquina. Jesús y María mecidos entre cunas de azahar y flores nuevas. Ya solo faltan dos lunas llenas…




miércoles, 26 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Dios tiene una O






                                         

Es un libro delicioso. José María Pérez Lozano lo dedicó a su hijo Pedro Tomás “que tiene redondo los ojitos en O y es niño-niño”. Yo andaba detrás del libro. Lo tuve, lo perdí, y ahora, lo he vuelto a recuperar en una Librería de Viejo.
Trae como notas curiosas, además, ‘Editorial Gómez, Plaza del Castillo 28, Pamplona’ Este ejemplar que hoy ha llegado a mis manos, antes fue de María Asunción Velasco… ¡Cuántas vueltas da la vida!

José María Pérez Lozano nació en Navalmoral de Mata, en el Campo de Arañuelo, en Cáceres. Toda su vida profesional la desarrolló en Madrid en la Propaganda Popular Católica (PPC), Vida Nueva, Sígueme, Incunable… De toda su obra quizá, o sin quizá, me quedo con Las campanas tocan solas y con ésta.

Dice José María que algunos cristianos tibios, los que rezan solo en la iglesia, creen que el Hijo de Dios es una imagen en una hornacina, y que María es una estatua cubierta de larga capa cónica. El palo es soberbio.

El libro es delicioso. Abro al azar por la página 65. Copio literal: “ Y para que se coma la sopa, los garbanzos y el tocino, Madre ha de contarle el cuento de la ratita sabia. José se distrae, pellizcando el pan y escuchando el cuento”. José María, - y claro que lo sabía – conocía que Jesús no podía comer tocino porque ese manjar está prohibido para el pueblo de Israel.

Mi madre, que no tenía la formación de Pérez Lozano, siempre me sostenía que el puchero era tan exquisito porque lo había creado Santa Ana. Yo se lo discutía, se lo razonaba, y un día, en una tarde calurosa de verano, cuando yo le leí lo que acabo de copiar, me dijo: “¿Ves, ves como yo llevo la razón? Pero como tú no me haces caso en nada…”

Madre y madre andarán juntas por no sé dónde, pero seguro que mi madre le pondrán a sus pies un puñado de jazmines – porque en el cielo hay jazmines en todos tiempos -   como le solía poner en las tardes de verano. Ahora, cuando su hijo se ha emocionado porque le ha venido a las manos un libro de 1958 y que él conoció un poco después, cuando era muchacho, los habrá salpicado con las lágrimas que le han asomado por sus ojos…





Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Facebook que los sabe casi todo, dice que hoy es un día especial para una persona muy especial: Marilina. La rosa de hoy (la primera de la temporada) para ella...


Rosa. Mdme. Meilland.




martes, 25 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Campo florido




                                    



Lo dice el Cancionero anónimo: “Aunque el campo se ve florido / con la blanca y la roja flor”…  El tren avanza raudo. Cruza a una velocidad que deslumbra. Desde la ventanilla, esta primavera que ha arrancado fuera de tiempo, o sea muy pronto, está abierta a la contemplación y no nos deja salir del asombro.

Me dice una amiga que Sevilla huele ya a azahar. Sevilla decía la copla tiene un color especial y, ahora, el olor de siempre.  Ese olor al que recurren los pregoneros, como si hiciera falta recordar al que escucha que el olor a azahar llega a lo más hondo del alma. En Sevilla y en Álora y en todos los naranjales, el azahar compite con el canto de los pájaros que buscan una rama para hacer su nido.

Sierra Morena, por cierto, “que bien le ponía los nombres, quien le puso Sierra Morena a esta serranía,” es un manto de hierba casi raquítica bajo el encinar de siglos. Entra el sol por las quebradas. Corren algunos arroyuelos con una agua cristalina.. Me acuerdo de aquella primeras traducciones “Cervus in fonte bibebat…”

El Valle de Alcudia está verde. Pastan – están en lo suyo – los rebaños ajenos a ese ruido que rompe su silencio. En la campiña de Córdoba, han puesto en marcha los riegos por aspersión. Los trigos parecen el césped de un estadio, donde en cualquier momento, saldrán a jugar su partido de cada mañana, en su rato de recreo, la patulea de angelillos traviesos…

Hoy, los tractores han puesto la poesía de la necesidad en la calle. Es una poesía menos florida y más cruel. Es el problema que acucia. En el Consejo de Ministros – da la impresión, y nunca mejor pensado, que riegan fuera del tiesto – dicen que van a tomar medidas. Tropecientos mil decretos y sus leyes adjuntas para desarrollarlos. Ya los que saben, han dicho que ese no es el camino que lleva a la solución.

El campo clama por soluciones de despacho y por soluciones de la meteorología. Quiere también,  agua que baje del cielo. El fraile de Fontiveros lo dejó dicho  antes, mucho antes de este antes, “mil gracias derramando, / pasó por estos sotos con presura…” Magarzas, amapolas, florecillas sin nombre, ponen su pincelada de color y esperanza en estos momentos de tanta preocupación, duda y desencanto.




lunes, 24 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El libro abierto de la arqueología





                 


Hay disciplinas en las que las prisas tienen que esperar en la puerta. De vez en cuando, surgen noticias sorprendentes. Dan información de acontecimientos de otras épocas. Hechos que quedaron adormecidos por la desidia humana o bajo la pátina del tiempo.

La arqueología se encarga de refrescar la memoria. Facilita información precisa y oportuna de cómo se vivió entonces, cómo eran aquellos hombres o qué ocurrió en todo lo concerniente a sus existencias.

Hace unos años, unas excavaciones en el castillo árabe de Álora, dieron a conocer restos de ánforas iberas. Ese barro había sido cocido en uno de los alfares – se supo que hubo dos, al menos – en el arroyo Hondo que circunvala el Cerro de las Torres antes de desembocar en el río Guadalhorce. Por ellas – y por otras cosas -  se supo que los fenicios subieron por el río y hasta aquí llegaban con sus mercancías.

Hace unos días saltó la noticia del hallazgo de más de doscientas ánforas romanas en una cueva bajo el mar en la Bahía de Alcudia (Mallorca). Los arqueólogos hablan de la existencia de un punto de abastecimiento de agua potable para las embarcaciones que surcaban el Mediterráneo. Ahora han surgido cantidad de dudas del porqué se encuentran en tan gran número y, precisamente, en ese lugar.

La última sorpresa, por el momento, ha surgido en las excavaciones en el subsuelo de la Plaza de la Merced, bajo el solar que ocuparon los cines Victoria y Astoria, da cuenta de la aparición de restos humanos, entre ochenta y noventa, dicen.

Hablan de la prolongación de la muralla nazarí del siglo XII, cabe también la posibilidad, casi con toda probabilidad de restos del hospital de Santa Ana y que los cadáveres sean de castellanos que tomaron parte en la conquista de Málaga, por lo que los hechos serían más cercanos. Los fijan en el siglo XV

La leyenda urbana hacía creer a los malagueños que en la antigüedad, allí pudo haber un circo romano, pero las excavaciones que ya están en un nivel de profundidad con autoridad para desmentirlo han dejado la cosa en ‘leyenda’.
Los profanos en estos casos esperamos las noticias que, más pronto que tarde, aparecerán en el libro abierto de la arqueología para que todos podamos leer sobre estas cosas que forman parte de nuestros cimientos.


domingo, 23 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitáoora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Molino del Bachiller




                                                      
                                   


La calle Nueva, la Callejuela, es una calle tortuosa y pendiente. Estrecha, casi no deja que entre el sol según a qué horas del día. Comienza en la de Atrás, en la acera izquierda, y termina, en la de Herradores. En su final por su acera izquierda, recibe a  la de Negrillos.

Originariamente comunicaba con la Calleja de Romero, que se llamó, también, Callejuela del Molino. Recogida en la Contaduría asientos de Escrituras, en 1594 hay una de Gonzalo Pérez de Mayorgas referente a una casa de la calle Nueva.

Por la calle Nueva, la Callejuela (existe una tercera con el nombre de Callejuela, en el nomenclátor popular entre la calle Erillas y la de Los Naranjos, porque eran dos, padre e hijo, con el nombre de Juan. Su verdadero nombre es de Callejuela de Padilla, pero eso para otro día),  y por ella se accedía a la panadería de Juan Díaz y, primitivamente al Molino del Bachiller.

El molino del Bachiller está recogido (Pedro Pérez, Patrimonio Industrial de Álora, 1997) entre los existentes como molinos de aceite. Se ubicaba en la Calleja de Romero.

En el folio 199 del cuaderno de Álora, año 1775, hay una Escritura otorgada en 1594 referente a una casa de la calle Nueva, lindera con el Molino de Aceite del Bachiller Gonzalo Pérez de Mayorgas.

Gonzalo Pérez de Mayorga fue un vecino de gran relevancia social en el siglo XVI. En 1566 era Beneficiado. En la Escribanía de Diego Carrillo, año de 1582, consta que fue comisionado para tratar con el Rey sobre la emancipación de Álora de la Jurisdicción de Málaga. Quiso fundar en Álora un monasterio de Cartujos en Canca, para lo que intentó traer a los de Cazalla (Sevilla) sin conseguir el objetivo, aunque ofreció una importante donación, entre otras propiedades, una hacienda en Cana, el cortijo y el propio molino del Bachiller, olivares, censos y casas en la villa y bienes raíces por importe de diez mil ducados. Solicitaba a cambio, un novenario anual de misas con responso, sobre su sepulcro que debería edificarse en su finca de Canca, junto a la puerta de la iglesia…

Desde finales del siglo XX, el Ayuntamiento ha realizado importantes obras de recuperación para incluirlo en la oferta turística del municipio. Su enclave lo hace incorporarse a los monumentos incluidos en el casco histórico de la localidad.






viernes, 21 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Antonio





­Era febrero, 22 por más señas y hacía frío. De entonces – 1939 – a hoy, ochenta y un años.  Se murió de soledad y tristeza. No era viejo en el cuerpo -64- pero sí por dentro. Palos y más palos. De los que van al alma que son los que más duelen y achancan.
Murió don Antonio Machado casi como había predicho: “Y, cuando llegue el último viaje /  y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Y solo.
Al día siguiente de su entierro, el correo –una carta- le ofrece trabajo en una universidad inglesa; a los tres días, también en Colliure, muere doña Ana Álvarez, su madre. Casi besan las olas del Mediterráneo las tapias del cementerio. Una tierra azotada por la tramontana en la Cataluña francesa…
 Aquí, años después, lo despojan a título póstumo, de su cátedra del Instituto Cervantes de Madrid. (Ayer como hoy, don Antonio, ayer como hoy). Menos mal que hubo quien arregló, muchos años después, el esperpento.
Hace unos días, en Moguer un librero me decía que a Juan Ramón, en su pueblo no se lee. Con usted no hacemos lo mismo. Nos bebemos sus versos, nos vamos tras sus pasos. ¿Sabe? en Soria, en el instituto donde usted enseñaba cuando Leonor llegó a su vida han recreado su aula. Yo me senté en un pupitre, entorné los ojos y pensé en usted.
En Baeza, también han hecho algo parecido. ¡Cuánto le dolió aquel trato por parte de algunos! La condición humana, don Antonio…
Ahora hace un tiempo medio cálido. No es como la tramontana de Colliure de aquella tarde –también de febrero, de hace un montón de años-  en que le dejamos un ramillete de flores de almendro. Las cogimos, adrede en la Junquera. Las dejamos sobre el granito gris  con unas letras en un papel que se llevaría el viento.
He vuelto otras veces. La última hace dos veranos. Esperamos que se marchasen otros que estaban por allí con mucha algarada. Mi mujer buscó un jarrón de los que tienen dispuestos en los cementerios para estos menesteres, lo limpió y le dejamos una ramillete de rosas rojas…
Hoy, ya ve, me aferro a los recuerdos… Gracias, por haber sido usted y… por todos sus versos.





jueves, 20 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las campanas



                                      


-         “Niño, el segundo”. Era la voz de barítono tirando a bajo de Vicente, el sacristán. Vicente era un hombre mayor, de barriga abultada y paso corto. Caminaba lento y cantaba latines con el cura en los entierros.

Era un hombre bueno. En los ratos que no dedicaba a la iglesia, o sea, casi ninguno, los empleaba en el oficio de la carpintería en los bajos de su casa. Vicente vivía en la primera planta. Arreglaba los altares, colocaba las flores y vigilaba a los monaguillos cuando apagaban las velas para que no se quedase ninguna encendida.

-         “Niño, vísperas”. La gente llana del pueblo sabía que eran las tres de la tarde, minuto arriba o minuto abajo, porque para el caso era casi lo mismo.

-         “Niño, agoni”

-         ¿De hombre o de mujer? Preguntaba, el niño. Agoni era el toque que anunciaba que alguien se había ido. El niño tocaba cinco campanadas si era para una mujer y siete, para un hombre. Las campanadas de agoni eran largas, graves, secas. Tenían un tañido especial. Parecía que llegaban  más lejos.

En los entierros, las campanas doblaban a muerto, un toque triste, muy triste. Era un toque de pena. “Campana de mi lugar / tú me quieres bien de verás / cantaste cuando nací, / llorarás cuando me muera” había dejado dicho Rosalía de Castro.

La llamada a misa tenía tres toques. Se tocaba, también, para el rezo del rosario, para los oficios especiales:  triduos, quinarios, septenarios y novenas. El toque del Angelus era siempre al mediodía, cuando el sol caía a plano y por la sombra que se formaba en el desprendimiento que hay debajo de la cruz del Hacho, la gente del campo sabía que era la hora de las sopas.

En el campanario había tres campanas: la más grave y solemne, otra de toque mediano, y una, que para campanilla le sobraba potencia, y para campana estaba escasa. Era la más aguda de las tres. En los momentos especiales: día del Corpus, la salida del Señor Resucitado… entonces repicaban con una algarabía diferente porque había un motivo de alegría.

Salían en estampida las palomas y los tordos del campanario y revoloteaban en un vuelo alocado y sin sentido porque los tañidos le habían roto la paz de sus horas en las oquedades de la torre.



miércoles, 19 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paquillo 'Mariana'








Apuesto, gallardo, gentil, airoso, bizarro, galán, conocido, galano, garboso, cimbreño, donoso, perspicaz, punzante, generoso, espléndido, dadivoso, puntero, esculpido, esplendoroso, juncal…

Educado, afable, atento, fino, obsequioso, lanzado, distinguido, gomoso, dandi, figurín, cívico, atento, solitario, señero, singular, extraordinario, original, particular, grande, genio, figura…

Indiviso, cosmopolita, flamenco, ligón, filtreador, increíble, señorial, notable, ilustre, destacado, granado, torero, pinturero, importante, insigne, evidente, destacado, dirimente…

Elegido, escogido, selecto, atractivo, imán, preferido, exquisito, atrayente, primoroso, excelente, disyuntivo, dirimente, verso suelto, circunspecto, estricto, inexorable, exacto…

Galanteador, cortejador, pretendiente, digno, intrépido, valiente, fenómeno, expresivo, emblemático, figurado, reluciente, pulido, brillante, terso, esplendente, rutilante, refulgente…

Se pasea con elegancia propia. No la tiene nadie. Viste como solo él sabe hacerlo. Traje y corbata a juego, maqueado, pañuelo en la solapa y botillos de señorito. Es único.  Paco, Paco Ocaña, forma parte del  paisaje urbano que sería otro sin él. Es mi amigo. Me honra con su amistad. Cuando vi la foto de Felipe no lo pensé dos veces.

Solo él ha sido el culpable. Me ha hecho repasar el viejo diccionario de sinónimos una y dos y tropecientas mil veces hasta conseguir – para el artículo - las trescientas palabras. Ni una más, ni una menos.

He seguido al pie de la letra el consejo que le dio el Maestro Azorín, a otro Maestro, el Maestro Alcántara cuando, joven periodista, se acercó  su casa para  hacerle una entrevista. Concluye.  Le pide un consejo sobre qué libro leer. 

“Usted, nos contaba que le dijo, que se va a dedicar al oficio de escribir, lea el diccionario”. He sido desobediente, sin embargo,  con otro consejo también sabio. Me lo dio Alejo: “Pepe, adjetivos, los menos, y si es posible, ninguno.  Ya ven cosas que pasan según qué días.

 Todo esto, como los Diez Mandamientos, se cierran en dos: Paquillo, ‘Mariana’.









martes, 18 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El viaje






Cuando empezó a ponerse el sol, por la techumbre traslúcida de la estación, entraba una luz blanquecina y opaca. Había bajado la intensidad con que la que lo hace a otras horas del día. Todo apuntaba a final. No había gorriones en el andén, ni palomas callejeras. Los viajeros caminaban arrastrando las maletas hacia el tren que los llevaría a su destino.

Sonó un timbre, anunciaba el cierre de puertas. Por megafonía informaron de una parada en Córdoba y que los viajeros con destino a Puertollano y Ciudad Real deberían hacer  un trasbordo. De pronto, casi sin percibirse, el tren se echó a andar y al poco estaba bajo el cielo abierto.

En el asiento de enfrente, al otro lado del pasillo, dos chicos jóvenes conectados con un cable viajaban absortos en su teléfono móvil. En un asiento trasero, alguien hablaba con elevación de voz. Era una conversación intrascendente, molesta. No tenía el más mínimo interés, pero por una extraña razón, todos los viajeros se veían obligados a ser partícipes.

El sol bajaba por momentos. Cada vez estaba más cerca de su ocaso. Su luz, semidulce, casi apagada. El campo tenía un color diferente, como de mermelada desleída y aguada. Por el campo se veían casas dispersas. Eran casas blancas, distantes unas de otras. El tren cada vez tomaba más velocidad. Tanta, que casi no se percibía lo cercano y lo que estaba más lejos, se perdía en la distancia.

Difuminado por la luz del atardecer,  Álora se veía recostada al pie de otras montañas. Álora destaca por la blancura de su caserío y por el estiramiento que presenta como un trozo de gasa que parece bambolearse suavemente con la brisa.

Un túnel largo – debe ser muy largo, porque el tren que llevaba mucha velocidad, tardó un tiempo en pasarlo – atravesaba la Penibética que allí se llama sierra de Abdalajís. Es una sierra de roca caliza, pobre en vegetación y agreste. Es una sierra con un encanto diferente a otras sierras del entorno.

La llanura intrabética de Antequera, ubérrima, se ve festoneada por los postes del tendido eléctrico del tren que llevará a Granada. Es un tren de la misma línea. Aún no está en servicio. Las obras…. Ya se sabe. El tren entró en un mar de olivos. Se echaba la noche. Cuando llegamos a Córdoba era oscuridad cerrada…



lunes, 17 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Almanaque





Decía el Maestro Alcántara “que el almanaque es solo una escalera, / una edición de Dios de cada año”. Febrero y en Álora, por más señas. Cielo limpio, lejano. Hay un zureo de palomas en el pozo…

Me siento solo y solo. Pasan ráudos los coches por la carretera. Van a alguna parte. Dejaron, no sabemos dónde, su sello y su huella en un sitio perdido, recóndito. ¿Por qué llevan tanta prisa, si luego cuando lleguen dejarán que corra el tiempo como si no fuera algo que va con ellos?

Ha pasado un hombre. El hombre camina solo. Lleva un paso uniforme. Moderadamente despacio. Mueve las manos al andar. Se toca con un sombrero y mira al frente. No conozco al hombre que va por el camino. Probablemente sea un esparraguero que sube a la sierra a echar un vistazo a las esparragueras. El hombre va tarde. Para buscar espárragos hay que subir más temprano.

Hay un silencio de pájaros. Los pájaros cantan al amanecer cuando viene el alba o a esas horas que el día toca a final. Los pájaros, a media mañana, andan en sus cosas. Unos estarán por los sembrados. Por cierto, las sementeras ya piden agua; otros, en el estiércol de la huerta en la búsqueda de los bichillos que salen del calor entre un vaho evanescente.

A primeras horas la niebla se levantó del cauce del río. Dejó un reguero blanco. Una gasa de tul por las copas de los árboles de la ribera. La niebla tomó altura de la mano del sol. A medida que entraba la mañana se disipó y ahora que me he sentado en el brocal del pozo solo porque ella también se ha ido porque le ha llegado la hora.

El viento del sur ha traído el tañido de las campanas. Ya no se oyen como antes, las campanas de la iglesia (tampoco el viejo pescador veía el resplandor de las luces de La Habana) pero eso no significa que la torre de la iglesia no tenga campanas, ni que La Habana haya perdido el resplandor de sus luces proyectadas en el azul del océano.

Pienso en lo que dejó dicho el Maestro: “el almanaque es solo una escalera…” Es la edición que Dios ha asignado para este año. Febrero y en Álora, por más señas.



domingo, 16 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti, hoy especialmente para ti, que me has perdido el lápiz de mi capricho




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tempus fugit





Abajo, en la acera de mi calle, están abarrotadas las terrazas de los bares. Hace un tiempo engañoso. Es febrero,  pero tiene un no sé qué que parece más primavera que el tiempo que realmente es.

Heráclito (540 a. C) filósofo jonio de Éfeso, la parte más occidental de lo que hoy es Turquía,  fue un maestro del aforismo,  es decir, la doctrina concisa, precisa y que pretende ser definitiva. Acuñó aquello que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Heráclito llevaba razón.

La fugacidad de todo cuanto acontece en nuestro alrededor lo corrobora. Nada hoy es igual que ayer, y si para colmo, nos falta la gente que ha formado parte de nuestra vida, entonces a uno le asaltan las ideas de que, a lo mejor, no merece tanto esfuerzo afianzar algo que dentro de un rato ya no va a ser.

En una semana, o sea en el vuelco de ocho días, he ido cinco veces, al cementerio. ¿Están movilizando la quinta? La respuesta viene sola. Eran personas de edades diferentes. ¿Entonces? Hay una palabra que lo define: fugacidad.

Enfrente, en la costera del monte, careaban, casi al caer la tarde, las cabras. Las cencerras transmitían una sinfonía de latón y desorden.  Las cabras triscaban a su aire y, de vez en cuando, se escuchaba la voz del cabrero que daba órdenes al perrillo que lo acompaña.

En los cipreses de la esquina, un bullicio de gorriones se peleaban entre sí para obtener la rama más a su gusto pasar la noche. En el borde del caballete dormitaban los gatos. ¿Esperaban la ocasión propicia para trepar por el ciprés?
Todo estaba impregnado de fugacidad. Todo está de paso.  Lo dejó dicho el Maestro Alcántara: “Espectador y cómplice, decía / que la función se acaba cualquier día…”  Mañana no será igual y todo lo que hoy ha tenido su momento, ya no volverá más y será distinto. Fugacidad…

El crepúsculo era hermoso, precioso.  La brisa suave; el cielo limpio. Tintineaban las hojas de las palmeras washingtonias de mi vecino, los granados tienen un pespunteo de brotes nuevos, los almendros,  abarrotados de flores nuevas. El campo derrama vida. A mí, que se me ocurren cosas muy raras, me vino a la mente darle gracias a Dios por permitir que lo disfrutase…





viernes, 14 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pedro de Mena




                                                                          




Es como cuando el cenachero vendía, recién sacado el copo,  un cuarto y mitá de boquerones, pero en calle. Para Pasaje le sobra anchura, para calle le falta profundidad. Está a la derecha, pasada la Catedral y antes de llegar a la Aduana.

Su nombre, Afligidos. En ella, al fondo, tuvo su taller Pedro de Mena. Ahora, en el mismo edificio está el Museo Félix Revello de Toro. El arte no ha querido – a pesar del tiempo transcurrido – mudarse de calle.

Pedro de Mena nació en Granada, en 1628. Hijo de Alonso de Mena, su maestro, con quien trabajó en su taller; luego, con Alonso Cano cuando regresó a Granada como racionero de la catedral.

Con 19 años se casó con Catalina de Vitoria y Urquízar, natural de Granada, de 13 años de edad. Del matrimonio nacieron en Granada, antes de su marcha a Málaga, seis hijos. Solo sobrevivieron tres. En Málaga nacen otros ocho. 
Entraron en religión, José que fue capellán en la Capilla Real de Granada y Andrea, Claudia Juana, y Teresa que profesaron en el Císter de Málaga.

Pedro de Mera era un hombre de profundas creencias religiosas, un hábil negociador de su arte – dejó representante para la venta de su obra, tras su estancia en Madrid – y muy influenciado por las creencias de su tiempo. Colocó su taller frente a la Abadía del Císter para estar cercano a sus hijas y  pidió ser enterrado de tal manera que los feligreses, necesariamente, pisasen sobre su lápida al entrar al templo.

El obispo Diego Martínez de Zarzosa lo llamó, cuando contaba treinta años, para que tallase el Coro de la Catedral de Málaga. Nacía así su obra cumbre, junto al Ecce Homo y la Magdalena penitente que donó a las monjas del Císter para pagar su sepultura.

El San Francisco de la Catedral Primada y el de Antequera son obras excepcionales. Utilizó ojos de cristal y dientes de marfil. El realismo alcanzado, asombroso. Del Cristo de la Buena Muerte de Santo Domingo, quedan el recuerdo de los desafortunados hechos mayo de 1931 y la oración del Maestro Alcántara:  Al Cristo de la Buena Muerte le he dicho alguna vez, porque lo tengo en mi corazón y en la cabecera de mi cama, que no quiero pedirle cosas para el trayecto sino para el final”.

Pedro de Mena murió, en Málaga, con sesenta años, en 1688.



jueves, 13 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...




(Foto de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Campo de valientes





                                 

Lo dice el periódico. Tres jóvenes agricultores con formación universitaria dan un paso adelante. Quieren vivir de lo que más les gusta: el campo. Buscan originalidad y calidad. Sacan al mercado un aceite nuevo, novísimo por su reciente aparición, pero viejo, tan viejo, que procede de olivos centenarios (cerca de setecientos pies) y milenarios (nueve).

Están en la Sierra de Mariola que toca parte de las provincias de Alicante y Valencia entre las Comarcas de Alcoy, Condado de Concentaina y Valle de Albaida. A lo lejos, el mar de los Fenicios.

El clima, mediterráneo. Apunta a inviernos muy fríos en las cumbres, y caluroso en verano. La orografía, caliza. La sierra es casi la punta más extrema de las cordilleras béticas. En su vegetación tejos, sabinas, aliagas, enebros… y de la mano del hombre, olivos.

Los que se crían en aquellos parajes, dicen,  que echaron raíces antes que Jaime I,  ‘el Conquistador’, tomase para el Reino de Aragón aquellas tierras de Levante y que, incluso, un puñado, los milenarios, van aún más atrás en el tiempo y se enclavan en el período visigodo.

La producción de estos olivos, además de rara, es muy limitada. Es normal. Se dan factores que se entrelazan: poca arboleda, suelo calizo, longevidad, y clima. Tienen su mercado abierto en paladares selectos y en un mercado que se sale de lo que es uso y costumbre y busca algo diferenciador.

Los expertos le agregan al aceite obtenido todo eso que suelen decir porque lo saben muy bien y hablan de “su magnífico sabor y aroma, caracterizado por un buqué afrutado”. Y, algo más, “un toque afrutado verde de intensidad media con toques a plátano dulce” ( Yo de esto, pues ni mijita). Me documento en Salud (ABC 20 de enero 2020 autor Luis Miranda).

Hay más: “nos encontramos, afirman,  con notas muy frescas, picantes y amargas”. Y lo  más interesante, o sea, lo que realmente importa:  gran poder antioxidante, aumenta los niveles de colesterol bueno (eso los hacen todos los aceites ‘virgen extra’), reduce el riesgo de padecer diabetes y sufrir Alzhéimer, tiene propiedades antienvejecimiento y cuidan el aparato digestivo.

A las características de la tierra le unen las variedades. Son autóctonas: alfafarenca y blanqueta. Me vienen al recuerdo las Farga y Morrut en San Mateo, Castellón… Hay tanto por esos mundos ¡y sabemos tan poco…!