jueves, 31 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada dia

Para ti...






Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Volver...





El tren llegó con las primeras luces del día. Primero, en la lejanía, el foco potente de la máquina se abría paso entre la bruma del alba. El tren parecía que estaba parado. No avanzaba. Lo hacía ya con tanta lentitud que tardaba una enormidad…

De pronto una nube de vapor envolvió a los que, en el andén, de la estación esperábamos a los viajeros que llegaban. Éramos, por un momento, fantasmas surgidos de la niebla. El tren se paro; se disipó el vapor; se abrieron las portezuelas de los vagones.

Al principio, la gente bajaba despacio. El andén se ocupaba poco a poco. Cada vez más gente salía de su interior. Todo era un murmullo opaco, compacto; luego, voces. Gritos que se entrecruzaban. Había gente que esperaba a otra gente; a otros, no los esperaba nadie. Emprendían el camino de salida…

Te busqué con la mirada. No te encontraba entre el bosque de cabezas que se perdía en la distancia. Hombres con chaquetas; otros, con ropa para mitigar el frío – era invierno – y mujeres con abrigos largos… Alguien llevaba un niño de la mano.

La gente tenía cara de soñolienta. El tren había viajado durante toda la noche. Salió al atardecer de día anterior. Había cruzado campos solitarios. En la lejanía las luces semiapagadas de los pueblos habían proclamado que, al otro lado de la oscuridad, había vida. No se habían visto ni los ríos grandes ni los pequeños y se habían cruzado, por puentes de hierro. Los viajeros lo percibían porque el tren tenía un sonido metálico diferente…

Y, entonces, apareciste tú. Te vi. Bajabas con lentitud. Un abrigo  beig abierto; una camisa blanca con flores grandes, y un sombrero a juego con el color de la ropa. Tus ojos traían cansancio. Se veía que no habías dormido, o si lo habías hecho había sido a duermevela, sin que el descanso se hubiese impuesto al traqueteo del viaje…

Dejaste sobre el suelo la maleta. Una maleta mediana de piel oscura. Avanzamos. Te quedaste parada esperándome, y entonces con un impulso te lanzaste sobre mi cuello. Te abrazaste; nos abrazamos. Giramos sobre un eje vertical que iniciaba una nueva vida. Para mejor facilitar el giro doblaste la pierna izquierda por la rodilla y entonces… fue entonces cuando los dos comprendimos qué era eso de ‘volver a empezar…’




miércoles, 30 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Amantes que vais a Granada






Hago mía la canción de Romero Sanjuan. Tomo su consejo. “Amantes que vais a Granada…”  Id al lugar adonde van los que aman, id a buscar la rosa perdida en la Alhambra, aquella a la que cantaba Miguel de Molina, la que hacía gemir de amor el viento en los miradores;  id, id, al Generalife, a donde el ciprés del patio de la Sultana, el ciprés más viejo de Granada…

Ya no está allí. Solo un tronco seco. ¿Lo mató un rayo? Se murió porque lo mató el tiempo, pero id, id, y sabed que cuenta la leyenda del amor entregado por Morayma esposa de Boabdil, a un abencerraje enamorado.  Enterado el Rey, y al no poder saber de quién se trataba, mandó degollarlos a todos, y  la sangre salpicada manchó las yeserías, azulejos y  mocábares del techo, y sembró terror y miedo y… todo es leyenda, pero el amor tiene cosas así.

Amantes que vais a Granada, subid junto al Darro por el Paseo de los Tristes – evocación de nostalgia – y caminad junto al río, despacio, sin prisa, como quien mece el tiempo, y ved cómo se asoman a las ventanas, entre celosías en el adobe,  historia y ensueño  y princesas encantadas, y ese rumor que salta, de piedra en piedra, en el murmullo que lleva el agua…

Amantes que vais a Granada id de la mano por su orilla, y pasada la Casa de la Chirimías, a la izquierda,  subid por la Calle del Candil, y luego, a la derecha, por la de San Juan de los Reyes y, antes del final, en la Cuesta del Chapiz, bajad, otra vez, al encuentro del río y del agua…

Amantes que vais a Granada mirad la nieve, siempre la nieve eterna de la Sierra con estrellas frías, canciones encantadas en un cielo de embrujo, envidia del Albaicín,  un bordado de encaje que tapa la jarra de agua bebía Federico. Sorbos de compás y cantos, poesía hecha encaje…

Id a mirar los espejos del agua, agua de aurora, agua de nieve derretida, ‘agua oculta que llora’ que recorre galerías de  anhelo, de sueños, de amores imposibles…  Amantes que vais a Granada.





martes, 29 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaerno de bitácora. Otra vez...





                                   

Desde hace unos días porque alguien, no sé quién, dispone esas cosas, está cambiada la hora. Dicen que una hora menos. Se alargan las noches; ahora, las estrellas son más distantes, más frías. Tarda más en llevar el alba.

Otra vez se  han ido las golondrinas, que esperaban la hora de recogerse en los cables del teléfono. Se han ido, también, las tardes luminosas, en las que le sol no quería despedirse. Remoloneaba.  Volaban los vencejos y limpiaban el aire de mosquitos y de bichillos casi invisibles para todos menos para ellos.  El cielo se ha quedado en silencio de esos aullidos finos de su pío, pío, pío.

Ahora, el  sol dorado de la tarde ha puesto una nota única, especial. Deja tonalidades de dulzura y belleza especiales. Son más cortos los crepúsculos. Las tardes, como panales de miel, chorrean un néctar divino elaborado por otra mano. Tienen un encanto que acurruca las choperas desnudas de hojas en el soto del arroyo.

Ya hay mosto nuevo. Se han recogido los paseros y la uva moscatel dejó de ser una lágrima dorada. Se ha convertido en pasa arrugada envuelta en papel de seda blanco y fino para darle un abrigo. Huelen las almazaras a aceite y a tostón de pan caliente.

Vuelven las ovejas al aprisco. Levantaron los pastores las redes  de los rastrojos y buscan un encerradero bajo techo. Están al amparo de los hielos. Los animales necesitan el cobijo de algo caliente antes que rompa la aurora por los cerros cuando clarea el día.

Tienen los establos el calor comprimido que desprenden los animales y una cama de granzas y paja por el suelo. Un vaho etéreo sale por la puerta. Cuando apunte la luz, las yuntas se echan al camino al encuentro con las besanas…

Dice el calendario que es otoño. Viene, este año, con la sequedad dentro zurrón y las alforjas. Claman las tierras por la lluvia, aunque sea una brusca, solo la suficiente para que aparezca la otoñada y el campo sea una alfombra verde y la Mano de Dios se vea cómo traspone por las crestas de las lomas y brota de los surcos que entierran la semilla… y, entonces, solo entonces, podamos decir, otra vez, que ha venido, de verdad, el otoño.




lunes, 28 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Menos monos








Miguel Ruiz fue el mejor profesor de Matemáticas que ha pasado por Álora. El orden de los factores importa poco: docente, amigo, generoso. En los tres, excepcional. Siempre contaba un chascarrillo. El profesor pregunta: “¿cuántos monos….?” El alumno responde:

-         Setecientos mil monos…
-         Menos monos.

-         Setenta mil monos.
-         Menos monos.

-         Siete mil monos.
-         Menos monos.

-         Setecientos monos.
-         Menos monos.

-         Setenta monos.
-         Menos monos.

-         Sentémosnos…
-         Ahora, sí; ahora sí arde el puro…

Con esto de las manifestaciones los números de asistencia fluctúan como antes dicen que hacían los precios. Según quién, así es el porcentaje de cuántos asistieron y asintieron con su presencia a lo que allí se vendía.

La cosa, fácil. La calle tiene una anchura determinada. Unos metros. Si se estira la cosa, pues una simple multiplicación, es decir, ancho por largo y a dos personas por metro cuadrado, salvo esas parejas que se quieren tanto que parecen siameses… pero esos no suelen ir de manifestaciones, salen las cuentas
Hay otras que no cuadran. Unas porque quienes se las andan con los números están pegados o porque no interesa el resultado y, entonces, las cosas se pinta de otros modos. O interesa vender la burra.

He leído en un medio de gran prestigio que Atajate, el pueblo más pequeño de la provincia de Málaga con 169 habitantes, contra lo que dicen otros, es el pueblo de mayor nivel económico de España. Sorpresa. Profundizo en la información. Naturalmente depende qué ítems (creo que se llama así) se analicen.

Verán. Un alto porcentaje de vecinos tienen teléfono fijo y móvil. Un ingreso asegurado cada mes. (Cobran una pensión,  lo que se entiende que hay muchos viejos), van de vacaciones (el Imserso tiene mucho que ver en el asunto), se desplazan con frecuencia (claro, al médico a Ronda) o a ver a los hijos que se marcharon a vivir fuera del pueblo (a eso se le llamaba emigración).

Cuando se analizan otros parámetros, Atajate ofrece una belleza excepcional como pueblo blanco de interior y una cantidad de problemas que hace que salga una carcajada que resuena por toda la Serranía cuando se ‘vende’ lo del ‘mayor nivel económico’.

Lo dijo don Ramón de Campoamor, que Dios tenga en su Gloria. “Nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira”.




domingo, 27 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tutankamón





Herodoto, padre de la Historia, nació en Halicarnaso. Viajero y geófrafo,  nos dio información de muchos pueblos de la antigüedad. Gracias a conocimos como era Mesopotamia, Egipto, Fenicia…

Herodoto dijo que Egipto era un don el Nilo. Un regalo del gran río. Ese río que viene desde más allá del Sudan y es tan largo, que en su curso, cambia varias veces de nombre. Trae, en sus aguas, limos y sustancias minerales que fertiliza de modo natural todo su curso.

En sus crecidas bañaba las tierras colindantes. Borraba todas las lindes pero suponían riqueza.  Luego, grandes expertos en geometría, medían y devolvían la parte de tierra correspondiente a su sus propietarios.

Egipto estuvo gobernado por reyes-dioses llamados faraones. Cuando éramos niños, y estudiábamos la Historia Sagrada, - la de Herodoto, el griego, no; la otra – supimos algunas cosas de hechos, más o menos novelados, de aquellas tierras…

Un tal José, hijo de Jacob tuvo muchas peripecias en su vida pero que terminó gobernando aquel país; un tal Moisés, rescatado de las aguas y que  llevó a su pueblo hasta la tierra de promisión, “una tierra que manaba leche y miel” (¿bonito, verdad?) y separó las aguas y todas esas cosas.

También supimos que el Ángel del Señor se apareció a José en sueños (otro José, claro) y le dijo, “toma al Niño y a su madre y vete a Egipto porque Herodes anda buscándolo y quiere matarlo”. (¡Ese Herodes tenía tela!) No supimos más de aquellos ¿ahora se llaman migrante, no? La literatura bonita nos hablada de un ciego que en la huida le dio tres naranjas y de otro, mentiroso, (¿estaría pensando en hacerse político?) que le dijo que sembraba piedras y eso…

Entre los faraones que gobernaron la tierra de Egipto hubo uno que sobresalió más que otros. Se llamaba Tutankamón, perteneció a la dinastía de XVIII y reinó casi diez años de 1336 a 1327 a. C. Enfermizo. Dicen que llevo a su país a una cierta normalidad y que dio prosperidad después de unos desastres calamitosos sufridos con anterioridad.

Cuando murió – al parece de malaria – fue enterrado en el Valle de los Reyes. Cuentan que había maldición para los ladrones que profanasen su tumba. Una vez descubierta se produjeron algunas muertes ‘raras’ entre los que había tenido algún contacto con él. Es una leyenda pero ¿y si no lo es?


viernes, 25 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El soto







El soto, a media mañana, es una sinfonía. Es poesía de silencio.Todo umbroso, casi aún no ha entrado el sol. Chorrea la yerbabonita que conserva, todavía, el rocío de la noche. Sus hojas, pequeñas, diminutas – yo todavía no he encontrado el trébol de cuatro hojas – son una caricia lejana, sostenida…

En el soto los limoneros se dan la mano entre ellos. Han formado, a modo de emparrado, una coartada común.  Cuesta atravesarlos. Sus ramas  entrelazadas llegan hasta el suelo. ¿Se hablan cuando se quedan a solas? Siempre me preguntó qué se dirán entre sí  los árboles en las noches frías de invierno, en esas noches donde campa por sus respetos el miedo.

Están los frutos a la espera de una bajada, razonable, de las temperaturas y, entonces, tornaran su verde rabioso y fuerte, por ese color que irá del amarillo al dorado pero eso serán cuando lleguen los meses menores de verdad. Esos meses en que al sol siempre le pilla la noche antes de llegar a coronar el Monte Redondo.

Los granados de la linde han comenzado a desvestirse.  Se despojan lentamente. No tienen prisa.  Ya aparecen las primeras ramas desnudas. Las granadas  -frutas coronadas que encierran rubíes encendidos – cuelgan, al bamboleo del viento. Las mece, con suavidad, casi con la ternura de quien siente compasión hacia quien se quedó en el desamparo del olvido.
Crecen los zarzales que ya no tienen moras silvestres. Ha pasado su tiempo. Venía de la mano del verano. Ahora, también, esperan el cumplimiento de su ciclo natural. ¡Ley de vida!

Entre las ramas de los árboles he visto un movimiento rápido, chispeante. Algo así como la llamarada fugaz… No veo nada. Después, otra vez… Ah, era el primer pitirrojo del otoño. Ya están aquí. Nadie ha reparado en ellos. Se han venido como se fueron, en silencio, y entonces me han hecho caer en la cuenta. El soto está sumido en una sinfonía de vida. Es todo en él  belleza suelta, dispersa…

 “¿Adónde te escondiste Amado…?” No hay que preguntarlo. Está ahí. Solo hay que acercarse y abrir los ojos porque…: “Mil gracias, derramando pasó por estos sotos con presura…”

jueves, 24 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Auroros






La aurora anuncia que viene el alba. Apunta la luz  del día. Desde los cerros más lejanos la mano de Dios se abre suave, tiernamente y deja que se escape ese destello que dice que la noche se acaba, que se termina la oscuridad.
En los pueblos de Andalucía  - el algunos pueblos, Arriate, Álora, Alhaurín, Encinasola, Carcabuey…- se rezaba, a las claras del día, el rosario por las calles. Solían salir de la parroquia donde solo había una iglesia, o de alguna donde el culto a la Virgen tenía una especial relevancia.

En Priego de Córdoba, los ‘auroros’ – ese es su nombre- salen a la media noche. Son campanilleros que canta a la Virgen. Lo hacen desde 1699. En 1789 se encontraron en una encrucijada de calles con otros, el Rosario de la Mereced,  que venían en dirección contraria. Pierden los papeles: insultos, injurias y alborotos. Es el origen del dicho: “esto va a acabar como el rosario de la Aurora”.

Tomás López recoge que entre las letras piadosas, los asistentes lanzaban puyas a los que optaban por seguir encamados: “Los que van al rosario  / no tienten frío, / los que están en la cama están ateridos”. Uno, personaje singular de Valverde del Camino, abrió la ventana y contestó: “Al revés te lo digo / pa que me entientas / y si no te lo crees, / pasa y me atientas”.

Pepe Rosas me contó la de don Lope Casermeiro, principios del XX. Casi en la terminación, el público se entretenía en echarse cera de las velas, unos a otros. Don Lope tenía una voz de barítono atronadora. Cantaba la letanía de Todos los Santos. Respondían a coro: “Sancta María”; ora pro nobis, “Sancta Dei Genetrix”; ora pro nobis;  “Omnes sancti Apostoli…” orate pro nobis…  “Chicos y grandes, que poca vergüenza…” y el público fervoroso, replicó: “orate pro nobis…”

Rafael venía todas las mañanas a traer la leche al pueblo. Después, sus copita de aguardiente, y al Sabinal. Amanecía. En la Cancula se encuentra con el rosario. Asombrado, lanza en voz alta, hablando consigo mismo: “¡cómo se me ha echado la Semana Santa encima y no me he dado ni cuenta…”!
Campanillas, guitarras, laudes, bandurrias… Acompasan coplas bellísimas: “Es María la rosa fragante, / el lirio morado del rico jardín, / azucena, clavel encarnado, / para los que al rosario quieren acudir”.



miércoles, 23 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El lantero







Años de posguerra. España se recuperaba a fuerza de sudor, mucho luto y más hambre de unos años que todos querían – casi todos, otros no podían – olvidar. En muchas casas faltaba gente que no tenía por qué faltar, pero no estaban. Algunos ya no vendrían nunca más.

España comenzaba una reconstrucción de casi todo. No había de nada. Se carecía de lo esencial. No sé qué ministro se atrevió a decir que las competencias de su Ministerio tenían que ser las primordiales. Cuentan que entres los asistentes se hizo un silencio tan grande ante la torpeza, que ‘resonó’ en toda la sala.

Emprenden la tarea. Las comunicaciones iban de la mano de las carreteras y del ferrocarril. Reconstruir lo hecho añicos, reformar lo que era más que necesario y, en algunos lugares, algo tan obvio, como asfaltar la carretera que eran caminos terrizos.

Los que trabajaban en la ‘obra’: picapedreros, ‘técnicos’ que llevaban la máquina que esparcía aquel líquido negro derramado sobre la capa de piedra que, con anterioridad, una vez extendidas, una máquina con una rueda enorme se encargaba de dejar más o menos uniformes. Lo llamaban alquitrán.

Un poco más avanzado iba la cuadrilla encargada de rociar el árido. Un camión lo vaciaba en la orilla de la carretera y con una porra y un palo flexible los partían en cascos. Luego, una recua de borriquillos famélicos lo trasportaban, en serones, hasta la avanzadilla del tajo…

Encabezaba siempre la reata un borriquillo al que llamaban el lantero. Ese delantero al que todos seguían era el responsable de llevar su carga y guiar a los demás al lugar preciso. El animal tenía la lección aprendida. No daba un paso más del necesario para dejar allí la carga.

Estos días convulsos que nos atosigan y preocupan están dejando en evidencia muchas carencias. Oímos con frecuencia expresiones de que sobra mediocridad y faltan líderes. A lo mejor no nos queremos dar cuenta que dos borriquillos – casi  desconocidos para muchos- han sido providenciales. Uno “pequeño, peludo, suave, todo blando que parecía de algodón”, aportó, ternura. Su creador lo llamó Platero; otro, del que descocemos el nombre  hacía lo preciso para llevar la carga al tajo… ¿Nos estarán faltando los dos?




martes, 22 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Floración de otoño






Los rosales ofrecen una floración constante, con un paroncillo en los meses de más calor, y la reemprenden en cuanto refresca algo.  Las floraciones más exuberantes,  las de primavera y otoño. Van ligadas a la climatología. En los países fríos la floración primaveral se retrasa; en los cálidos se adelanta.

Los primeros rosales parece que se cultivaron en Mesopotamia. Los ríos Tigris y Éufrates fertilizaron con sus aguas la flor más bella, más comunicativa y más emblemática. La rosa es la síntesis de la vida: belleza suprema y espinas. ¿Hay rosas sin espinas? ¿Hay vida sin dolor?

De los babilónicos pasó a sus vecinos del norte, los asirios, y de allí, por todo Oriente Medio a Egipto y  al Mediterráneo. Los expertos los clasifican en ‘rosales silvestres’, rosales antiguos’ y ‘rosales modernos’. Todo un mundo en el que, con solo adentrarse, conoce uno  que está en un laberinto.

Las ciudades que se precian tienen rosaledas públicas a las que acuden visitantes de ‘este capricho’ desde muchos lugares del mundo. Viena, desde el siglo XIX, impulsa  constantemente el crecimiento  del Volksgarten (Jadín del pueblo) con un templo dedicado  a Teseo, en su interior. Más de cuatrocientas variedades… París, el Bagatelle (en el Bois de Boulogne), la Roseraie de Val- du- Marne,  o la que está junto al palacio de Luxemburgo.

En España, Málaga ofrece el embrujo y el misterio en los Jardines de Puerta Oscura; Sevilla, en el Parque de los Príncipes; Barcelona, la Rosaleda del Parque Cervantes; San Feliu de Llobregat, la de Dot y Camprubi…

En Madrid, la del Retiro diseñada por Cecilio Rodríguez, y la del Parque del Oeste cercana a la antigua estación del Norte, Principie Pío. Allí, eligen cada año, la mejor rosa ganadora de un concurso, un lugar privilegiado.

En Valladolid, junto al río Pisuerga, entrando por la puerta del Paseo de Isabel la Católica, la Rosaleda de Francisco Sabadell, el jardinero que la creó en 1945; en Astorga, la de la Judería, que también se llamó de san Francisco…

Están los rosales en plena floración de otoño. Están ajenos al lío del Proceso y su sentencia, a que Al-Thani no se va ni con agua caliente y ahora vuelve a recurrir una sentencia perdida, a que vuelve a llover sobre mojado en Levante,  a que nos llaman a las urnas…



lunes, 21 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.Cielo y nubes






Media tarde; me salgo al campo. Se columbran las nubes por el cielo azul. Vienen de algún sitio; van a alguna parte. Algodonosas, alargadas en las sombras cuando se expanden por el suelo. Apacibles como cuando carea el rebaño que no tiene prisa. Están suspendidas. Flotan en la quietud del aire. Se mecen en la luz de otoño ¿Luz de Dios?

En primer término, la frondosidad de la huerta. Está verde. El verdor mantenido con los riegos del verano. No pudieron con ella los rigores de la calor y enseña por dónde van los cursos de agua. Al otro lado del río: Virote, Panzaburra, Juan Rajao…

Hay una sucesión de lomas. Suben onduladamente.  Casi en la cumbre, dos pedanías, mejor una: Los Nogales; la otra, La Joya, se intuye, pero no se ve. Recortan el horizonte los picos de las Cuerdas, las Orejas de la Mula, El Torcal… Es la caliza que, en el horizonte, es el pilar del cielo.

Llevan miles de años regalando desdes sus cumbres las correntías que se bajan y forman cañadas y arroyos y les dan nombres propios: de las Piedras, del Búho, del Aljibe, del Espinazo del Perro, de Valsequillo…

Entre las Lomas y El Torcal, el Cerro de la Fiscala. Cambia la orografía del terreno. Lo que eran tierras arcillosas, ahora, alpujarrides. Vegetación de palmas y pamitos, esparragueras y matagallos, almordux que dan otro olor al campo…

Están esparcidas las casas como a voleo, como quien pinta la veza en las sementeras de otoño y, luego,  espera y espera porque dan otra tonalidad a todo cuando lo rodea en cuanto llegue – que este año se hace dura – la otoñada…

Me vienen a la mente los versos de Fray Luis de León. “Que descansado vida / los que apartados del mundanal ruido….” De vez en cuando pasan unos trenes rápidos. Llevan prisa. Unen Málaga y Madrid en casi dos horas y media; Zaragoza un poco más; a Barcelona, más tiempo. Esos trenes, por un momento, rompen la tranquilidad con un ruido ensordecedor.

A estas horas en que escribo las alondras, en las lomas de El Chopo, ya habrán buscado su terrón para pasar la noche. Casi seguro que también las perdices y las cogujales de vuelos acompasados y cortos… Mientras tanto siguen su camino las nubes por el cielo.




domingo, 20 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Brisas






Hay veces que el bálsamo viene envuelto en el mensaje de una canción. Hay veces que ese susurro lo trae la brisa desde lejos y, entonces, por arte de birlibirloque, todo se hace diferente. Hay veces que la tarde se torna gris e invita a interiorizar todo lo que nos rodea.

La veleta de la Vera Cruz – hay otras cruces que también son verdaderas pero esas se escriben con minúsculas porque ¡son tantas…!- apunta al tejado de La Balita y, es entonces, cuando decían los viejos que las previsiones anunciaban que el agua que venía del Estrecho casi tocaba con los nudillos de la mano en la puerta.

Está el campo sediento. Las almas, también. El canto de los pájaros agotan sus notas entre los cañaverales del arroyo. Hay  silencio en los jilgueros. Se han ido las tórtolas, las pocas que han arrullado este verano,  camino de las tierras cálidas de África. Buscan allí otro calor para pasar el invierno.

Apunta este otoño a tensión. A demasiado descontento. Nadie está conforme con lo que tiene. Hay un no sé qué que flota en el ambiente. La brisa del otoño que llega con mucho tiento ni logra pararlo ni darle una salida lógica. Todo está revuelto. Unos contra otros; otros contra no se sabe qué porque si se mira despacio, es muy fuerte la palabra enemigo…

Hay un revuelo de hojas desprendidas de las ramas. Alfombran el suelo. Son las hojas de los árboles de hoja caduca: almeces, plátanos orientales, granados… Algunos árboles se toman  un reposo. Van a cargar fuerzas. Dentro de unos meses, cuando apunte a primavera avisarán. Solo duermen una siesta larga, muy larga.

Vienen de otras tierras bofetadas ruidosas. No se encuentran respuestas. Dejan muchos ‘porqués’ en el aire a los que se busca una explicación lógica. Es difícil la convivencia. Es aún más difícil aceptar que todos podemos tener una parte de la razón. La razón es de todos, hasta de aquellos a los que se la niegan y se les condena al ostracismo y al miedo.

Ojalá llegue la brisa con una lluvia que limpie y aporte algo de serenidad, clarividencia y sosiego. Ya se sabe a lo mejor el bálsamo viene envuelto en el mensaje de una canción de otoño.


viernes, 18 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palomas en la estación de Sants




En Cataluña viven días de zozobra; en Barcelona, más. Mejor, en algunas zonas de Barcelona. Las imágenes, impactantes. Un número grande de personas no quieren seguir unidos a este País que se llama España. Hay otro número que ‘sí’. Suenan más los que ‘no’.

Sobra violencia; dan pánico las barricadas y todo eso que nos traen las imágenes de televisión. Un amigo, viajero impenitente, me decía que la ciudad – una de las ciudades, claro – más bonitas que había visto en Yugoslavia era Sarajevo. La barbarie la convirtió en escombros… ¿Vamos por el mismo camino?

Las palomas tienen mala literatura. Las llaman ‘ratas voladoras’. Dicen que transmiten enfermedades y que destrozan con los excrementos, palomina, los monumentos urbanos (el mobiliario lo destruyen otros; no son, precisamente, palomas) que sufren deterioros irreparables.

En la historia la paloma aparece de diferentes maneras. Noé (de quien dijo el Maestro Alcántara que la tarde antes del diluvio se asomó a la ventana y comentó aquello de ‘parece que el tiempo está de agua’), la soltó después del desastre, y vino con un ramo de olivo en el pico…

Rafael Alberti habló de una paloma que se equivocaba con demasiada frecuencia – yo conozco, también,  a otra que se equivoca demasiado – y según el poeta, además, era muy crédula. Pensaba que el mar era el trigo, que el calor la nevada, que tu corazón su casa. ¡Qué cosas tenía la paloma…!

La Universidad de Málaga la muestra en su escudo. Una que pintó Picasso. La llaman la ‘paloma de Picasso’, como si en el parque y en los alféizares de catedral, y en las explanadas del puerto no hubiese palomas…

Esta mañana, en la estación de Sants, en Barcelona, en una entrevista a un representante sindical de la Policía  - ¿Qué sería de nosotros sin ellos? – mientras el hombre contaba las verdades del barquero, unas palomas, indiferentes a todo picoteaban a su alrededor.  Las palomas viven otra vida.

Esas palomas de Sants están acostumbras a ver partir los trenes. Son hijas de otras  que vieron llegar a los padres y abuelos de los que hoy no nos quieren. Venían huyendo del hambre de Andalucía, de Extremadura… Poco equipaje: una maleta de cartón amarrada con cuerdas. Engrandecerían la tierra que los acogía. En su corazón la ilusión de quien emprendía una nueva vida… ¿Atrás? ¡Dios, cuánto se quedaba atrás!



jueves, 17 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Entre el cielo y el suelo








Por la Calle Ancha - que debe nombre a cuando la fortaleza lo era - se sube a las Torres, que es como aquí se conoce al castillo. Es Ancha de nombre, por lo demás, un acurruco de belleza. Si miras hacia atrás, al cielo, o si miras al frente… Te va a poder la sorpresa en cualquier recodo.

A la altura de la Joyanca  - casi en la mediación de la calle - párate y contempla cómo va el río, serpenteando, por la vega y las casas blancas entre el verdor de la huertas y los cerros. Felipe – Felipe Aranda -  se paró antes y lo plasmó y nos lo dejó como regalo impagable.

La arqueología aún no ha dado con la Iluro romana por lo que la buscarás en vano. El castillo - fenicio, romano y luego, lo que ves, árabe -. De estos casi todo lo que se conserva. De tres épocas: emirato, califal y taifa. En un principio fue fortaleza del cinturón de defensa de la no lejana Bobastro; después,  llave que abría o cerraba entrada, por la vega, hasta el mar, o lo que es lo mismo, hasta Málaga.

Inexpugnable durante toda la Edad Media, hasta que la lombarda - tiempo de Reyes Católicos - cañón pequeño, pero de largo alcance, en aquellos tiempos, acabó con él.

Repartimientos. Los unos que se apropian de lo de los otros. Y después, que los otros hacen lo mismo que hicieron los unos. Y así cuantas veces quieras. Quienes vivieron bien y quienes vivieron mal.

Cuando bajes, hazlo, ahora (bordeando el Cerro de las Torres) por la calle del Carril: “Álora, tiene tres calles/ que no las tiene Madrid /calle Ancha y el Barranco/ y la calle del Carril”.

En el Barranco - recostado en el Cerro - al que un grupo de amigos nos ha dado por llamarlo ‘nuestro pequeño Albaycín , y murió por 1434, Diego de Ribera, Adelantado de Andalucía Pero esto no pasaría de anécdota, de no ser porque dio pie al romance fronterizo. Uno de los más bellos de la épica castellana. Comienza:“Álora, la bien cercada / tú que estás en par del río/ cercote el Adelantado/ una mañana en domingo”.

Ya sabes, vente cuando quieras, pero sin prisa. Estas cosas si no se saborean…