domingo, 5 de agosto de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Personajes



Hemingway era el hombre de rasgos duros. Arrugas en la cara y barba crecida a su monte. Resistente, curtido y bragado. Delibes,  el cazador que escribía. La sobriedad de Castilla en el filo de su pluma y desparramada en la cuartilla de papel blanco. Manuel Alcántara, lleva palabras de la mano y Barbeito le dio su sitio al el campo en la poesía y desde entonces el campo es poesía al alcance de muchos…

Don Jacinto era un hombre enjuto. Vestía de estilo y su imagen era la de la elegancia perfumada. En la España cainita de entonces – ahora, también - a muchos no le perdonan ni los éxitos literarios ni su situación personal.

Del Premio Nobel se cuentan infinidad de anécdotas. Probablemente sean todas – o la mayoría apócrifas – pero  raya la sutileza, la agudeza del hombre que se distinguía de los demás, entre otras cosas, por su ingenio.
“Don Jacinto, - dicen, que en cierta ocasión le preguntó un periodista-  ¿cómo llegó a ser afeminado?”

-         Como usted, preguntando, preguntando.

Vestía impecablemente, sombrero de ala, lentes redondeadas,  traje de sastrería y camisas planchadas con esmero y primor. Zapatos impolutos. En una fiesta el guasón de turno, que va de gracioso y jocoso, comenzó a ridiculizar el objeto que exhibía en el ojal…

-         Don Jacinto, eso… parece un cuerno.

Como si darle importancia, se miró y…

-         ¿Ah, esto? No, no. Es un espejo.

Cuentan que cierto día transitaba por la calle. La acera estrecha. No caben dos personas. Se tropieza, de frente, con alguien que lo odiaba profundamente.
-         Yo no cedo el sitio a los…

-         Pues yo sí. Y se bajó al arcén.

Entre el mundo del arte las críticas, la envida, las puñaladas… Casi todo vale con tal de hacer que corra el desprestigio del adversario.

-         Don Jacinto, le dicen, tal crítico está por ahí hablando mal de usted. Vamos que no para, ni pierde ocasión…

-         ¿Ah, sí? Pues no recuerdo haberle hecho nunca ningún favor…




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