Cada estación del año tiene su
olor. Cada estación aporta, además, un colorido diferente. Hay una procesión de colores como pinceladas única
que definen cada momento. Va desde el azul de la marina a las nubes plomizas
que pueden surcar los caminos del cielo.
En pleno invierno, las flores
del almendro son el grito de la vida. Dicen que, en apariencia, todo duerme.
Allí están ellas para desmentirlo. La rigidez del frío mañanero, la tibieza del
sol de mediodía, el recogimiento cuando llega la noche.
En primavera todo es eclosión.
Rompe el campo. Abanicos de colores se abren por todos sitios. Florecillas
diminutas, humildes, casi sin nombre llenan bordes, cunetas, caminos, el campo…
El verano es el color de lo
pajizo. Todo es amarillento y seco. El otoño rompe en la dulzura de atardeceres
largos y encantadores. Llegan los dorados y ocres, llegan los oros viejos en
los plátanos, en los granados y en los castaños.
Tienen las noches de verano
olor propio. Ninguna otra estación – solo la primavera con el azahar – le hace
competencia al embrujo de las noches de verano. Parece que hay una competencia
de olores que pulsean las estrellas distantes en cielos casi siempre limpios y
diáfanos.
Sale, por encima de todos los
olores, el de la dama de noche. Durante el día el arbusto ocupa su sitio sin
que apenas notoriedad sobre otros arbustos que puedan hacerle competencias.
Cuando llega la noche despliega su poderío. Es entonces cuando ella toma mando
en plaza y lo lanza a la media distancia como un capote de embrujo.
El jazmín abre su flor a media
tarde. Es más, casi cuando el sol ha traspuesto por los cerros más cercanos, él deja que sus flores – flor de un día –
abran en su modestia y sean pespuntes blancos en el testero y en la
sensualidad. Es pequeña, diminuta pero está llena de encanto y poesía.
La yerbaluisa es más modesta. Su arbusto tiene un
desarrollo medio. Algunas veces cuando está en suelo propicio alcanza una
cierta altura. Dicen que la trajeron de América del Sur. Sus hojas tienen olor
y sabor a limón. Se aplica en infusiones y en recetas de cocinas. La yerbaluisa
tiene, además algo único, su solo contacto perfuma a quien tiene la suerte de
poder rozarse con ellas y se lleva
captado su aroma…
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