Ha terciado agosto un puñado de
hojas en el calendario. La Asunción, la fiesta grande el mes y casi del verano,
ha dicho que comienza eso que dicen que es cuesta abajo para enfilar lo que
queda de año que ya tiene sobre su lomo un rejón que anuncian muerte.
La Asunción es la celebración
de una de las advocaciones con que en España que en un tiempo se llamó tierra
Mariana pone la estrella al verano. Casi media España en fiesta tirada a la
calle en las plazas de los pueblos.
Se abrieron las celebraciones
marianas con la Virgen del Carmen. Es la
fiesta marinera. Hasta el rebalaje de muchas costas vinieron hombres recios de
la mar con su Virgen en una embarcación. Ellos buscaban la veneración del
momento y la protección para todo el año cuando arrecian los temporales y les
sorprende muy lejos de la orilla.
Para el ocho de septiembre, la
Natividad pone otro sello de especial celebración. Algunos pueblos del interior
sacan a sus patronas – Álora, entre ellos – y hay un canto de esperanza a María
y de agradecimiento al verano que toca a fin y casi da la bienvenida al
otoño que se antoja cercano.
Hay, otras dos – hay muchas
más, pero no es el momento de ir desmenuzando – como el Rocío, en la marisma;
en Sierra Morena, la Virgen de la Cabeza, con romerías de primavera. La Virgen del Rosario
pone fin al ciclo. Otras, en pleno
invierno, la Candelaria en febrero y la Inmaculada cuando ya los pastores andan
de camino por los montes de los Nacimientos.
Desde el quince agosto, o sea,
desde la Virgen de agosto en el campo se guardaban los suelos de los olivares.
Eso era como decir que la aceituna temprana ya tiene aceite y su pulpa va con
paso firme camino del molino. Se abría, también, la media veda para la tórtola
y la codorniz…
Están los rastrojos lambidos
por los animales. Apenas quedan pajotes y ya está lejos la recogida de la
siega. Apuran los animales los últimos pastos. Piden que venga pronto la
otoñada…
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