El otoño ha llegado
Castilla por donde viene siempre, o sea, por el curso de los ríos. Las
choperas se ha vestido de oro viejo y muestran sus ramas desnudas. Esperan los
fríos que están por venir, y que no tardarán
mucho.
El viajero subió a la Meseta
por la ruta de la Plata. En Salamanca hizo un giro. Cruzó el Tormes. Venía azul
y plácido; venía tranquilo como lo veía
don Miguel, don Miguel de Unamuno, “De Salamanca cristalino espejo / retrata
luego sus doradas torres, / pasas solemne bajo el puente viejo…”
Simancas encierra los tesoros
de los papeles viejos en su Archivo General; Tordesillas, el recuerdo de Doña
Juana. Comuneros y tierras en pie de guerra contra Carlos, hijo y Emperador de
un Imperio que dominaba el mundo; Castilla, sublevada. “Morados pendones viejos,
violados de tanta espera”.
El viajero ve
indicadores para Dueñas y para Venta de Baños y recuerda el nudo
ferroviario por el que pasó una noche, de madrugada, en un tren con máquina de
vapor, cuando era muchacho y ya gustaba
de ver y empaparse de otras tierras. Entra en Palencia – donde estuvo la
primera Universidad de España – por la avenida de Valladolid y por Modesto
Lafuente y Manuel Rivera llega a Casado del Alisal donde tiene apalabrado alojamiento.
En la Plaza Mayor preparan un concierto; dicen que aún es verano y, luego sigue hasta
la Catedral de San Antolín, porque en Palencia le dedican su catedral a San
Antolín. El nombre de la calle, Jorge Manrique, lo evoca: “recuerde el alma dormida, / avive
el seso e despierte / contemplando…”
Sobre los pináculos del templo,
en los aleros del tejado, en las torres,
las cigüeñas, espaciadas entre sí, esperan que pase la noche.
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