El diccionario define el miedo
excesivo como pavor. También lo tiene por espanto. Desde Galicia, para ser más
preciso, desde todo el noroeste de la Península, tocando también Portugal y
Asturias vienen noticias tremendas. Casi todo se resume en impotencia.
El fuego lo arrasa todo. Es
casi imposible contar cuántos y en qué lugares los canallas sin escrúpulos le
han pegado fuego al monte, a la tierra, a los caseríos a todo lo que es susceptible
de arder y arde.
Han aprovechado las horas de la
madrugada. El periódico dice que casi todo comenzó ‘a la medianoche’. Ya ven a
la hora en que se levantaban los boyeros para echarle las pasturas a las vacas
y los gañanes entre dos estrellas, porque el lucero del Alba, o sea Venus,
apuntaba en el horizonte repasaban las yuntas…
Todo comenzó cuando la gente mala
tiene más azuzado su espíritu - porque
¿la gente mala también, tiene espíritu, verdad?- y lo saca del interior de su almario y lo
echa fuera y entonces, amparado en la oscuridad deciden la manera cómo pueden
hacer más daño. Algunos, a lo mejor, hasta lo sacan antes porque ya no lo
pueden aguantar dentro.
Hace años que no voy por Galicia.
Por los Ancares, no. Bajé desde
Fonsagrada, en Lugo, hasta las riberas del Sil antes de llegar a El Bierzo en
León. Son montañas preciosas. Se respira campo y quietud. Son montañas por las
que Dios de vez en cuando se da una vuelta pero que la mayoría de las veces las
tiene dejadas de su mano.
Bueno, no es correcto lo que
acabo de decir. Quienes la tienen dejada de la mano son los hombres. Hay
hombres - se llaman gobernantes – que no gustan de ir por estos parajes y claro
las carreteras, o lo que es lo mismo,
las comunicaciones son infames. Transité por carreteras que el mapa pintaba
antes con los colores de ‘carreteras nacionales’, ahora autonómicas y están
terrizas. Tal cual.
Dicen que Los Ancares son
tierras de osos – obviamente, yo no vi ninguno – y de pallozas. Pallozas sí vi
unas pocas. La mano celta aún pervive. Los valles profundos y los picos
elevados ahora están surcados por el fuego. Dan pavor las imágenes que salen de
allí. Piornedo, Samos, Outerio do Rei… ¡Dios mío, qué espanto! ¡Qué impotencia!
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