miércoles, 14 de febrero de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Valldemossa, sabor a otro tiempo


                       


                  Valldemossa (Mallorca)


15 de febrero, jueves. Era en lo más crudo de un invierno lluvioso. Llegaron a Valldesmossa y buscaban refugio. Huían de la gente, de la presión social y en la búsqueda de ellos mismos. Quería escribir ella con la libertad que no tenía; el, conseguir su música pletórica.

Mallorca los recibió de manera hostil. La tuberculosis era una enfermedad incurable y muy contagiosa (¡un tísico buscaba la curación en la humedad de una isla!). Una sociedad pacata y encerrada en sí misma no admitía la vida de dos amantes que rompían los moldes del amor. Se encontraron con la incomprensión.

El siglo XIX, 1838, había superado su primer cuarto. No llegaba a su mediación. Solo permanecieron unos meses. En febrero abandonaron Valldemossa. Ella recogió la experiencia en un libro de viajes Un invierno en Mallorca; él, los Preludios Op. 28.

Dicen que ocuparon la celda número 4 de la Cartuja. Del techo caía una gota de la lluvia que aquel invierno azotaba la isla. Rebrotaba sobre una palangana. De ahí Chopin sacó una obra de arte. La naturaleza puso una parte; el artista, la otra.

Valldemossa es un pueblo bellísimo, de ensueño. De ensueño son los trocos de los olivos milenarios que sobreviven sobre bancales de piedra. De ensueño son sus bosques – los bosques siempre generan anhelos que no se alcanzan – de pinos. Trepan por la Sierra de Tramontana entre Valledemossa y Deià. De ensueño, las olas de nácar que vienen a dar en los acantilados de su costa rocosa y profunda, en Sa Foradada.

Cae la tarde. Es una tarde de otro invierno. Sopla la brisa en las esquinas. En la lejanía – por el Vall de Mouça, - de divisa Palma. Queda parte del embrujo que llevó a vivir en ella al padre Rubén, a Azorín, a Unamuno, al Archiduque Luis Salvador de Habsburgo, a Santiago Rusiñol…

Deambulo por los jardines que evocan el nombre del Archiduque, cruzo la plaza de Ramon Llul, bajo una calle empedrada y pregunto:

- ¿Estará abierta la casa capilla de Santa Catalina Thomas?

- Sí, aún no está cerrada… me contestan.

A mi lado camina el silencio (a estos pueblos hay que ir cuando no hay gente). Sobre los tejados se asoma la torre de la cartuja. La calle Uetam es larga; a sus lados macetas: aspidistras, arriates con aucubas, helechos… En la mediación, a la derecha, se abre enigmático el Carreró de la Rosa

 

 

 

 

 

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