sábado, 17 de febrero de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lluc, jardín de Dios



17 de febrero, sábado. Dicen que un día, Dios vio como los angelitos de Lluc revoloteaban por todo el Santuario. Realmente eso lo hacían siempre, pero hasta ese preciso día no se había percatado que se las andaban dando vueltas por las cabezas de los peregrinos y no les dejaban hallar la paz que habían ido a buscar en las alturas de la Sierra de Tramontana.

Entonces Dios le dijo – a la manera que Dios dice las cosas – al hermano Maciá Ripoll -falleció el 20 de abril de 2020 con 89 años - que planificase un jardín botánico junto al torrente que baja de las montañas por detrás de la sacristía del Santuario. Era el lugar que los religiosos tenían para pasear en su tiempo de meditación. El hermano se lo dijo a unos amigos y comenzaron con la obra.

Lo primero que hicieron fue trazar unos caminos intrincados, pequeños en anchuras, pero con un diseño tan peculiar, tan bonito que fuese digno de ángeles que jugaban al pilla-pilla y al escondite entre las rocas calizas y para dar saltos, de esos que asustan a los hombres, pero a los ángeles no.




Y esparcieron por la tierra plantas silvestres en un ambiente natural; en otro lugar dejaron crecer las aromáticas y esas que los hombres de antes usaban en las farmacias y que las llamaban plantas medicinales; y vieron que era muy apropiado plantar una muestra de árboles frutales de los más antiguos de la isla de Mallorca. ¿Y un olivo también? También, pero ese lo colocaron en una explanada delante del santuario.

El jardín crecía y crecía. Supieron que habían superado las doscientas variedades de plantas. Y la cosa se extendía y consiguieron aclimatar especies endémicas de la isla de Menorca donde habían desaparecido y otras que corrían el peligro de extinción y que solamente se encuentra en Puig Mayor y una higuera que únicamente crece en la tierra de Deià (por cierto, Deià significa “Dios existe” ¿a que es muy bonito?).




Y no solo se quedaron ahí. Se incrementó con una muestra árboles frutales cultivados desde tiempos inmemoriales en la isla, en fincas de montañas: níspero, serbal, acerolo, azufaifo, nogal, membrillo, higuera…

Y, luego, aquellos hombres emprendedores y amantes de la naturaleza llevaron a sus estanques una especie de rana, única de la isla – y yo tuve la suerte de verla porque me la mostró mi amiga Aina - mientras caminábamos por aquellos caminos que habían diseñado para que los ángeles jugasen en el recreo…

Exactamente, todo no fue así ¿o sí?




 

 

 

 

 

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