2 de febrero, viernes. Resuenan
aún en mis oídos. Los tengo – no memorizados, pero sí con ese regusto interno
que dejan las cosas buenas - que uno encuentra en los recodos del camino. Me
acuerdo de ellos. Han recopilado los mejor del folclore nuestro, y lo han
llevado, en esa expansión por los campos de lo sublime musical. Me refiero a Nuestra
Tierra, me refiero a la música folk de Álora. Una actuación corta, de hace
unas noches, pero muy intensa. Buenísima…
Esta tarde me ha dado por
enrocarme con otro tipo de música. Es la música de orquesta. Ya sé que eso de
las sinfonías no es algo que se lleve en los tiempos que corren. No importa.
La Gran Pascua Rusa, op.36 tiene más de cien años y sobrevive a pesar de
los gustos y las modas.
Nikolái Andréyevich Rimski-Kórsakov (a veces me
pregunto ¿por qué hay tantos rusos que se llaman Andréyevich?) nació no lejos
de San Petesburgo y toda su vida tuvo una intensa relación con el mar y con la
música popular rusa. Alguien dijo que si se escarba en un ruso siempre hay, en
el fondo, un músico y una enorme relación con el campo y su pueblo.
Vivió a caballo entre la mediación del siglo XIX
y la primera parte del XX. Murió, cuando apenas había echado a andar el siglo.
Fue miembro del grupo de compositores conocido como Los Cinco. Está
considerado como uno de los grandes músicos de todos los tiempos y por supuesto
de su tierra. Grandes obras suyas son, también, el Capricho español y Shcheherezade.
En la La Gran Pascua rusa, op.36
Rimski-Kórsakov combina la música popular con la música religiosa que están en
las entrañas del pueblo ruso. No conforme con eso, algunos críticos dicen que,
también, incorpora elemento paganos y consigue una de las tres grande obras de
su trilogía, que compone cuando alejado del mundo del mar al que lo había
llevado su hermano, ya estaba dedicado a la composición, a la didáctica de la
música y a la composición.
Esta tarde he vuelto a gozar con su música.
Resonaban en el fondo de la galería de mi alma no un piano destemplado que
parecía balbucear de mala gana sino las voces vibrantes de Nuestra Tierra
y la orquesta que me traía la Gran Pascua Rusa. Llegaban sones de
músicas lejanas, tan lejanas como pueden estar el río Volga, el lago Ladoga o las aguas heladas
del Báltico.
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