1 de febrero, jueves. Crepitan
las llamas en la chimenea. Cae la tarde y pone término a la dulzura de una
mañana que fue de Levante y ahora, deja que se vaya el sol desde el otro
lado de la Bahía…Málaga sueña en el rebalaje y guarda y acurruca en su interior
muchas cosas.
Entre un dédalo de calles
umbrías encierra a aquella calle Tomás de Cózar donde un niño de ojos grandes y
alma inquieta aprendió que la luz artificial venía a su casa, mejor, a la bombilla
que alumbraba la cocina de su casa por un cable que pendía del techo; la otra
luz, la que llevó a sus lienzos se las andaba por calle Granada por donde subía
el tranvía, por la Plaza de la Mercer donde dormía en el recuerdo Torrijos, por
calle Beatas…
Aquel niño, sabía del agua que
goteaba del grifo sobre un lebrillo de barro en un rincón del patio entre
geranios rojos, rosáceos, blancos; entre macetas a las que no quemaba el sol,
entre tiestos de claveles que salpicaban la pared de pinceladas de colores.
Aquel niño de entonces se hizo
grande. Llevó a sus cuadros retratos, paisajes íntimos – por cierto, maestro, Carlos
de Häes, solo se te adelantó unos años en el tiempo – y rindió recuerdo a todos
aquellos que dejaron señas de su magisterio en la Escuela Malagueña del XIX. Bueno
rindió recuerdo y como quien no quiere la cosa se hizo sitio, ese que le hace
ser el continuador de todos ellos.
Bodegones de frutas maduras,
rosas que se resisten al paso del tiempo, chiquillos que juegan o castañeras
que soportan la tarde de otoño en la plaza de Merced. Pintor de carteles de
cofradías (todavía resuena el suyo con el Rescate bajo un olivo y en el fondo, Málaga
y una antorcha para llevar a los traidores hasta la cercanía de “aquel al
que yo bese, ese…” , pintor de estandartes en una pintura religiosa con
retazos de sabor a pueblo llano…
¡Qué susto acabas de darnos, puñetero!
Los amigos lo hemos pasado mal, muy mal. (Alfonso, por teléfono: “a toda pastilla
y sin perder un minuto. Cuando lleguéis, en el mostrador, decid que un médico
ha dicho que se aplique protocolo de ictus… Por Cártama en la pantalla del
coche aparecía 170 km/h…).
Un mensaje a media tarde de Leonardo
Fernández, - que es de quien se trata- nos decía que se iba a casa. Ya ves. Yo,
a vuelapluma, porque las cosas son así, echo mano a los versos del maestro Alcántara
y “buceo en el instante removido / y mis manos se llena de palabras”.
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