7 de febrero, miércoles. Nos
empachan las imágenes, la tergiversación de objetivos, la ausencia de un líder o
de interlocutores – da lo mismo – que expresen los motivos que justifican la
manifestación y lo que se pretende de manera clara. Se asoman a las cámaras de
las televisiones o a los micrófonos de las emisoras de radio dicen lo que, a su
parecer, por cierto, todos justos, le han llevado a la situación de invadir
carreteras y cortar los accesos.
Tres factores que se imponen a
los demás. Competencia desleal desde otros países. Se benefician (eso es muy
relativo, claro) de su situación geopolítica. Se pide una política de precios
justos. Consonancia entre lo que paga el consumidor y lo que recibe el
agricultor. Simplificación burocrática. El campo, a veces, está ahogado por los
papeles.
Otros factores pueden ser
coyunturales. Unos heredados de situaciones mohosas por incompetencia o desidia
de quienes tuvieron que tomar las decisiones en su día. Pienso, por ejemplo, en
una política hidráulica justa, rigurosa y que beneficie a todos sin abusos de
unos sobre otros.
La falta de lluvias ante las
que no se puede hacer nada tiene también su incendia. Falta agua y si se
administra mal, apaga y vámonos. A eso se le unen incendios en verano, bosques
descuidados, desforestación progresiva, supresión de cultivos...
Los costes tienen una
importancia vital. Hace unos años un litro de gasoil se las andaba por 0’50
céntimos, más o menos; ahora, supera el euro. Los insumos (fertilizantes,
productos químicos regulados porque las plagas vienen a su tiempo y saben el
camino…) se han disparado; no hay manera de poder pagarlos.
La ley de oferta y demanda hace
que los frutos y pienso en cítricos, hortalizas, frutas… sean irrisorios. Un
kilo de limón se puede pagar a 0,10 o 0,15 céntimos. Mucha naranja se ha
quedado en el campo. Todos sabemos cómo están marcados los precios en las
grandes superficies.
Existe otro punto importante,
la regulación de tratamientos. Hay que ayudar - ¡faltaría más¡- a los países
del Tercer Mundo. Eso no significa dar patente de corso al uso de productos
tóxicos y prohibidos en los países donde sí funcionan los controles sanitarios.
Todo esto y más cosas es papel
mojado mientras no se limpien las dependencias de parásitos, incompetentes
rapidísimos para sacar la pistola y
disparar con la sanción, pero lentos como el caballo de los malos para
vislumbrar soluciones…. La agricultura está a niveles de hace diez años o
quizá, más. Eso tiene un nombre: ruina.
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