Para ti...
domingo, 31 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El gran desconocido.
En recuerdo a la madre de la
madre de mi amigo Pillo Lobato, que
quedó ciega de niña por culpa de la viruela.
Francisco Javier Balmis y
Berenguer, nació en Alicante en 1753 y
murió en Madrid en 1819. Hasta ahí puede ser una personaje más, de los muchos
que en nuestra Historia han dejado su sello. No es así. Fue un médico miliar excepcional.
Salvó miles de vida humanas llevando la propagación de la vacuna de la viruela
por toda América, Filipinas, parte de Asia y el Atlántico Sur.
Comenzó a estudiar en la facultad
de Medicina de su tierra. Trabajó como ayudante del cirujano mayor, luego pasó
a La Habana y Ciudad de México, donde trabajó en el Hospital de San Juan de
Dios, y estudió la transmisión de las enfermedades venéreas, y su curación con
aplicaciones de esencias extraídas del agave y la begonia. De regreso a España,
obtuvo el cargo de médico honorario en
la Corte de Carlos IV.
Fue el impulsor de la Real
Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela. La viruela, era una
enfermedad vírica que se manifestaba con fiebre y con grandes pústulas en todo
el cuerpo. A los que se curaban, les dejaba señales en la piel y a algunas
personas la ceguera, a otros le ocasionó, directamente, la muerte.
Balmis – acompañado del doctor
Salvany - ideó una manera de conservación de la vacuna al ser imposible hacerlo
‘in vitro’ en aquel tiempo, y era usando a niños como propios
portadores, la técnica de ‘brazo a brazo’. Se escogieron 22 niños de un
orfanato de Santiago de Compostela que, en una cadena humana, proporcionaron la
posibilidad de transmisión.
La expedición partió de La Coruña
en 1803. Recorrió parte de América desde Texas a Chiloé en Chile, Filipinas y
Asia. Además de la propagación científica, conllevó otra enorme novedad, la
posibilidad de dejarla ‘latente’ en las ciudades por las que pasaron.
En estos días de pandemia
mundial, el Ejército Español una vez más, se adelanta a tanto mindungui y mal
intencionado que pulula suelto por esos caminos, y ha bautizado su despliegue humanitario en la
lucha contra el Covid-19, con el nombre del médico alicantino. Lo ha llamado
sencillamente: “ Operación Balmis”. ¿Se ha interesado alguien por saber el
origen del nombre? Esta Memoria Histórica también hay que recuperarla.
sábado, 30 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bancos vacíos
Los hemos dejado que se mueran
solos, mientras nosotros nos hemos parapetado detrás del burladero del miedo,
ese que solo deja ver lo preciso, porque todo lo demás se oculta tapado con el
capote de nuestro egoísmo.
Han llorado las familias con
impotencia, rabia y dolor en su propia
soledad, las pérdidas, como solo se llora lo que se quiere mucho y ya no van a
volver más. En esos momentos, cobran todo su sentido algunas palabras que
usamos con frecuencia recuperándolo de pronto, como esos fogonazos de luz que
deslumbran. Es cuando se comprende el verdadero significado de ‘nunca’,
‘jamás’, ‘siempre’…
Se han quedado las palomas del
parque desorientadas. Ya no llegan algunas mañanas, o en horas determinadas,
aquellas parejas que solían sentarse y sin decirse nada hablaban en su silencio
que solo ellos comprendían. Está el bastón en el sitio donde siempre se dejaba,
pero ya no vendrá la mano cálida que busca su ayuda de apoyo.
Escribió Juan Manuel Serrat
cuando yo era muchacho, una canción que ya entonces me impactó: “Els vells
amants”. Habla la canción de cabellos blancos, de miradas tristes, de personas
que se quieren y se agarran de las manos y se preguntan si ¿estás bien? ¿hoy no te duele nada?... Habla la canción
también, de una radio antigua y un reloj grande, y de viejos retratos colgados
en la pared y de encajes…
Y de flores y que, por San Jorge,
- no se le olvidaba nunca - él le regalaba una rosa y se la envolvía en un
papel de plata… Destila una ternura que ahora, esta sociedad que les ha vuelto la
espalda, desconoce. Los hemos dejado solos, unos decretando leyes porque había
que salvaguardar la seguridad; otros porque no les dejaban acercarse a ellos.
Lo cierto, lo únicamente cierto, es que han muerto con el amparo de personas
anónimas de las que nunca conoceremos sus nombres ¡qué pena!, que les han dado
toda – y más – su profesionalidad.
Esta sociedad de hedonismo y
pasotismo, les ha vuelto la espalda. Ellos han muerto alejados de los suyos, ellos
que se quitaron lo poco que tenían para darlo todo en un tiempo donde lo único
que sobraban eran penurias y sacrificios. Están vacíos algunos bancos del
parque. Están inermes, si eso es posible, algunos corazones…
viernes, 29 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mariana y Bartolo
A bien decir, la Feria Real, o
sea la feria de verdad, era la que se celebraba en los primeros días de agosto,
el uno, dos y tres. Había otra feria, la de septiembre, durante los días
veinte, veintiuno y veintidós. Era una feria de segunda división. El último día
se llevaba a cabo la romería. Por la mañana se trasladaba la Virgen de Flores
al convento y retornaba al pueblo al
caer la tarde.
La imagen cuando la cosa se puso
‘fea’ en los años anteriores a la Guerra incivil, por acuerdo unánime, y temiendo por su
seguridad, la trasladaron a la parroquia. Se ubicó en sus andas, junto al
cancel de entrada por la puerta de la calle de Atrás… En el convento había una
ermitaña, Anica, y su hijo Juan, “Juanico, el del Convento”, que custodiaban el
recinto, pero esas personas eran insuficientes para poder controlar a una turba
desalmada que podía hacer cualquier disparate.
La Feria, - que me voy del tema - , nació en torno a la
festividad religiosa de la Porciúncula, fiesta donde los franciscanos
celebraban la reconstrucción por el propio San Francisco, de una pequeña
basílica junto a la iglesia de Santa María de los Ángeles que celebraba la
Asunción de la Virgen…
Durante esos días, en la
parroquia de Álora – el convento ya desamortizado, sin la imagen de la Virgen y
en ruinas, no tenía culto – se construía una pequeña capilla con macetas y
flores donde las personas piadosas acudían para ganar el ‘jubileo’ haciendo
tres salidas esporádicas hasta el panteón entre rezos.
El mundanal ruido iba por otros
derroteros. La venta y compra de ganado – vacas y bestias en la haza de Bernabé,
y cabras, ovinos y cerdos, en el olivar, al otro lado de la carretera –
generaba algún dinerillo al que se le daba opción de mover: tabernas para los
grandes, un circo, carricoches para la gente menuda…
El muchacho era muy corto. Una de
las noches, se ‘arrimó’ a la niña que, naturalmente, se colocó en medio para
demostrar un cierto desdén… En uno de los pocos momentos él le pregunta:
-
Y, tú… ¿cómo te llamas?
-
Mariana, respondió, y ¿tú?
-
Bartolo…
Al rato,
casi continúa el monólogo.
-
Tú ¿de dónde remaneces?
-
De Poco Pan… Y ¿tú?
-
De Poca Agua…
-
¡Vaya carrera llevamos nosotros! Dicen que comentó
Bartolo…
jueves, 28 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Levante
Estaba a media mañana la mar
revuelta. El rumor de las olas era un ir y venir constante, monótono,
repetitivo, con ese martilleo que suena cuando vienen a dar en el rebalaje.
Había Levante…
Llevamos días de temporal. Se
origina en el Estrecho, ese donde dicen que Hércules, con su fuerza, puso a los
continentes en su sitio, o sea, uno frente al otro con un paso angosto y arriesgado.
Los que vivimos en tierra adentro,
sabemos que cuando el aire viene de ahí, los amaneceres son plácidos, luego, a
medida que el día avanza, empieza a llegar a modo de brisa, - “esta mañana dice
la gente del campo, han madrugado las malagueñas”- al mediodía se intensifica
y, en ocasiones, por las tardes es casi un vendaval que mueve las copas de los
árboles, cuando llega el crepúsculo, otra vez amaina. Es un ciclo constante.
El cielo, con el aire de Levante
no está limpio. Aparece como entelerañado y muchas veces está invadido por
nubes que no vienen cargadas de agua aunque sean plomizas y compactas. El refrán
lo pregona: “el levante las mueve y el
poniente las llueve”. Cuando se abre el cielo en los días de verano, el calor
es húmedo, sofocante y desagradable.
Por circunstancias que no vienen
al caso, esta mañana me he asomado al mar. Estaba precioso. Tenía un poco de
resaca y las olas no venían encrestadas de nácar, no eran olas pespunteadas,
sino que traían en su interior arena revuelta. No era el mar placentero y
limpio de otras veces. Las bandera ondeaban con la intensidad del viento. Entre
el oleaje, varios barcos se mecían con las olas en un cabeceo constante, un
carguero se difuminaba en la lejanía, ¿adónde irá ese barco por esta mar
bravía?
Era el mismo mar de los versos de
Góngora: “Quejaos de mis desventura, / y no echéis la culpa al viento. / Y tú,
mi dulce suspiro, /rompe los aires ardiendo…”
Cuentan, que Tarifa, un poco más
allá del Estrecho tiene dos madres: “la mare que parió al Levante
y la mare que parió al Poniente”.
No sé si esta mañana estaba en orfandad o bien servida. Dicen que allí
el temporal es grande. El mar que estaba frente a mí era un mar sugerente, de los que hacen
pensar, de los que evocan sueños…
miércoles, 27 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Plagas
Con la llegada del buen tiempo
han aparecido las plagas. Si no tuviésemos bastante con el bicho que nadie ve
pero que sabemos que existe, ahora aparecen los insectos. Dicen que todos son
necesarios pero la verdad que cuesta creerlo.
Un ejército de hormigas sale de
los lugares más insospechados y, además, con muy difícil acceso para llegar
hasta ellos. Bastidores de puertas, escalones, marcos y quicios de ventanas,
losetas en los rincones de la casa. Están perfectamente organizados y llegan
como un ejército invencible. Toman posesión de lo suyo.
Por las noches, a la luz de la
pantalla del ordenador no hay palomita grande o pequeña en tropecientos mil
metros a la redonda que no venga a dar su paseíto y a dejar constancia de que
ellas también existen, como Teruel, pero incordiando…
No se quedan atrás avispas,
tabarros, y otros bichos voladores. Acuden
con el aguijón cargado de veneno, como algunos políticos que tenemos en mente,
sí, sí como esos, y casi con tan mala leche como ellos. Te dan el picotazo, te
dejan hecho un cristo y no lo sé pero en su fuero interno seguro que están
hasta disfrutando.
¿Dónde dejamos a los mosquitos?
Agudos, finísimos, casi invisibles… Algunos vienen con una trompetilla
anunciando que están ahí. No los ves, ni de venir, ni de posarse sobre tu brazo,
solo que un momento determinado sientes un picor y comienza la rasquiña.
Recuerdo aquello de “por la mañana el rocío “ al mediodía la calor / por la
noche los mosquitos / no quiero ser labrador”.
Hay más, sin miseria. Son unas
arañas -las de ocho patas- minúsculas.
Se mueven con gran rapidez y cuando pican – naturalmente, acuden siempre por
sorpresa – notas una enorme roncha, rojiza, potente que muy pronto va a más,
tan a más que si te encuentras con alguien la pregunta inmediata es ¿ “qué
bicho te ha picado”?
Y, las moscas, ¿dónde dejamos a
la moscas? Que no, que no estoy pensando en los telediarios. Pienso en las
otras. Abejorros, moscardones…
Dicen que todos los insectos son
necesarios. Las abejas, al menos nos dejan la constancia de su presencia a modo
de miel, otros las consideran esenciales en la polinización e imprescindibles
para la vida, pero algunos que yo me sé, esos que usted y yo estamos pensando
piden el flis a voces… ¡Qué Dios nos coja confesados!
martes, 26 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul. Y VII
Relato corto. La Mujer de Azul. Y
VII (Viene de VI)
Se acercó despacio. Susurró a su
oído con delicadeza, como quien no quiere molestar con su mensaje…
-
Es la hora, señor. Vamos a…
Él no dijo nada. Se giró , dio la
espalda a la pared y se encaminó como siempre a la puerta de salida.
-
¿Está loco? Preguntó la chica que llevaba poco
tiempo prestando servicios de vigilancia en la Sala.
-
No, le respondió, el superior.
-
¿Entonces…?
El Jefe de Sala le explicó que
era un hombre extraño. Por aquí viene gente muy especial, pero ninguna como él.
No está loco. Viene varias veces al mes desde hace muchos años. Se coloca
frente al cuadro, lo mira, lo escudriña. Solo él sabe lo que ve y lo que mira.
No dice nada. No hace ningún movimiento extraño. Al principio pensamos que
podría ser alguna persona desequilibrada capaz de causar algún estropicio, después
comprobamos que su comportamiento era normal.
El Jefe de Sala le dijo que
poseía el carné de ‘Amigos del Museo’ y que tenía uno de los números más
antiguos. Deduzco que antes de entrar yo a trabajar aquí, ya venía. Lo había
comentado con el Jefe de la Sección, de la Planta IV que era donde estaban
expuestos los cuadros de la corriente novísima, el Desvelismo, y también con la Directora del Museo que
sí lo conocía personalmente. Nunca le había revelado ni su nombre, ni nada
relativo a su vida privada.
Algunas veces, siguió hablando el
Jefe de Sala, hemos observado en su cara un rictus de emoción. Como si compartiera
recuerdos soñados y, luego vividos juntos, como si le brotase por dentro una alegría reencontrada
y a duras penas contenida, otras, los ojos se le han puesto brillantes,
expresivos, humedecidos; en alguna ocasión, nos ha querido parecer que por su
mejilla se deslizaba una lágrima…
Permanece ahí un rato largo, muy
largo, delante del cuadro sin mediar ninguna palabra, sin ninguna compañía
salvo su propia soledad.
Se queda inmóvil, absorto, quieto
delante de La mujer de azul de Thierry Molmhier. Cuando llega la hora del
cierre y se marcha, creemos que la dama lo sigue con la mirada y algunas veces
parece que ella también tiene humedecidos los ojos… Estoy convencido, le dijo a
la chica, de que los sueños son reales.
lunes, 25 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul VI
Relato corto. La Mujer de Azul.
VI (Viene de V)
Entonces él recordó aquella tarde
en el borde de la terraza en Positano. Delante, el acantilado. En la lejanía,
inmenso, inabarcable, el mar. Extendió su brazo, abrió la mano y con el dedo
índice apuntaba un lugar indefinido en el azul del Tirreno:
-
¿Ves allí aquel punto…? Es el barco de Ulises y él
está encadenado, para no dejarse embaucar cuando escuche los cantos de las sirenas…
-
Y fue cuando ella entonces susurró: “el campo
lucirá multicolor como vuelo de mil mariposas, el aire traerá el dulce aroma de
la naturaleza atado en gavillas de esperanza…”
-
El, sin decir nada, suspiró profundo y asintió. Ella
le dijo: “Y yo estaré lejos de todo lo hermoso que te rodea, y viviré
alimentada por los sueños de libertad, e imaginaré miles de caricias perdidas”.
Miraban el mar azul, tan azul
como no había estado nunca hasta entonces y fue cuando ella le dijo: “Habrán de
llegar esos azules días en los que la luz se abrirá paso entre el diáfano cielo
de la primavera, y tus rosas despertarán a la vida para inundarnos de
felicidad…”
-
Y entonces, dijo él, ya estaremos en Ítaca…
-
(Continuará…)
domingo, 24 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul. V
Relato corto. La Mujer de Azul. V
(Viene de IV)
Él soñaba con cielos azules y nubes blancas.
Ella era el recuerdo. El sueño que evocaba aquel cielo que juntos un día
descubrieron en la campiña, cuando ya la primavera era una flor madura. Ella
era algo que trascendía de lo físico. Ella era ese punto que le hacía mantener
siempre el equilibrio. El apoyo, la comprensión, la ayuda, la mano…
Por su mente pasaban sensaciones,
añoranzas, imágenes de nubes desleídas en el azul del cielo, la brisa que se
dejaba sentir casi imperceptiblemente en sus mejillas.
Recordaba su pelo recogido.
Siempre solía recogerlo con una cinta azul. Otras veces, la cinta permitía la
fijeza de la pamela atada con una lazada doble por debajo de su barbilla. Era
la estilización de las sombras, el ensueño que lo llenaba todo, donde él se
sentía guiado, el lugar de la comunicación, porque sin mediar palabras, había
un entendimiento callado.
Todo lo pensaba para sus adentros,
en aquellas horas largas…
(Continuará…)
sábado, 23 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mujer de Azul. IV
Relato corto. La Mujer de Azul. IV (Viene de III)
Y entonces él tomó su mano,
entornó los ojos y musitó casi de manera imperceptible: tú eres el zumbido del
viento lejano en las montañas, y la brisa que llega al alféizar de mi ventana
cada mañana, tú eres la belleza del campo en primavera y los azules del
amanecer del otoño, tú eres la lluvia suave que cae sobre las flores del
jardín, tú eres…
Y ella, que no decía nada,
asentía y hacía suyas aquellas palabras de amor escapadas como suspiros de un alma
anhelante. Entornó los ojos y veía el azul de las olas que siempre llegan
detrás de la cresta de nácar que las corona, y vio veleros lejanos envueltos en
azules… Ella no hablaba y lanzaba un mensaje desde la mirada enigmática en el
lienzo…
Escuchaba sus pasos silentes cada
vez que pisaba, al cruzarlo, el suelo de mármol del museo, los conocía, los
identificaba y sabía que eran los pasos suyos, los de él y no los de otro.
Cuando se retrasaba, siempre lo echaba de menos y pensaba en el momento de su llegada…
Juntos habían caminado por los
paisajes de Pont-Aven y Pouldu, juntos habían pasado veladas y habían visto la
evolución de la luz en Rouen, a orillas
del Sena, antes que regase la llanura de Giverny, juntos habían subido por
Montmartre a Le Sacre Coeur, juntos habían sabido de los acantilados de Port
Bou y de Colliure. Juntos sabían del azul del mar en las tardes de Tramontana,
y de almendros en flor en las colinas en lo más crudo del invierno…
(Continuará…)
viernes, 22 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul III
Relato corto. La Mujer de Azul. III (Viene de II)
Paseó despacio por los caminos
entre los arriates. Era un laberinto organizado, como sus pensamientos. Los
macizos de flores, a distintas alturas, creaban una sensación de andar por un
bosque de volúmenes de color. Todos salían a su encuentro. Estaban allí. Lo
esperaban desde no sabía cuánto tiempo. Hablaba a solas y le contaba a ella las
sensaciones nuevas que venían a su mente…
Le habló de los árboles frutales,
de los rosales trepadores de rosas blancas, amarillas, rojas… En el centro, una
pérgola cubierta de glicinias de flores azules, formaban tirabuzones que se
bamboleaban al aire. Las contempló, las
miró despacio. ¡Azules, como él la
soñaba cuando se dejaba la toquilla que
le caía desde los hombros hasta la cintura! Como él la veía aquellas tardes en
que se acercaba y la contemplaba ante el asombro e incomprensión de los
vigilantes del museo.
Margaritas, amapolas, florecillas
silvestres, capuchinas, jacintos, alelíes, rosales de pie bajo y unas
florecillas azules diminutas de las que desconocía su nombre. Eran las flores
humildes que nacían en los ángulos de los mirtos que delimitaban los arriates,
pinceladas sueltas, libres como él la recordaba a ella.
Pasó bajo arcos de rosales en
flor, de enredadera ahítas de verde. Caminó. No se detenía y quería llegar
hasta el rincón del jardín, donde sabía que lo esperaba ella.
Cuando llegó al estanque, su
vista se perdió incontrolada entre los juncos, lirios blancos, azules – como te
sueño a ti, se dijo para sí, pero sin recibir respuesta - y nenúfares
reflejados en el espejo del agua. El lago estaba rodeado de hostas, bambúes de
diferentes alturas y sauces que llegaban
con las hojas de sus ramas y jugaban con el agua…
Contemplaba y miraba. Absorto vio
cómo la cara de ella se reflejaba desde el fondo del estanque. Su frente
despejada y limpia. Sus ojos vivos, penetrantes, transmitían un mensaje de
amor. Su nariz respingona. Aquellos labios, trazos sutiles por encima de la
barbilla puntiaguda, su tez… Todo emergía de un azul profundo. Entonces, él
alargó su cuerpo sobre la superficie, acercó sus labios a los de ella y al
besarla, todo eran círculos concéntricos
de ondas que se desvanecían y se agrandaban conforme se retiraban…
(Continuará…)
jueves, 21 de mayo de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul II
Relato corto. La Mujer de Azul II (viene de I)
El taxi los dejó en la puerta de
Salidas Internacionales del aeropuerto. Barajas-Adolfo Suárez, a esa primera
hora de la mañana, era un hervidero. En el mostrador de facturación pasaron los
trámites. Buscaron la puerta de embarque. Ella lo seguía. Una vez liberados del
equipaje entrelazó sus dedos con los de él, le lanzó una mirada de complicidad
y esbozó una sonrisa. Se cumplía. Él se lo había dicho muchas veces: los sueños
están para cumplirse…
Una vez dentro, la megafonía era un
martilleo constante:
“La compañía Iberia anuncia la salida
del vuelo 342 con destino París; señores pasajeros embarquen por puerta 7”
Ellos ya estaban en la fila que, a través de una
manga, los llevaría al interior del avión:
“Ultima
llamada para los pasajeros del vuelo 342 de la Compañía Iberia con destino París. Embarquen por puerta 7”
Repetía en inglés: “Last call for passengers of flight
Iberia 342 with destination París, please proceed to boarding gate number seven”
El vuelo no tuvo ninguna incidencia. Había un poco de
nieve en las cumbres de los Pirineos, y después
desde la altura, se veía un manto verde cruzado por ríos como hilos azules que
brillaban bajo la luz del sol. Desembarcaron
en Orly. Una vez con los equipajes en su poder, se decidieron por la opción A,
en el autobús de Air France. Les llevaría directamente a los Invalides,
luego, la línea 8 de metro hasta la Madeleine…
París se abría con todo su esplendor. París era luz y
vida, París era la libertad buscada y conseguida, la meta soñada, anhelada,
esperada. París era simplemente París… Entonces, él despositó un beso suave,
sensual, sobre sus labios. Ella se
destocó el sombrero chester de color azul y
correspondió con un beso de amor, como solo ofrecía en los momentos en
que… Los ojos le brillaban con ese brillo especial que aparece en las ocasiones
excepcionales.
¿Ves?, le dijo él un rato después, cuando paseaban por la Concorde camino
de los Campos Elíseos. Todo esto, todo París, ahora es para nosotros dos.
Mañana temprano, le dijo, subiremos a Montmatre…Se acercaron al Sena. El río
bajaba majestuoso, casi quieto…
-
El río, dijo
él, nos llevará a Giverny, donde Monet plantó su jardín para tener todos los
azules al alcance de su paleta…
-
Sí, Normadía, contestó
ella, lo dejaremos para otro día…
Paró un taxi. Entegó una nota con una dirección:
-
Le Bois D’Ancêtres.
34 Rue de la Montaigne Saint Geneviéve. Barrio Latino.
Después de la cena esperaban encontrar reminicencias de
Aznavour, de Ediht Piaff, de Mireille Mathieu … Un grupo cantaba al Che
Guevara…
(Continuará...)
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