Polopos.Paisaje de la Sierra de la Contraviesa. Granada.
El cabo de Sacratif es macizo rocoso adentrado en mar profundo. Sálvalo. Si es noche cerrada emite - el faro - luz potente (hasta el siglo XVIII, estos faros se iluminaban con hogueras frente al mar solitario) a intervalos, para orientar a navegantes.
“Aquí - te dirán en Carchuna - sólo se criaban palmitos y lagartos, pero, ahora, entra el dinero a espuertas”. Tampoco es para tanto. Depende de quién te lo cuente, le va en la feria.
La carretera, - la de antes, ahora la autovía va a media ladera más lejos de la playa - abre una raya gris orillada de palmeras descuidadas y mal podadas, y secciona, en dos, el mar de plástico entre urbanizaciones - Torrenueva y Calahonda - que dicen mucho en su apellido y que elevan al cielo colmenas paralepípedas feas, feas, feas...
Paisaje inhóspito y desolador por Castell de Ferro; el mar se torna azul, garzo, plateado o zarco, según hora y posición del sol. En el horizonte, al igual, se cruzan dos barcos que surcan la mar.
Antes de La Mamola - a donde la gente de Polopos ha traslado Ayuntamiento y servicios municipales -, gira a la izquierda. Comienzas una ascensión trepidante. La carretera es estrecha y tortuosa. Si te giras, de vez en cuando, verás, abajo mar. En poco menos de veinte kilómetros hemos subido por encima de los setecientos metros.
Polopos se asienta en ladera y, recostado, parece solearse con las buenas temperaturas al lado sur de la Contraviesa, porque no te he dicho antes que de aquí en adelante vamos a ir a lomos de esta sierra que se levanta entre el gran macizo - Sierra Nevada como habrás supuesto y supones bien - y el mar.
Ya están florecidos los almendros. Es pueblo pequeño - como tantos - donde la
gente labora sus cuatro palmos de tierra. A la salida, una ‘punta de ganado’ ramoneaban,
entre launas, por los barrancos. Triscan algún tomillo, majuelos, zamarrillas,
cardos o espinos, según qué tiempo y cómo venga el año. El oficio de cabrero o
pastor, que para el caso es igual, no tiene días marcados de rojo en su
calendario. El ganado come cada día y no entiende de nieblas ni brumas, de
ventiscas ni soles, de si ahora llueve o si se marca entre cumbres elevadas un
arco iris que parece, si cabe, aún más bello, aunque tampoco hay que echar en
olvido que aquí es tierra de mucha lucha, sacrificios y sinsabores.
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