miércoles, 19 de febrero de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El vecino de enfrente

 



                            Calle Negrillos. Álora (Málaga)


Encanto y embrujo; diferente. Surge la admiración, el asombro. Aparece la pregunta ¿Y, esto? ¡Sorpresa! O sea, calle Negrillo. Alora, sin ir más lejos.

Es una postal. Una vieja postal. La calle entrañable, recordada, única, irrepetible… Todo lo que ustedes quieran y algo más. Es la calle Negrillos. ¿El porqué del nombre? Da lo mismo. La calle Negrillos, de entonces. Sabor a pueblo y a cal; sabor a esencia. Es esa calle que anida y se queda dentro. Esa que uno, en ocasiones, cuando transita por la geografía se la encuentra sin esperarlo…

Las calzadas de la calle – reverbera la luz en las fachadas – limitan al norte, con el cielo azul; al este con el alero de un tejado; al oeste – no muestra el oeste, pero seguro que es con la fantasía y el ensueño-; al sur, antiguamente, cuando yo era niño con los almendros nevados – “el almendral del Macareno”- en lo crudo del invierno y el Castillo. El vecino de frente. Ahora, pinos, de esos con los que, a través de muchos intentos, el Ayuntamiento intenta la repoblación forestal de cerro …. Las Torres donde durmieron tantos sueños.

Una escultura moderna en una calzada. Macetas de geranios bordean los filos: azules, amarillas, verdes, rojas… Cuando sube alguien va a los suyo. Va de sus soledades a su tiempo. Por aquí ni anda ni se para el tiempo; ni corre ni se echa el viento… Por aquí salen al paso dos opciones: sube o baja. Escoge. La gente, las gentes de los pueblos siempre tiene en su manga una sorpresa que le muestran, cuando quieren, al viajero.

Se escalonan las calzadas. Se apoya una en la otra. Como se apoyan los años, como se sobreponen los días.  Modesto el cableado del tendido eléctrico; soberbio, el paisaje. El cielo limpio, el verdor del Pecho de las Torres, la generosidad blanca de tanta cal, cal de calera, de escobilla y cubo de cinc ya viejo...

Tejados de dos aguas; tejas moriscas, perfectamente ensambladas; en las fachadas, la puerta de la casa, y una, o dos ventanas. No había para más. Pequeñas, sin exceso, sin rejería ni balconada artística con filigranas, pero con mucho misterio dentro, tanto que a uno - de niño lo asustaban con ‘Marquita la del diablo’ - se le antoja que por alguna de ellas podría aparecer en cualquier momento la niña aquella…

Pinceladas de primor. No es una calle cualquiera. Todo en ella es suelo y cielo… Van y vienen, suben o bajan – da lo mismo-. Por allí, un día, se perdieron, los recuerdos…

 

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