Mercardo de Rungís. París
Por no sé qué fenómeno atmosférico
algunas mañanas amanecen sumidas en la
niebla. El castillo, el campanario de la iglesia, algunas casas del pueblo….
Son fantasmas. Se arranca y nadie sabe cómo, ni cuándo aparecen o se va.
El refranero castellano, ese
que tanto utilizaba Sancho y por lo que le reprendía don Quijote dice que
“mañanitas de niebla; tardes de paseo”. Es verdad. Algunas veces, de mediodía
arriba, se abre el cielo y aparece azul, turquesa como escapado de un cuadro de
Murillo. La luz, la sagrada luz del Sur le pone un tinte especial, diferente.
Una canción de Simon y
Garfunkel hablaba de un puente y de aguas turbulentas. No sé si los puentes
tienen algo que ver con las nieblas y las aguas turbulentas que van río abajo.
A mí me parece que los puentes prestan otros servicios, pero de “eso hoy no
toca”.
Yo he vivido días de niebla
impenetrable. En una ocasión, en el aeropuerto de Madrid. Lo cerraron.
Obviamente, vuelo perdido. Nos alojaron en un hotel, en las cercanías y allí
pasamos hasta el día siguiente en que parecía que nadie había roto un plato.
Recuerdo otra niebla. Aquella
fue por fuera y por dentro. La mañana estaba gélida, como suelen estar las
mañanas en el mes de febrero en París. Girábamos una visita a unos asentadores
con los que trabajábamos en el Mercado de Rungis…
En la calle se cortaba el frío.
A unos metros las figuras humanas eran seres de otro mundo. De pronto, un
hombre muy mayor – dentro de la nave – casi en la puesta del asentador, se me
acercó, me pregunto:
- ¿Usted, es de los que han
venido de Málaga?
- Sí. ¿En qué puedo servirle?
- Verá... Yo, me viene cuando
la guerra… Ya sabe usted… No he vuelto más.
El hombre introdujo su mano en
bolsillo del pantalón. Sacó una cartera con las equinas raídas. La abrió
pausadamente y me mostró una foto cuarteada y de color sepia raído. Era la foto
de una mujer morena, con el pelo lago y lacio, negro. Caía sobre un hombro….
- Es mi mujer, ¿sabe usted? Por
un casual usted no la habrá visto por Málaga ¿verdad? …
Me partió el alma. Hacía frío;
en aquel momento, mas. Todos flotábamos en la niebla. Por dentro… ¡ay Dios mío,
por dentro…!
Como pude, le dije que
volviera, que Franco ya había muerto, que a España llegaba la Democracia y que
era nuestra tierra, la tierra de todos que… No sé qué más pude decirle.
Al despedirnos fue a darme la
mano. Yo, le di un abrazo largo. De dentro de los ojos me salía algo cálido.
Eran lágrimas. Bajaban por las mejillas…
- Si la ve – me dijo – dígale que no la olvido.
Era febrero de 1982…
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