martes, 31 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día.
Que las olas del mar de la vida os lleven a la Ítaca donde mana la felicidad y la esencia de la amistad entre rosas y sueños.
lunes, 30 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y no estabas tu
¿Sabes? El otro día, muy de mañana, te busqué junto al río, al otro lado del
puente desde donde Belmonte mira la Giralda y espera el toque de clarines sin
timbales. Luego me adentré en Monserrat. En la Magdalena supe que allí habían
bautizado a un genio llamado Murillo y en su collación dieron sepultura a otro,
a Juan Martínez Montañés. Y te buscaba…
Anduve por Reyes Católicos y por Bailén y me
llegué hasta el Museo… Tienen sus patios umbríos arrayanes que emulan la gloria
de otros que compiten con rosas reflejos de reinas moras en tierras lejanas y cipreses que apunta al cielo y, dentro, todo
lo sublime del arte que se puede guardar entre paredes.
Por Alfonso XII me llegué hasta
la Plaza del Duque – el de la Victoria – pero el pueblo, ya se sabe, siempre
toma la trocha que más le conviene. En la Campana aunque no es tiempo resuenan
pasos de costaleros y voces de capataces que quieren abrazar la estrechez de la
calle. Y te buscaba.
Sierpes, cervantina y carcelaria.
Por cierto ¿será verdad que allí, se gestaron esas primera letra del Quijote…
“de cuyo nombre no quiero acordarme”? La Plaza del Salvador…. Dentro Jesús de
Pasión, y la Virgen de la Antigua y el Cristo del Amor, el primero de los
cristos de Juan de Mesa…
En General Polavieja, donde,
¿sabes? aquel día… Pues sí allí, en la cercanía del Antiguo Mesón del Negro.
Eso – lo de Mesón - lo dice un mosaico en la pared. Se remonta al XVII, y luego,
sin prisa hasta la Casa Grande que sigue siendo grande pero desde hace mucho
tiempo no es franciscana… Los tiempos tienen cosas así. Y te buscaba…
Por un laberinto de calles me
perdí y supe del convento de la Encarnación y de la Hospedería del Laurel y en
la Plaza de los Venerables un mosaico informaba de que por allí debió andar don
Juan, el de Zorrilla y, el otro, el de verdad. En la Plaza de Doña Elvira fluía
un rumor de agua clara en una fuente blanca….
Por una barreduela llegué hasta
la Plaza de Santa Marta. Soledad, umbría; misterio de monjas y conventos y,
entonces… ya no te busqué más porque,
entonces, supe que la esencia flota en el aire, porque Sevilla, la esencia eres
tú…
lunes, 23 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nochebuena
Me levanto temprano. Aún la luz
no ha entrado por las rendijas de las cortinas que cierran los ventanales del
hotel. Me echo a la calle. Anda por un laberinto de calles estrechas, angostas.
Don Remondo, Cardenal Saénz y Flores… Sinrazón e injusticia. Por aquí pasó una
noche, a mala hora, la muerte de la mano de pistoleros. Buscaban sangre
inocente. La encontraron. Se llamaban Alberto y Ascen..
Me pierdo por Argote de Molina, Ángeles,
Abades… Aún están cerradas las puertas. No transita casi nadie. Llego hasta Doña
María Coronel. Allí, en la puerta del convento de Santa Inés, me paro. Pienso. Recuerdo
a Bécquer – que mala vida le dio el amor a este hombre –. Me fluye Maese Pérez.
Deambulo sin ir a ninguna parte.
Es la mejor manera de ir donde uno quiere ir. Entro en la catedral. En la
capilla de la Virgen de los Reyes han comenzado a rezar Laudes. Cantan las antífonas,
a coro. Acompaña el órgano…
Mausoleos de diferente materiales
encierran despojos reales. En hornacina de plata San Fernando, el rey leonés
enterrado en Sevilla (León cobija los de San Isidoro); en mármol, Beatriz de Suabia,
Alfonso X, el Sabio, Pedro I de
Castilla, María de Padilla… Un compendio de Historia de España en unos metros
cuadrados.
Me vuelvo a la calle. Bajo
(Sevilla es tan llana que no se sabe si uno baja o sube) por calle Alemanes. Paso
ante la Puerta del Perdón, una cerámica
de Triana informa de la escalinata que cita Cervantes cuando ‘presenta’ a
Rinconte y Cortaillo; de allí, al patio de Monipodio...
Me siento en un bar. Debo de ser
los primeros clientes. Pienso, de nuevo, en Maese Pérez, el organista ciego y pobre que
un día vería a Dios. Todas las Nochebuenas tocaba, como solo pueden hacerlo las
almas que están en comunión con Dios, el órgano
en el convento de Santa Inés. Toda Sevilla acudía a escucharlo… La Leyenda
lo inmortalizó para siempre.
Nochebuena de entonces, de ahora…
¡Feliz Nochebuena, feliz Navidad! Recuerdos y ausencias; más recuerdos y nudos
en las gargantas. Luces tenues que solo se encienden para dar fuelle a un
órgano imposible.
Pido un café con churros (en Sevilla
los llaman ‘calentitos’) Los bares de la zona montan sus servicios. Dentro de un
rato todo esto será un hervidero. Tocaban las campanas de la Giralda…
domingo, 22 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Solsticio de invierno
Dice el calendario que hoy es el
solsticio de invierno, o sea, hoy es la noche más larga del año, y a partir de
mañana los días serán un poco, solo un poco, casi imperceptiblemente todavía,
más largos. El refranero popular se lo da a Santa Lucía y en esa fecha,
anuncian, que comienza a haber un poco más de luz. No es así pero da lo mismo.
Hace unos años (era verano y el
sol no se ponía lo que para mí era una novedad) en el norte de Noruega, comentaba con la persona que me atendía cómo
podían soportar tanta oscuridad en los meses largos del invierno. Me decía que hasta el dieciséis de enero
ellos no ven la primera claridad en el horizonte. ¿Cómo pueden vivir así?,
pregunté, en mi ignorancia. La respuesta fue la adecuada ¿,Y, ¿ustedes con
cuarenta grados a la sombra?
Esta mañana me fui temprano al
campo. Por aquí no ha llovido con la generosidad que lo ha hecho en otros
lugares de España pero los quince litros han sido muy bien aprovechados. El
campo tenía bendición de Dios. El viento ha soplado durante toda la noche. No ha
dejado que cuajase la escarcha y a pesar de la hora todo esta limpio. Verdegueaban,
en la lejanía las lomas…
Aún no han florecido los almendros.
Si esto sigue así, con esta temperatura, dentro de unos días casi seguro habrá
alguno tempranero en las solanas que proclamen que la naturaleza está viva y
que solo aguarda el momento oportuno para sacar fuera toda la belleza que
encierra.
Pasó una bandada de grajillas. Graznaban
y dejaban un sinfonía rara sobre el cielo que ahora ha vuelto a estar azul y
lucía con nitidez en la limpieza que han dejado la nubes. Las grajillas suben
cada mañana en busca de los lo olivares. La aceituna madura (en otros lugares
están en plena recolección) es un manjar para ellas muy estimable.
El telediario, del mediodía, ha
sido una gozada. Solo han hablado de la felicidad efímera de los agraciados con
la lotería. Por cierto han reivindicado “Soria, ya”. Me uno a ellos. Esa
bendita y muy fría tierra es una gran desconocida. Ni una noticia de políticos, ni de
componendas, ni de trapos sucios de unos contra otros.
viernes, 20 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ayer
El castillo de corcho coronaba
un cerro de sacos yute. Tocaba, en la lejanía, un cielo azul de papel continuo
con estrellas recortadas en papel plateado que se perdían en unos tamaños
diferentes porque así se expresaba mejor la distancia en el infinito.
Por las montañas que bajaban
hasta el valle de serrín pastaban
ramoneando trozos de tomillo unas cabras de colores: negras, blancas,
pintadas. No había mucha proporción entre las madres y los chivos pero tampoco
importaban mucho.
Las ovejas eran las dueñas del
paisaje en otro lugar de la montaña y, sobre todo ante el portal. En las
praderas, junto al río, un gañán araba con una yunta de vacas y, en el pozo
zureaban las palomas. Había una que tenía pinta de pichón y que a duras penas se
sostenía sobre el listón que atravesaba el brocal. Muchas mañanas sin que
ninguno de nosotros lo hubiese tocado aparecía en el suelo, junto al pilar
donde siempre había algún animal abrevando.
En el río sin agua pero con
papel de plata y unos trozos de cristal para darle más apariencia de agua
helada nadaban unos patos que siempre estaban en el mismo sitio y eso que tenía
muy poca corriente. El río nacía en el fondo de una cueva hecha con gandinga
del tren y con un espejo que aparentaba profundidad…
Los Reyes venían camino del
portal pero pasaron por el castillo de Herodes para enterarse de lo que
buscaban, claro, entonces no había navegadores que les indicasen: “ a
trecientos metros toma la segunda salida a la derecha…” y esas cosas. En la
puerta del castillo había un soldado siempre de guardia y siempre estaba muy
mal encarado…
Los pastores, ¡ay, qué bien me
caían a mí los pastores!, andaban a lo suyo,
o sea, unos se calentaban en un chozajo de palos; otros, a la intemperie; la lavandera
iba a lo suyo, lavaba y lavaba, y
enjuagaba la ropa blanca; la posadera esperaba los clientes y…
Pitas pequeñas, ramitas de
encinas, chumberas, aulagas con espinas y muy olorosas, tomillo, romero… era la
vegetación - lo único natural – que habíamos traído del
campo de verdad. El portal siempre estaba en su sitio. El Misterio ocupaba todo
el centro del Nacimiento porque nosotros no lo llamábamos ‘Belén’ y mi casa,
entonces, olía a Navidad…¡Ayer, que lejos se queda todo! ¿verdad?
jueves, 19 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestras vidas
No se ponen de acuerdo en la
fecha ni lugar de nacimiento (Paredes de Navas o Segura de la Sierra); tampoco en
el de su muerte. Coinciden todos: fue uno de los grandes, de los más grandes. Con
solo cuarenta coplas de pie quebrado ha pasado a la Historia de la Literatura
Española.
Jorge Manrique, hijo de Rodrigo
Manrique y Mencía de Figueroa, nació en
1440. En esa fecha su padre adquirió el Señorío de Paredes de Navas en tierras
palentinas. De ahí puede venir la confusión.
De niño vivió, y estudió humanidades
en Segura de la Sierra. Una placa en la Plaza del Comendador lo atestigua. En Paredes
de Navas – no quieren perderlo- le han
erigido un monumento.
Su familia, Manrique de Lara, está entroncada con don Íñigo López de Mendoza,
marqués de Santillana, primo de su madre que pasaba temporadas en la casa de
Segura de la Sierra, en la calle Messía de Leiva…
Es el prototipo de hombre de
letras y armas del Prerrenacimiento. Tomó parte, a favor de Doña Isabel en las luchas contra la Beltraneja
y murió combatiendo por la causa frente al castillo de Garcimuñoz, en Cuenca.
Tercera controversia. Hay quien opina que murió, a finales de abril, en Santa María del Campo Rus como consecuencia
de las heridas sufridas en la batalla. Lo enterraron en Uclés.
No había cumplido los cuarenta
años. Estaba casado con la joven hermana de su madrastra, Guiomar de Castañeda, con quien tuvo dos hijos, Luis y
Luisa. A pesar su corta edad su obra literaria, Coplas a la muerte de su padre lo ha hecho entrar con pie propio entre los
poetas insignes de nuestras letras. La otra la divide en partes – sin que sea obstáculo su brevedad- para tocar el paso del tiempo, la vida comparada
con los ríos – camino inexorable hacia
la muerte - , la vanidad o el elogio de las virtudes.Se compendia en tres
partes: la vida en la tierra, la fama, y la posteridad
Comienzan: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte /contemplando/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la
muerte, / tan callando; / cuán presto se va el placer, / cómo, después de
acordado,/ da dolor;/ cómo a nuestro
parecer, / cualquiera tiempo pasado, / fue mejor…”
Y concluyen: “…y aunque la vida murió, /nos dexo harto
desconsuelo /su memoria”.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ropa tendida
Gonzalo
de Berceo en el siglo XIII, un poco más lejos que ayer tarde, acuñó casi en la
cuna de nacimiento de la lengua castellana aquello de “quiero fer una prosa en román paladio,/ en qual suele el pueblo fablar
a su vecino”.
Naturalmente, aquello era la belleza suprema de una lengua
que apuntaba.
El
pueblo – la lengua que hablaba el pueblo, para ser más preciso - evolucionó y
lo hizo de tal manera que en las conversaciones, en las trovas de los juglares
o en las expresiones coloquiales, no solo se expresaba lo que se quería decir
sino que, ocasiones, hasta llevaba un mensaje escondido. Me vienen al mente las
estrofas de Mío Cid: “Dios que buen
vasallo si tuviese buen señor”.
Dejemos
a un lado los juramentos de Burgos – “En
Santa Gadea de Burgos / do juran os fijosdalgo…” – y el aprieto en que pone
al rey, Alfonso VI, de no haber tomado parte en la muerte de su hermano Sancho
II. El poeta que escribía aquello no solo exaltaba la bondad de Rodrigo Díaz de
Vivar sino que, al mismo tiempo ponía, con un menoscabo, en entredicho las
virtudes e incluso las capacidades del
propio Rey.
La
lengua evoluciono tanto que incluso palabras que en un tiempo tuvieron un
significado, luego, tomaron otro. Lope de Vega en una de sus comedias llega a
decir que “las damas estaban con los caballeros en el retrete”. En el uso de la
lengua de hoy, en el siglo XXI, no pensamos
que las señoras, entre bastidores de bordados y
costuras estaban en una habitación apartada de la casa, generalmente
soledad y calentita en invierno, departiendo en una tertulia.
Pensaríamos, obviamente,
otra cosa y, además, podría ser hasta de mal gusto.
Pasados
muchos años, a veces, la lengua se ha usado con un significado incluso
diferente a lo que expresaba. Cuando entre adultos se entablaba una
conversación escabrosa y con la presencia de menores que las cazan al vuelo, la
expresión común era: “hay ropa tendida”.
Felipe
Aranda, que habla con la lengua de su máquina de fotografía, lo ha dicho sin
rodeos. Es una mañana de sol otoñal. El alero del tejado alarga su propia
sombra sobre la blancura de la fachada; una brisa suave bambolea las prendas.
Está claro: hay ropa tendida.
martes, 17 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De otra pasta
Tarde de otoño; luna menguante, viento frío. Podo las parras. ¡Hay brotes nuevos! El
campo está desquiciado. De pronto una bulla de recuerdos…
Era un hombre alto, enjuto, de
pocas palabras y muy mal genio. Carácter impulsivo; al momento, nada. Con las
sombras del candil era algo así como una reencarnación de Don Quijote. Fumaba Ideales
y era muy ‘amigo’, del aguardiente fuerte. Rayaba en el orujo. Como el
Lazarillo le daba sus tientos callados. La botella, verde se guardaba en la
alacena de la casa…
Cuando hablaba, emitía frases
lapidarias… Directo; sin rodeos. Le cantaba las verdades del barquero al
mismísimo Padre Santo de Roma si se hubiese terciado y era preciso… De niño lo
llevan a ver el mar. Se quedó asombrado:
-
“Tito Paco, exclamó, con la inocencia de un niño
de campo de secano: qué poza más güena
para que se bañen los guarros…”
-
Lo importante es ponerse en el sombrero porque
el día que no te lo puedas poner…
-
Para pagar, el primero; para pasar el río, el
último.
- Si no puedes dormir la siesta – él la dormía
en invierno y verano - bajo cualquier
naranjo, ni eso es una huerta ni eso es ná.
- Por mucho barro que tengan los caminos siempre
hay una vereílla.
- Los chivos de enero no valen dinero…
- Los trenes llevan mucho retraso, pero tú, en
la estación, a tu hora.
- Madre,
he gastado dos panillas de aceite y un haz de leña. Ya he ganado hoy el peoncillo…
- Si se pierde una gallina, búscala en el
pajar…
- Donde hace más calor del mundo es regando en
medio de un maíz…
- Brotes
de la parra a destiempo, mal año y poco
sustento...
Era una filosofía de vida. Su
propia filosofía. Cogía los pepinos más tempraneros y, cuando ya nadie tenía pepinos, él, sí
tenía. Regaba de noche. Si había luna,
con la luz de la luna, si no, con un candil. Jamás supo que era la evaporación
en las horas de más insolación. “Está medio chiflado”, decían algunos vecinos.
Él, sí sabía lo que hacía…
Se lo llevó una neumonía cogida
en una recacha. Yo, lo lloré mucho…
lunes, 16 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De postal
Dicen que el Ángel de la Guarda
de mi pueblo, o sea, de Álora andaba con algo de zozobra y preocupación por cómo
iban las cosas por aquí abajo. Una mañana habló con Dios y se lo dijo. Le pidió
permiso para bajar y echar un cigarro… Dios, complaciente, extendió los brazos
y abrió las palmas de sus manos y: ¡Adelante!
El Ángel se puso su ropilla nueva. Se echó la mejor colonia, esa que saca de la esencia de
azahar de sus huertas en primavera y se alfileó un puñado de copos de nieve
blanca, muy blanca, tan blanca que ya no tenía plumas y los zapatos eran de viento.
Por el camino pensaba cómo
abordaría el tema. Pensó que lo mejor era ir al grano directamente y fue:
-
¿No te has dado cuenta, le dijo, al llegar que
Coín se te ha disparado por delante?
-
¿No has visto cómo van los Alhaurines? Han
invertido el orden y el chico, ya va
por delante del Grande…
-
Y que Cártama es la ‘capital’ del distrito
sanitario y ciudad dormitorio de Málaga…
-
Sí, lo sé…
El Ángel no salía de su asombro
ante tanto pasotismo…
El Ángel ya no escuchaba, se había
ido. Llegó al cielo un tanto desanimado. Entonces Dios, ese señor al que pintan
con una barba blanca muy larga, con su dedo índice se hizo un bucle y le echó
el brazo por encima del hombro…
domingo, 15 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sevilla tuvo que ser...
A marochos y perotes que vivieron unas
horas excepcionales en el Museo. ¡Sevilla tuvo que ser!
Sevilla tuvo que ser…, sí la de la lunita
plateada, la de la Plaza de Doña Elvira, la del Barrio de Santa Cruz y la
Judería, la de calles estrechas y
lúgubres por donde no entra el sol. ¡Sevilla de misterio!
A Sevilla llegó el muchacho.
Había nacido en Alcalá la Real. Mitad del XVI, 1568. Con doce años marcha a
Granada. Talla su primera obra. Sigue la sombra de su maestro – no la abandona
nunca, cosa de los que son grandes de verdad - Pablo de Rojas. Tenía 19 años cuando cambió el
aire frío de la Sierra por la orilla del río Grande. Se llamaba Juan Martínez
Montañés.
En Sevilla se establece en la
Magdalena. Con diecinueve años contrae matrimonio con Ana de Villegas, en San
Vicente. Cinco hijos; tres religiosos. Allí muere Ana, en aquella colación
recibe sepultura. Con 46 vuelve a contraer matrimonio, ahora con Catalina de
Salcedo. Nacen siete hijos…
Hombre profundamente religioso
y culto. Tiene problemas con la Inquisición por defender el Dogma de la
Inmaculada Concepción. Sus alumnos acceden a su biblioteca, a sus reuniones culturales. En el examen como tallista y ensamblador de
retablos dicen de él que era “hábil y
suficiente para ejercer oficio”.
Su gran obra, salvo unas
cuantas excepciones, es religiosa. San
Isidoro del Campo, San Leandro o Santa Clara atesoran (otra gran parte
fue a América) sus creaciones principales. Es la esencia del realismo manierista
y la profundidad del Barroco asidas de la mano.
Velázquez, a quien debió
conocer en el taller de Pacheco que estofa parte de su obra, pintó el ‘sfumato’, o sea, el espacio que flota
entre las figuras del cuadro. Montañés, lo recoge en las miradas de los
eremitas. Hay un recorrido desde los
ojos de Santo Domingo hasta el encuentro con la Cruz. En San Bruno es
resignación; en el San Jerónimo de Llerena una respuesta a la duda; el de San
Isidoro del Campo, aceptación…
Su gran obra religiosa queda
plasmada en las Inmaculadas y Cristos.
Jesús de Pasión es la dulzura de Dios-hombre; el Cristo de la Clemencia, su
obra sublime, teología mística, resuello contenido: “No me mueve mi Dios / para
quererte…”
Juan Martínez Montañés muere víctima
de la peste en 1649. Tenía 81 años. El Museo de Sevilla organiza una magna del
‘dios de la madera’. Algo único.
jueves, 12 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La barca
Ella subió a la barca allí donde el río se hace espuma
de nácar y se confunde con la mar. Rizos de olas, bucles de sueños… Por allí,
dicen, (miraba a la lejanía) se va el sol, cada tarde, camino de América; por
ahí, viene cada mañana para andar su camino.
A un lado las copas de pinos hacen de palio a una tierra arenosa y
llana, más bien ondulada; al otro, la tierra se abre y se va, de lejos, por
entre viñedos y albarizas.
Ella subió y no se lo dijo a
nadie. Tintineaban las estrellas en la noche oscura. De pronto, una embarcación
potente pasó rauda muy cerca. Ella sabía
qué llevaba aquella embarcación. Sabía que río arriba otros hombres la
esperaban. Mejor esperaban la mercancía de muerte y negocio, que van de la
mano, y que iba en su interior.
El río en la quietud de la
noche dibujaba un meandro grande, espacioso. Ya no tenía prisa. Toda la prisa
se había quedado por las orillas. Estaban en el recuerdo el sabor a retama y a
olivos tiernos. Todo era silencio. Solo el ruido del motor. Una brisa suave
peinaba los arrozales de la marisma. Sabía que allí entre el verdor que ahora
se veía todo oscuro, pastaban margaritas, en primavera, toros negros como era
la noche negra, como era negra la apretura en su garganta.
Siguió río arriba. En el
horizonte – el mar ya quedaban muy lejos – parpadeaban entre la oscuridad unas
luces tenues, diminutas, casi imperceptibles, perdidas en la distancia. Eran
las luces de los pueblos que bordeaban la marisma…
Había pasado un rato muy
grande, tan grande que el cielo había tornado aquel color azabache de antes por
otro cárdeno, más entrepelado. Anunciaba que, por Oriente, venía el alba.
Cuando se hizo de día. Ella
dejó anclada la barca. Se acercó a la orilla, entreabrió, con sumo cuidado, las
ramas de la vegetación de ribera y vio con su propia mirada cómo todo era
quietud, sosiego, paz, y dejó que en la orilla y en la vegetación se quedasen
prendidos para siempre sus prístinos ojos verdes…
Y entonces, como un murmullo de
brisa por entre los árboles apareció él. En sus manos traía la rosa roja más
bella de sus rosales. En la yema de los dedos una gota de sangre. Depositó un
beso suave, casi imperceptible sobre la rosa y se la entregó a ella. Ella
devolvió el beso sobre la rosa y con toda ternura la dejó en el canalillo de su
pecho.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Una hoja de cuaderno de bitácora. ¿A qué jugamos?
No quiero ser aguafiestas. No,
por Dios. No quiero aparentar lo que no soy ni por supuesto erigirme en adalid
de nada ni de nadie. Ni mucho menos. No quiero que estas líneas sirvan para que
a alguien, en un momento, le haga sentirse mal. Tampoco.
Acabamos de pasar eso que
llaman un puente. Otros lo han calificado de acueducto. Da lo mismo pero no es
igual. El puente puede ser más o menos largo. Por el transitan personas,
vehículos; por el acueducto solo agua. Las cosas en su sitio.
España – alguna gente de
España, claro – se ha echado a la calle. Literalmente no se cabía en el centro
de las ciudades, en la carreteras, en las ventas de los bordes de los caminos o
en ese eufemismo que ahora se ha dado en llamar ‘casas rurales’…
España ha huido de sí misma. La
gente ha cambiado de sitio porque iba en estampida como quien ve fantasmas y
corría y corría… Algunos envueltos en mañanas de niebla; otros en tardes
placenteras de sol. Castañares de otoño, campiñas donde a duras penas sale las
sementeras, choperas ya sin hojas en las orillas…
Un amigo, un entrañable y muy querido amigo, se ha ido estos
días, al país de enfrente. A ese al que llaman
el ‘amable vecino de enfrente’. Mi amigo ha enviado a nuestro grupo (se dice
colgar, cuando aquí no se ‘cuelga’ a nadie, quede claro) un ilustrativo
reportaje fotográfico.
El valor antropológico,
excelente. El valor de denuncia, aunque él no lo ha hecho con esa intención,
por supuesto, también. Dos mujeres, por las apariencias mayores, transitan por
la carretera cargadas con haces de yerba sobre sus espaldas. Van a alguna
parte. Casi seguro, a su casa… Son dos mujeres del Tercer Mundo. Éstas no ocupan
lugar en los escaparates. Me chirrían algunas cosas. Perdonen la pregunta: ¿A
qué jugamos?
martes, 10 de diciembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Catalán
El nombre lo decía casi todo.
En la otra punta de la línea se le conocía como el ‘sevillano’. Córdoba, punto
de entronque, en sentido ascendente; de separación, en el descendente. Medio tren
hacia Sevilla; el otro medio, a Málaga.
El ‘catalán’ era un expreso de
larga distancia. Era, también, un reguero de adioses, de partidas camino de la
tierra, entonces, de promisión, o sea,
Cataluña. Andalucía de alpargatas y analfabetismo tenía que buscarse la vida en
otra tierra.
Los andaluces ‘convocados’ a la
emigración tenían varios destinos. Dentro de España: País Vasco y Cataluña, sin
descartar Valencia, Asturias y Madrid; fuera de nuestras fronteras, Alemania,
seguido de Suiza y Bélgica. Algunos fueron más lejos, Australia. En el recuerdo,
en el primer tercio del siglo XX, Argentina.
Una maleta de madera, una
talega con comida y la ropa mejorcilla que se tenía era el equipaje del pionero.
Abría camino; la mujer y los niños esperaban la llamada para el reencuentro.
Meses después, se producía y, entonces, la diáspora ya era total. Familias
desgarradas, corazones hechos añicos. Atrás se quedaba mucho; en el horizonte,
un futuro. No había más.
Mientras tanto, el Estado y las
Cajas de Ahorro andaluzas invertían, por orden gubernamental, en Cataluña. Parte
del dinero – poco o mucho; el que había – en aquella tierra que es verdad era
próspera y le daba oportunidades a los que aquí no las habían tenido. ¿O se las
habían negado?
El ‘catalán’ partía de Málaga a
media tarde. Por Bobadilla era ya casi de noche. Acudía gente de Los Corrales,
Olvera… En Puente Genil, los que venían de la campiña cordobesa. En Córdoba, se
enlazaban los dos trenes: el de Sevilla – ‘el sevillano’ - y el de Málaga. En
Espeluy, un ramal de Almería.
Por Alcázar de San Juan era
madrugada. Un hombre con voz ronca vendía ‘tortas del Alcázar’. Al amanecer, otro
hombre con blusón largo, abrochado en el primer botón, y una caja por delante,
pregonaba: ‘navajas de Albacete’. Se cubría con una gorra.
En Valencia, cambiaba la
dirección, como en Alcázar. El tren se acercaba a la costa. Por Tarragona se
tocaba la mar con la mirada. En El Garraf, los naranjales eran tierra de
algarrobos y almendros. Bien pasado el mediodía, si todo había ido bien, el
tren, llegaba a la Estación de Francia… Ese sí que era otro mundo…
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