Tarde de otoño; luna menguante, viento frío. Podo las parras. ¡Hay brotes nuevos! El
campo está desquiciado. De pronto una bulla de recuerdos…
Era un hombre alto, enjuto, de
pocas palabras y muy mal genio. Carácter impulsivo; al momento, nada. Con las
sombras del candil era algo así como una reencarnación de Don Quijote. Fumaba Ideales
y era muy ‘amigo’, del aguardiente fuerte. Rayaba en el orujo. Como el
Lazarillo le daba sus tientos callados. La botella, verde se guardaba en la
alacena de la casa…
Cuando hablaba, emitía frases
lapidarias… Directo; sin rodeos. Le cantaba las verdades del barquero al
mismísimo Padre Santo de Roma si se hubiese terciado y era preciso… De niño lo
llevan a ver el mar. Se quedó asombrado:
-
“Tito Paco, exclamó, con la inocencia de un niño
de campo de secano: qué poza más güena
para que se bañen los guarros…”
-
Lo importante es ponerse en el sombrero porque
el día que no te lo puedas poner…
-
Para pagar, el primero; para pasar el río, el
último.
- Si no puedes dormir la siesta – él la dormía
en invierno y verano - bajo cualquier
naranjo, ni eso es una huerta ni eso es ná.
- Por mucho barro que tengan los caminos siempre
hay una vereílla.
- Los chivos de enero no valen dinero…
- Los trenes llevan mucho retraso, pero tú, en
la estación, a tu hora.
- Madre,
he gastado dos panillas de aceite y un haz de leña. Ya he ganado hoy el peoncillo…
- Si se pierde una gallina, búscala en el
pajar…
- Donde hace más calor del mundo es regando en
medio de un maíz…
- Brotes
de la parra a destiempo, mal año y poco
sustento...
Era una filosofía de vida. Su
propia filosofía. Cogía los pepinos más tempraneros y, cuando ya nadie tenía pepinos, él, sí
tenía. Regaba de noche. Si había luna,
con la luz de la luna, si no, con un candil. Jamás supo que era la evaporación
en las horas de más insolación. “Está medio chiflado”, decían algunos vecinos.
Él, sí sabía lo que hacía…
Se lo llevó una neumonía cogida
en una recacha. Yo, lo lloré mucho…
No hay comentarios:
Publicar un comentario