Gonzalo
de Berceo en el siglo XIII, un poco más lejos que ayer tarde, acuñó casi en la
cuna de nacimiento de la lengua castellana aquello de “quiero fer una prosa en román paladio,/ en qual suele el pueblo fablar
a su vecino”.
Naturalmente, aquello era la belleza suprema de una lengua
que apuntaba.
El
pueblo – la lengua que hablaba el pueblo, para ser más preciso - evolucionó y
lo hizo de tal manera que en las conversaciones, en las trovas de los juglares
o en las expresiones coloquiales, no solo se expresaba lo que se quería decir
sino que, ocasiones, hasta llevaba un mensaje escondido. Me vienen al mente las
estrofas de Mío Cid: “Dios que buen
vasallo si tuviese buen señor”.
Dejemos
a un lado los juramentos de Burgos – “En
Santa Gadea de Burgos / do juran os fijosdalgo…” – y el aprieto en que pone
al rey, Alfonso VI, de no haber tomado parte en la muerte de su hermano Sancho
II. El poeta que escribía aquello no solo exaltaba la bondad de Rodrigo Díaz de
Vivar sino que, al mismo tiempo ponía, con un menoscabo, en entredicho las
virtudes e incluso las capacidades del
propio Rey.
La
lengua evoluciono tanto que incluso palabras que en un tiempo tuvieron un
significado, luego, tomaron otro. Lope de Vega en una de sus comedias llega a
decir que “las damas estaban con los caballeros en el retrete”. En el uso de la
lengua de hoy, en el siglo XXI, no pensamos
que las señoras, entre bastidores de bordados y
costuras estaban en una habitación apartada de la casa, generalmente
soledad y calentita en invierno, departiendo en una tertulia.
Pensaríamos, obviamente,
otra cosa y, además, podría ser hasta de mal gusto.
Pasados
muchos años, a veces, la lengua se ha usado con un significado incluso
diferente a lo que expresaba. Cuando entre adultos se entablaba una
conversación escabrosa y con la presencia de menores que las cazan al vuelo, la
expresión común era: “hay ropa tendida”.
Felipe
Aranda, que habla con la lengua de su máquina de fotografía, lo ha dicho sin
rodeos. Es una mañana de sol otoñal. El alero del tejado alarga su propia
sombra sobre la blancura de la fachada; una brisa suave bambolea las prendas.
Está claro: hay ropa tendida.
La foto y la redacción son una sutil invitación al gozo y a la reflexión. Gracias a los dos
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