El nombre lo decía casi todo.
En la otra punta de la línea se le conocía como el ‘sevillano’. Córdoba, punto
de entronque, en sentido ascendente; de separación, en el descendente. Medio tren
hacia Sevilla; el otro medio, a Málaga.
El ‘catalán’ era un expreso de
larga distancia. Era, también, un reguero de adioses, de partidas camino de la
tierra, entonces, de promisión, o sea,
Cataluña. Andalucía de alpargatas y analfabetismo tenía que buscarse la vida en
otra tierra.
Los andaluces ‘convocados’ a la
emigración tenían varios destinos. Dentro de España: País Vasco y Cataluña, sin
descartar Valencia, Asturias y Madrid; fuera de nuestras fronteras, Alemania,
seguido de Suiza y Bélgica. Algunos fueron más lejos, Australia. En el recuerdo,
en el primer tercio del siglo XX, Argentina.
Una maleta de madera, una
talega con comida y la ropa mejorcilla que se tenía era el equipaje del pionero.
Abría camino; la mujer y los niños esperaban la llamada para el reencuentro.
Meses después, se producía y, entonces, la diáspora ya era total. Familias
desgarradas, corazones hechos añicos. Atrás se quedaba mucho; en el horizonte,
un futuro. No había más.
Mientras tanto, el Estado y las
Cajas de Ahorro andaluzas invertían, por orden gubernamental, en Cataluña. Parte
del dinero – poco o mucho; el que había – en aquella tierra que es verdad era
próspera y le daba oportunidades a los que aquí no las habían tenido. ¿O se las
habían negado?
El ‘catalán’ partía de Málaga a
media tarde. Por Bobadilla era ya casi de noche. Acudía gente de Los Corrales,
Olvera… En Puente Genil, los que venían de la campiña cordobesa. En Córdoba, se
enlazaban los dos trenes: el de Sevilla – ‘el sevillano’ - y el de Málaga. En
Espeluy, un ramal de Almería.
Por Alcázar de San Juan era
madrugada. Un hombre con voz ronca vendía ‘tortas del Alcázar’. Al amanecer, otro
hombre con blusón largo, abrochado en el primer botón, y una caja por delante,
pregonaba: ‘navajas de Albacete’. Se cubría con una gorra.
En Valencia, cambiaba la
dirección, como en Alcázar. El tren se acercaba a la costa. Por Tarragona se
tocaba la mar con la mirada. En El Garraf, los naranjales eran tierra de
algarrobos y almendros. Bien pasado el mediodía, si todo había ido bien, el
tren, llegaba a la Estación de Francia… Ese sí que era otro mundo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario