viernes, 20 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ayer






El castillo de corcho coronaba un cerro de sacos yute. Tocaba, en la lejanía, un cielo azul de papel continuo con estrellas recortadas en papel plateado que se perdían en unos tamaños diferentes porque así se expresaba mejor la distancia en el infinito.

Por las montañas que bajaban hasta el valle de serrín pastaban  ramoneando trozos de tomillo unas cabras de colores: negras, blancas, pintadas. No había mucha proporción entre las madres y los chivos pero tampoco importaban mucho.

Las ovejas eran las dueñas del paisaje en otro lugar de la montaña y, sobre todo ante el portal. En las praderas, junto al río, un gañán araba con una yunta de vacas y, en el pozo zureaban las palomas. Había una que tenía pinta de pichón y que a duras penas se sostenía sobre el listón que atravesaba el brocal. Muchas mañanas sin que ninguno de nosotros lo hubiese tocado aparecía en el suelo, junto al pilar donde siempre había algún animal abrevando.

En el río sin agua pero con papel de plata y unos trozos de cristal para darle más apariencia de agua helada nadaban unos patos que siempre estaban en el mismo sitio y eso que tenía muy poca corriente. El río nacía en el fondo de una cueva hecha con gandinga del tren y con un espejo que aparentaba profundidad…

Los Reyes venían camino del portal pero pasaron por el castillo de Herodes para enterarse de lo que buscaban, claro, entonces no había navegadores que les indicasen: “ a trecientos metros toma la segunda salida a la derecha…” y esas cosas. En la puerta del castillo había un soldado siempre de guardia y siempre estaba muy mal encarado…

Los pastores, ¡ay, qué bien me caían a mí los pastores!,  andaban a lo suyo, o sea, unos se calentaban en un chozajo de palos; otros, a la intemperie; la lavandera iba a lo suyo, lavaba y lavaba,  y enjuagaba la ropa blanca; la posadera esperaba los clientes y…

Pitas pequeñas, ramitas de encinas, chumberas, aulagas con espinas y muy olorosas, tomillo, romero… era la vegetación  -  lo único natural – que habíamos traído del campo de verdad. El portal siempre estaba en su sitio. El Misterio ocupaba todo el centro del Nacimiento porque nosotros no lo llamábamos ‘Belén’ y mi casa, entonces, olía a Navidad…¡Ayer, que lejos se queda todo! ¿verdad?


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