El castillo de corcho coronaba
un cerro de sacos yute. Tocaba, en la lejanía, un cielo azul de papel continuo
con estrellas recortadas en papel plateado que se perdían en unos tamaños
diferentes porque así se expresaba mejor la distancia en el infinito.
Por las montañas que bajaban
hasta el valle de serrín pastaban
ramoneando trozos de tomillo unas cabras de colores: negras, blancas,
pintadas. No había mucha proporción entre las madres y los chivos pero tampoco
importaban mucho.
Las ovejas eran las dueñas del
paisaje en otro lugar de la montaña y, sobre todo ante el portal. En las
praderas, junto al río, un gañán araba con una yunta de vacas y, en el pozo
zureaban las palomas. Había una que tenía pinta de pichón y que a duras penas se
sostenía sobre el listón que atravesaba el brocal. Muchas mañanas sin que
ninguno de nosotros lo hubiese tocado aparecía en el suelo, junto al pilar
donde siempre había algún animal abrevando.
En el río sin agua pero con
papel de plata y unos trozos de cristal para darle más apariencia de agua
helada nadaban unos patos que siempre estaban en el mismo sitio y eso que tenía
muy poca corriente. El río nacía en el fondo de una cueva hecha con gandinga
del tren y con un espejo que aparentaba profundidad…
Los Reyes venían camino del
portal pero pasaron por el castillo de Herodes para enterarse de lo que
buscaban, claro, entonces no había navegadores que les indicasen: “ a
trecientos metros toma la segunda salida a la derecha…” y esas cosas. En la
puerta del castillo había un soldado siempre de guardia y siempre estaba muy
mal encarado…
Los pastores, ¡ay, qué bien me
caían a mí los pastores!, andaban a lo suyo,
o sea, unos se calentaban en un chozajo de palos; otros, a la intemperie; la lavandera
iba a lo suyo, lavaba y lavaba, y
enjuagaba la ropa blanca; la posadera esperaba los clientes y…
Pitas pequeñas, ramitas de
encinas, chumberas, aulagas con espinas y muy olorosas, tomillo, romero… era la
vegetación - lo único natural – que habíamos traído del
campo de verdad. El portal siempre estaba en su sitio. El Misterio ocupaba todo
el centro del Nacimiento porque nosotros no lo llamábamos ‘Belén’ y mi casa,
entonces, olía a Navidad…¡Ayer, que lejos se queda todo! ¿verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario