lunes, 3 de junio de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Enigmas




                                     
 La Biblia, el libro de los libros, es escueta cuando da las noticias: ‘llovió durante cuarenta días y cuarenta noches’, ‘erraron durante cuarenta años por el desierto’, ‘al tercer día resucitó’, ‘al séptimo día descansó’…

En el diluvio no dice que pasó con anterioridad. ¿El tiempo se puso de agua? ¿De dónde venían las nubes? En el cuarenta y uno, después de la polvareda de tanta brusca y ventisca, porque es de suponer que, a ratos, llovería de manera revuelta, lo que está claro es que, al menos, barro habría en los caminos, ¿o no?

Los cuarenta años perdidos con tanto calor como hace en los desiertos debió ser algo así como ver un partido en La Rosaleda con Muñiz en el banquillo: una agonía que no se acaba nunca. Y me pregunto yo, ¿no había ninguna mala señal que les indicase donde estaba la punta de todo aquello?

Lo de la Resurrección es algo serio. Muy serio. Si todo se hubiese acabado aquella tarde en que la injusticia se hizo patente sobre el Golgota… A mí de todo eso lo que más me gusta es lo que viene después. Tarde de primavera, los desencantados que regresan y el caminante que se acerca… El final, precioso: quédate con nosotros que anochece y… ¿Por qué se esconde tanto la Luz?

Después de la Creación, dice, que descansó. Lo que extraña es que no saliese corriendo después de ver todo lo que había hecho. Tampoco dice que hizo la víspera de todo aquello. Me imagino que  como no tendría permiso municipal ni de Medio Ambiente y todas esas cosas, lo arregló todo a su aire. Quizá por eso le salió tan maravilloso.

Hay otra duda. Yo siempre me lo he preguntado pero no encuentro la respuesta. Dicen que en el último día, el del Juicio Final, pondrá a un lado, los buenos; al otro, los malos… y digo yo, ¿qué tendrá programado para por la tarde?

En tiempos de la Inquisición, acusándome de irreverente como muy poco,  ya estarían apilando leña para quemarme en la plaza del pueblo. No hay ni irreverencia ni nada pernicioso en todo esto. Solo enigmas sin respuestas. Me sumerjo en los versos de San Juan de la Cruz. “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando, prendados los dejó de su hermosura”. Amén.


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