En el diluvio no dice que pasó con
anterioridad. ¿El tiempo se puso de agua? ¿De dónde venían las nubes? En el
cuarenta y uno, después de la polvareda de tanta brusca y ventisca, porque es
de suponer que, a ratos, llovería de manera revuelta, lo que está claro es que,
al menos, barro habría en los caminos, ¿o no?
Los cuarenta años perdidos con
tanto calor como hace en los desiertos debió ser algo así como ver un partido
en La Rosaleda con Muñiz en el banquillo: una agonía que no se acaba nunca. Y
me pregunto yo, ¿no había ninguna mala señal que les indicase donde estaba la
punta de todo aquello?
Lo de la Resurrección es algo
serio. Muy serio. Si todo se hubiese acabado aquella tarde en que la injusticia
se hizo patente sobre el Golgota… A mí de todo eso lo que más me gusta es lo
que viene después. Tarde de primavera, los desencantados que regresan y el
caminante que se acerca… El final, precioso: quédate con nosotros que anochece
y… ¿Por qué se esconde tanto la Luz?
Después de la Creación, dice,
que descansó. Lo que extraña es que no saliese corriendo después de ver todo lo
que había hecho. Tampoco dice que hizo la víspera de todo aquello. Me imagino
que como no tendría permiso municipal ni
de Medio Ambiente y todas esas cosas, lo arregló todo a su aire. Quizá por eso
le salió tan maravilloso.
Hay otra duda. Yo siempre me lo
he preguntado pero no encuentro la respuesta. Dicen que en el último día, el
del Juicio Final, pondrá a un lado, los buenos; al otro, los malos… y digo yo,
¿qué tendrá programado para por la tarde?
En tiempos de la Inquisición,
acusándome de irreverente como muy poco, ya estarían apilando leña para quemarme en la
plaza del pueblo. No hay ni irreverencia ni nada pernicioso en todo esto. Solo enigmas sin respuestas. Me
sumerjo en los versos de San Juan de la Cruz. “Mil gracias derramando pasó por
estos sotos con presura / y yéndolos mirando, prendados los dejó de su
hermosura”. Amén.
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