Me acerqué a ti. Mejor, te
buscaba en la neblina de la duda. En la
curiosidad de adentrarme en lo vedado. Todo era anhelo y miedo a lo desconocido. Todo era aventura
del que camina y baja por un sendero por que no había ido nunca y ahora se ofrecía, el camino, como una oferta irrenunciable. Todo era misterio
y embrujo. Era aliento contenido, impaciencia y espera y, en la espera, averiguar que podrá haber detrás de la última
revuelta…
Bajé al desfiladero del diablo por
un camino tortuoso, estrecho, umbroso. El
desfiladero del diablo está donde solo llegan los osados que se adentran en los
caminos por los que no transita casi nadie. ¿Cuántos hombres antes habrían
hecho el mismo camino? En el borde del desfiladero está el balconcillo, el
balconcillo, también del diablo, rodeado
de un bosque de castaños… Al fondo, muy al fondo, el río oscuro y profundo. El río
que llama, atrae y ahoga ¿Qué se encierran en esas aguas que, en la distancia se despeñan y, luego,
parecen quietas?
En las noches de luna, la luz
entra. Se abre paso entre las ramas de los árboles, juega y se esconde entre
los castaños que aguardan una brisa que viene de otro aliento y se llega hasta
un terreno suave y resbaladizo. Es un terreno ignoto. Todo es misterio. Todo es
un palpitar inquieto.
El río viene de otras montañas,
dice el refrán, que él lleva el agua; el otro, el otro río, el importante, la fama. En un lugar deciden que
allí es donde tiene que estar la fusión.
Sin testigos, sin nadie que los vea, y
luego, lo cuente, sin nadie que rompa el silencio de magias que suben con las
brumas y se disipan como en esta alta madrugada cuando otra vez más, la luna, la luz de la luna agrande las sombras…
Esta noche la diosa de
misterio, bañada de luz de luna expondrán
su cuerpo desnudo a los rayos tibios que se abren paso entre brezos, helechos, tojos
y retamas; madroños y alcornoques. Su cuerpo entonces tomará el olor de la
mejorana, la jara y la lavanda y sabrá a moras y arándanos… Pongamos que hablo
de la Ribeira Sacra.
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