Escribo a esa hora en que el
sol aún dice que aún no es mediodía.
Arriba, en el puerto, repostamos. Desde Piedrafita del Cebrerio he bajado por
una carretera tortuosa y estrecha.
Cuando coroné el puerto, Marilina me había pedido que me acordase de
ella, la recordé.
Marilina es una persona entrañable,
con una sensibilidad enorme y a quien yo debo su colaboración con fotos
extraordinarias para mis artículos. Es una pena que hoy no estuviese en el
camino con nosotros. Todo es de una belleza excepcional.
Se lo comento a mis compañeros
de viaje. Un hormigueo de peregrinos
orilla la carretera. A ambos lados, cuando ya estamos cerca del valle, aparecen
el Carballal y la Madorra. La vegetación, exuberante. Llegamos a Samos.
El río Sarria acaricia los
muros del monasterio. El cenobio más antiguo de España. Más de mil quinientos
años. Canta un mirlo entre la
frondosidad del bosque. Tengo una duda. ¿Quiere enamorar con sus trinos a la
dama de luz de luna? Echo mano de la
guía:
-
“Los monjes llevaban aquí ya más de trescientos
años cuando se descubrieron los restos del hijo del Zebeo”.
-
-¡Ah!
-
“… Cerrado por todas parte el horizonte, faltan
objetos donde se disipe el espíritu”.
-
¡Ah!
-
“Solo hacia el cielo tiene la vista desahogo”.
-
¡Ah!
El viajero piensa en la mística
del lugar. Todo aquí es sagrado. Los monjes en sus rezos; la abadía de siglos
encierra su propia historia. Aquí se vertebró la historia de Europa. Eran
tiempos de Edad Media.
Las meigas del bosque en su devenir entre castaños,
robles y quejigos, la suya. Sabe, el viajero, que en las noches de luna, la dama de luz de
luna llegará hasta el otro lado de la carretera por donde a estas horas de sol transitan
muy pocos coches; de noche, ninguno. Y, entonces, el bosque de enigma y embrujo se deja envolver
por la niebla de los sueños.
Corre el río Sarria. El agua
clara y prístina. Nadan unos patos bajo un puente de hierro con una baranda de
forja artística. ¿Serán nereidas míticas
de tierra adentro? No lo sabe nadie…
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