Las subtribus catalanas le han
dicho de todo menos guapa – podría rozar la ofensa - a su alcaldesa cuando cruzaba la plaza de San Jaime camino del palacio antes de tomar posesión de su cargo. La rivalidad data de
viejo. No se perdonan que, entre ellos, una sobresalga de las demás.
Esto de la política y de los
pactos es un puro cachondeo. En Melilla el que pierde el sillón piropea a quien
se lo usurpa. No le mordió por poco. En otros lugares de este país antes
llamado España ha ocurrido casi lo mismo. Nunca pensé en la riqueza de
vocabulario tan generosa para ‘ensalzar’ al rival.
Los de unos no quieren a los
otros; los de los otros, no se quieren entre sí. Todo es cuestión de más bocas
que meriendas, más ambición que generosidad, más deseo de sillones que lugares
para dejar descansar las posaderas. ¿Coches oficiales? A lo mejor con un buen sueldo hasta se puede
perdonar casi todo.
Para distinguirlos solo hay que
mirarles el morro. Unos los tienen más grande que los otros. El problema es que
como no tenemos metro a mano para medirlo hay que fijarse en el ojo de buen
cubero. La posibilidad de error es mínima.
En el fondo de todos estos
conflictos tribales siempre hay dos cosas que sobrasalen. El miedo a perder los
privilegios y el deseo de alcanzarlos. En medio el temor a llegar tarde y que
de la tarta solo queden los ‘ataeros’ del envoltorio en que lo ofrecieron al
público.
Un amigo residente en Cataluña
me cuenta y no acaba: Tartessos, era Tortosa, la bandera estadounidense era
catalana, la conquista de América fue obra de Cataluña pero allí no se habla
catalán porque los malos españoles lo borraron, el Cid vino a Castilla, tierra
de analfabetos, y les enseño a escribir… ¿Sigo? Roma entró en la Península
Ibérica por Barcelona que era el punto más cercano…
Los que escriben en los
periódicos dicen que todo es un ajuste de cuentas. Las navajas de Albacete no
corren el riesgo de oxidarse si la cosa sigue así. Don Miguel de Unamuno lo
dijo claro: “¡País, paisaje, paisanaje!”.
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