miércoles, 19 de junio de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luchas de tribus






Las subtribus catalanas le han dicho de todo menos guapa – podría rozar la ofensa -  a su alcaldesa  cuando cruzaba la plaza de San Jaime  camino del palacio antes de tomar  posesión de su cargo. La rivalidad data de viejo. No se perdonan que, entre ellos, una sobresalga de las demás.

Esto de la política y de los pactos es un puro cachondeo. En Melilla el que pierde el sillón piropea a quien se lo usurpa. No le mordió por poco. En otros lugares de este país antes llamado España ha ocurrido casi lo mismo. Nunca pensé en la riqueza de vocabulario tan generosa para ‘ensalzar’ al rival.

Los de unos no quieren a los otros; los de los otros, no se quieren entre sí. Todo es cuestión de más bocas que meriendas, más ambición que generosidad, más deseo de sillones que lugares para dejar descansar las posaderas. ¿Coches oficiales?  A lo mejor con un buen sueldo hasta se puede perdonar casi todo.

Para distinguirlos solo hay que mirarles el morro. Unos los tienen más grande que los otros. El problema es que como no tenemos metro a mano para medirlo hay que fijarse en el ojo de buen cubero. La posibilidad de error es mínima.

En el fondo de todos estos conflictos tribales siempre hay dos cosas que sobrasalen. El miedo a perder los privilegios y el deseo de alcanzarlos. En medio el temor a llegar tarde y que de la tarta solo queden los ‘ataeros’  del envoltorio en que lo ofrecieron al público.

Un amigo residente en Cataluña me cuenta y no acaba: Tartessos, era Tortosa, la bandera estadounidense era catalana, la conquista de América fue obra de Cataluña pero allí no se habla catalán porque los malos españoles lo borraron, el Cid vino a Castilla, tierra de analfabetos, y les enseño a escribir… ¿Sigo? Roma entró en la Península Ibérica por Barcelona que era el punto más cercano…


Los que escriben en los periódicos dicen que todo es un ajuste de cuentas. Las navajas de Albacete no corren el riesgo de oxidarse si la cosa sigue así. Don Miguel de Unamuno lo dijo claro: “¡País, paisaje, paisanaje!”.




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