De Doade a Castro Caldelas –
entre las sierras de San Mamede y Queixa -
la carretera es estrecha. Desciende. Cruza el Sil en su punto más bajo
entre viñedos abancalados que, luego, trepan por la ladera casi desde la tierra
al cielo. El agua del río, oscura, misteriosa. En Castro Caldelas – con un
castillo testimonio de otros tiempos y una fuente de agua muy fría, mejora la
carretera. Luego, un poco más adelante, se gira a la derecha. Lleva a Parada de
Sil y a los Bacones de Madrid.
Dicen que allí, mejor, desde
allí se descolgaban para decir el último adiós al emigrante que buscaba el
mundo más allá de aquellos parajes donde la vida pide mucho y da poco. Todo es
una lucha constante contra la adversidad.
A Santa Cristina de Ribas de
Sil - el desvío, otro más, está en
Parada – se llega por una carretera estrecha, tortuosa y muy peligrosa. No
tiene arcenes ni quitamiedos. Han echado gravilla suelta por la calzada. En la
curva pronunciada del Mirador de Cividá derrapa un poco el coche.
-
“¡Cuidado!, puede hacer un trompo”.
Desde la ermita de San Antonio
hasta el monasterio, el paisaje, sobrecogedor. Bosque espeso de castaños. No
hay ningún ‘pelaero’ que hable de otros habitantes que hurguen en esta espesura.
Todo tiene encanto, embrujo, un pellizco
interior que no deja que se escapen los suspiros, un ¡ay! contenido, asombro,
admiración…
Santa Cristina – en el corazón
de la Ribeira Sacra - era monasterio ya por el ochocientos; en el siglo XII
pasa de depender de los benedictinos de San Esteban. Ahí comenzó su declive, en
el XVI se reconstruye el claustro; en el XIX, la desamortización de Mendizábal
firma su final…
Sigue el castañar milenario de
Merilán en la ladera del monte Varona; abajo, en la profundidad oscura e ignota,
el Sil. En medio, el bosque. Todo es
tupido, oscuro, impenetrable. El viajero entra en el templo, frío, abandonado. Una
congoja interior se sube a la garganta. No sabe si siente que entre las hojas
corren aires de gregoriano benedictino o son las meigas que se burlan de los
osados – como él soñador empedernido - que se atreven a bajar a estos parajes a
donde no llega casi nadie…
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