El muchacho desde su ventana
veía, a caballo, sobre el horizonte, tres sucesiones de montañas. La primera
gris y caliza. Con la reverberación de la luz del verano, a ciertas horas, parecía
blanca; la segunda, una corriente de olas que al amanecer entre la bruma,
tomaban un aspecto enigmático y embrujado. La
tercera, de tierra pizarrosa, salpicada de almendros y olivos.
El muchacho, daba sueltas a su
imaginación y veía figuras en las cordilleras de nubes que, en ocasiones, y según
soplase viento de levante o de poniente cabalgaban sobre las montañas. Tomaban formas de seres mitológicos que solo
tenían realidad en la fantasía de su mente.
Algunas veces, en las tardes de
verano, las nubes se tornaban negras. Era el preludio de alguna tormenta. Antes, durante largo rato apretaba el calor y el aire se hacía
irrespirable y plúmbeo. Algunas veces, las nubes, como por arte de magia, se
disolvían; otras, si descargaban en la lejanía, el aire se hacía más fresco y
liviano.
La casa, a ciertas horas, estaba más vacía. A la casa le faltaba la
esencia de la vida y él, el muchacho, la suplía con los recuerdos. Se agolpaban.
Venían en tropel. Él, algunas veces, no sabía dónde colocar lo que era
fantasía, anhelos, deseos o la realidad
cruda que imperaba en su existencia.
Recordó aquel día de despedida.
Bullicio en la estación. La gente se apresuraba a subir al tren que estacionado en una de las vías principales
se aprestaba a salir. Era un tren de madera; la máquina, de vapor. El subió.
Buscó su asiento. Bajó la ventanilla y alargó su brazo para tocar las yemas de
los dedos de ella:
-
Yo te llevaría, dijo, ella… y el tren arrancó.
Él no escuchó con el ruido el final de la frase.
Entonces, él gritó: Pues yo te llevaría a contemplar el atardecer de Sines –
la tierra de Vasco de Gama – en Portugal y ver cómo se hunde el sol en el
Atlántico y declina el día y cuando el
sol, tapado por esa bruma que siempre lo
envuelve en el ocaso, se escondiese en el mar, entonces te daría el beso más
bonito que te hayan dado nunca y sería un beso de leyenda, de crepúsculo y amor…
El ruido del tren, al arrancar,
perdió los mensajes en el aire impregnados en el humo de la estación…
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