Inmcaculada del Escorial. (¿1600-1665 ?). Bartolomé Esteban Murillo
La mujer llora
desconsoladamente. La mujer viene de esa tierra que tiene en la flor de cerezo
un emblema nacional y en el sol naciente el mensaje que da sentido a su
existencia. La mujer viene de Japón. Ha cruzado medio mundo. Su interés es el
reencuentro con otra de arte.
Se acerca al Museo del Prado.
Se va directa a las salas de Murillo. Indaga, busca, remira. No encuentra.
Pregunta por una de las Inmaculadas – dicen que Murillo pintó más de veinte –
del genial sevillano. Es la Inmaculada del Escorial. Le informan que no está en
sala. Andan en trabajos de conservación en los talleres. La mujer, desconsoladamente, llora.
El llanto llamó la atención de
los vigilantes. Se interesan. Ella les cuenta, entre lágrimas, que esa
Inmaculada ‘salvó’ su vida. No salen del asombro. La señora cuenta que el
cuadro viajó a Tokio – luego a Osaka – como integrante de una muestra de
pintura española. Ella pasaba un momento duro. No quería vivir. Cuando vio el
cuadro pensó que ante tanta belleza el mundo si era un lugar para vivir… Su
vida cambió; se rehízo.
Los vigilantes informan al
director del Museo. El hombre, también se asombra, le concede una visita de
gracia al taller. Le informan que el cuadro ha estado en Sevilla (de donde
salió comprado por Carlos III hace muchos años) y adonde había vuelto gracias a
la antológica sobre Murillo. Ahora viajará a Vitoria…
La Inmaculada del Escorial es
un cuadro de grandes dimensiones. Representa a la Virgen con un aspecto muy
juvenil y ya no tan niña como otras pintadas por Francisco Zurbarán o Diego Velázquez. Es
una mujer joven. Llena de esplendor pisa la media luna.
El Museo del Prado, una de las
principales pinacotecas del mundo, acaba de salvar el desconsuelo de una mujer.
Tantas y tantas obras excelsas que cuelgan de sus muros habrán movido por dentro a miles de
visitantes. Una ausencia ha hecho llorar a una mujer que
venía de lejos, de muy lejos…
Se hace realidad lo de Stendhal
cuando, en el XIX, visitó la Santa Croce
de Florencia: “Me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con
miedo a caerme”. Nació lo que, desde
entonces, se conoce como el síndrome de Stendhal. Ahora, ¿cómo le ponemos?
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