Hace unos años, Jaime Ritwagen
exponía en Benedito. La galería está en esa
esquina donde calle Granada se estrecha y en la que algunos dicen que arranca la
Judería, y solo un poco antes de llegar
al Pimpi, -que fue emblema en Málaga y, ahora, más – y a donde hay que echar una instancia para entrar y
llegarse hasta el mostrador.
La aglomeración de gente era la
propia de una inauguración. Acosan al Maestro Alcántara. Acababa de pasar un
arrechucho… La gente, alguna gente, como siempre, inoportuna, indiscreta…
-
Manolo, ¿me conoces?
Asentía, con la copa en la
mano… En un momento determinado, me dijo:
-
Sácame de aquí…
En cuanto pude empecé a moverme
entre la masa. Él me cubría la espalda. Poco a poco, con la lentitud de quien
no se mueve pero se va, alcanzamos la puerta…
-
Vámonos, me dijo, al Pimpi.
Estar a solas con el Maestro
era algo así como descubrir que existen los Reyes Magos… Él hablaba; yo asentía. Procuraba aprehender
y aprender que aunque parezca igual, no es lo mismo…
-
“Somos, me dijo, la última generación que a este
país lo llama España; somos la última generación que comemos; a partir de ahora, nos alimentaremos… , y
tengo mis dudas que al Niño grande lo que dejen que reine”.
Se nos acaba de ir el Maestro. Ahora navega en esos mares donde las olas van al rebalaje de otras
orillas. Al igual, las gaviotas no estén alineadas en la playa y a él ya no le
sobren tres cristales y le falte una
golondrina porque tiene la luz plena delante, tan delante que ya se ha
convertido en luz.
En estas procelosas aguas
navegamos un poco – o un mucho - a la deriva los que nos hemos quedado por
este peregrinar al que todavía llamamos vida. Hay un abanico de ofertas de los
presuntos salvadores. Nos venden una vida mejor a partir del domingo que viene.
Desconocen que, mientras las olas de nácar sean más apetecidas que sus ofertas,
y nazcan flores en la ribera de los ríos, algunos vamos a buscar otros destellos y los colores que se acomodan
al crepúsculo de la tarde…
No hay comentarios:
Publicar un comentario