Foto: Antonio Jesús Fernández
Lo han dejado dicho los pregoneros. “Dios está
a pie de calle”. Jerusalén, ciudad lejana venerada por pueblo hebreo se ha
hecho tan grande que, por una rato, los pueblos han cambiando de nombre y todos,
grandes y menos grandes, esta mañana se han hecho como si fuesen ella misma y
se han cambiado, por unas horas, de nombre. Él, el Jesús de siempre ha vuelto a
pasear por las calles, por las plazas, ha redoblado las esquinas o ha asomado
desde la lejanía, bajo la sombra de una palmera, frondosa y verde, sobre una borriquilla en pelo y, todo, sobre un trono.
Delante, la cantera de las Semana Santa:
túnicas blancas, faraonas y cordones celestes recién bajados de la percha. Palmas
blandidas por la brisa tibia de la mañana en manos infantiles. Un repiqueteo de
campanillas mandaba parar, o hacía que avanzase el cortejo. La más
perfecta desorganización organizada.
Ellas, algunas madres, con trajes de Roberto Verino, Carolina Herrera,
Adolfo Domínguez, Bimba y Lola, Paco Rabanne, o Purificación García… - porque
ellas, les digo, también, se han procesionado junto a sus niños –, que la tarjeta del Corte Inglés da para mucho.
Ya lo dice refrán, lo del estreno y las manos y el Domingo de Ramos…; otras, han
tirado de armario, o con lo que han podido y todas, absolutamente todas, de
dulce.
Cristo está a pie de calle. Desde la penumbra
de los templos, desde las casas de hermandad se han puesto en marcha los
cortejos. Músicos dando trompetazos que revientan los tímpanos y un aporreo de tambores porque algunos
muchachos tienen una manera muy rara de realizarse.
Ha acompañado – ha hecho un sol de primavera espléndida
- el tiempo. Álora, que es mi pueblo y el de ustedes para cuando gusten
venir, se ha vestido de azahar y rosas nuevas. Están ahítos los olivos de trama
en las ramas. Serán aceitunas en san Juan y, aceite por la Virgen de
agosto, y néctar de molino cuando la estación, la
meteorológica, claro, diga que es tiempo de almazara y capachos y…
Dios está a pie de calle. Lo vamos a ver con
una cruz a cuestas, o colgado de ella o atado a una columna, humillado,
azotado, coronado de espinas con una caña como escarnio y burla entre sus manos…
¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!
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