Se asoma -antes de llegar a El Carpio- por las crestas de los olivos a ver los coches que
pasan. El paisaje es un mar verde gris cuando la brisa peina las copas; el
Guadaquivir, juega al escondite… Hasta
siete veces entre Córdoba y Andújar. En frente, Sierra Morena (¡“Qué bien los
nombre ponía…”! que nos dijo don Antonio); el cielo, alto y lejano.
Burro Grande, es una escultura que dicen que se las anduvo
por una “Noche en blanco” en Atocha. Su autor: Fernando Sánchez Castillo. Quiso
denunciar la “animalidad de los nacionalismo”. El Burro Grande en acero
inoxidable, desde un olivar que fue del ducado de Alba, saluda con orejas espantadas
a los caminantes modernos que van por la Nacional IV.
Manuel Prieto, ‘sembró’ de toros de Osborne – por cierto, lo
recogió, hace un tiempo, en una magnifica reseña mi amigo José María Hidalgo en
su “Cita con la Historia”- los cerros de España. Tan es así que están allí
desde siempre. Son parte de paisaje y compañeros de los que pasan.
Paseó Cervantes a Sancho por los campos de La Mancha.
Rocinante era flaco y huesudo; el rucio de Sancho, para trasportar tanta
humanidad debió ser recio. Sancho llevaba dentro media humanidad; la otra media,
el Hidalgo loco…
Cuando se tuerce a la derecha, en Garray, camino de encarar
el puerto de Oncala, y antes de la desviación hacia las ruinas de Numancia, un
dinosaurio en material verdoso, - ¿cobre? - ofrece una visión de la figura
desproporcionada del bicho antediluviano; cuando se baja el puerto, antes de
cruzar en Cidacos, en Villar de Río, hay otras…
Pero de todo, lo más tierno y más humano, nos lo contó el
poeta de Moguer porque ¿Quién no recuerda que “Platero es pequeño, peludo,
suave; tan blanco por fuera que se diría todo de algodón…”? Eso.