Vive mi amigo en la ciudad donde el Angelote recibe por
verónicas a los aires que vienen por los cielos; donde el barroco juega al
escondite con las yeserías en las umbrías de los templos, donde las campanas de
las torres – palabras en bronce – hablan de misterios, silencios y rezos de
conventos.
Vino a esa hora de la mañana en que los pájaros ya tenían
asignada la faena de cada día y se las buscaban por los rastrojos, por las
huertas con yerbas de verano, por los bordes de los caminos picoteando cardillos
resecos…
Nos acercamos a la
Casa del Libro. Recogimos “Cancionero íntimo” de Barbeito, -pedido
al servicio de clientes- porque uno tiene, aún, el vicio de comprar libros y, luego leerlos. Después, nos fuimos a la
casa del pueblo - a la auténtica casa del pueblo - a la barra del bar - donde
Candelaria - y con otros amigos tomamos
lo único que se puede tomar, en verano y con calor: rubias en vaso helado sudando.
Y hablamos….
Hablamos en la sobremesa - a orillas del río- con el puente
varado y el sol rondando por lo alto, y el calor en la puerta y hablamos de nosotros, de lo nuestro, de lo
que sólo hablan entre sí los amigos cuando uno necesita el consejo y, sabe a qué alma llamar porque…
Tarazona se ‘vendía’ en imágenes televisivas. Ni caso.
“Hermano, le dije, tenemos que ir un día de estos”. Y cuando le conté que me
habían sorprendido la belleza de sus torres mudéjares, y Alberti preguntándose,
en el claustro de la catedral, por el vacío de los templos…, y el Moncayo que
vigila en silencio y Bécquer que estaba, en la
Cruz Negra esperando a no sé qué cartero,
me consintió en que tenemos que ir. ¿Cuándo? Iremos...
Dice Barbeito que la tarde se va y “deja un rastrojo de
luces”… Desde la Fuente
de la Higuera
vimos como se va, también, el progreso
por esas vías por donde solo transitan los trenes que, por su velocidad, tienen
que ir muy lejos, y el serpenteo de los árboles del río y las nubes que cruzan
como escapadas de un cuadro de Tiépolo.
Y se fue Antonio, porque mi amigo se llama Antonio, entre
dos luces, hacia Antequera, su pueblo, donde el Angelote torea, ahora, por
verónicas, y las torres de las iglesias suspiran por alturas imposibles, entre la Vega y el cielo cuando el
verano, sin querer irse, ya se está yendo.
Día supongo de hermandad, Antonio tu "hermano" y tu.
ResponderEliminarPreciosa forma de mostrarnos la ciudad donde el Angelote recibe por verónicas a los aires que vienen por los cielos; Lo he adivinado por que Antequera, ¿Te acuerdas que un día te comenté, era tu amante y Álora tu esposa?. Se nota el cariño a esta persona como a su ciudad. Gracias por hacernos partícipes de estos momentos.
Uno no se extraña – como alguna vez te he dicho – de que pasear contigo por las calles del lugá sea un verdadero suplicio, porque no se pueden hilar dos palabras seguidas sin que alguien -amablemente desde luego- interrumpa la conversación con alguna noticia, felicitación o saludo afectuoso. Las cosechas son siempre de lo que se siembra y como buen campesino, aunque sea aficionado, sigues cultivando tus campos, tanto los de tierra como los de afectos y obteniendo en los segundos sus mejores cosechas. Ya ves que no te hablo de los primeros, porque llorar envejece...
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