Como las grandes esencias se vende en frasco pequeñito. Lleno
de encanto; Marilina tiene gracia que está, aún, por estrenar. Y, además, no se
la guarda: la regala ‘a quien con ella va’. Golpe oportuno, salida a punto,
chispa…
A Marilina la tuve en clase hace ya… Era en el viejo caserón
del Díaz-Lanzac. Se caía a chorros. Yo
debía pasar, entonces, por la fase de “Sancho, el Bravo”. Ya saben, (“Sancho,
el Fuerte” y “Sancho, el bueno), vienen después. Decían que era así. Otros
tiempos. Uno, en cambio, - como dice el Maestro Alcántara - enseñaba “a llevar
palabra de a mano”.
Ahora, se ha empicado
- Marilina - a robarnos el alma con las fotos de su móvil. Hace
suyo aquello de: “dígaselo con flores” Y digo si lo dice. Cuelga fotos de
flores desconocidas; bellísimas, como ella tiene el alma. Sólo quien tiene el
alma así capta esas cosas. Sus flores ponen el color que nos falta en esos días
en los que, a uno, parece que se le cierran los puertos.
Moradas, violetas, amarillas, rojas, blancas…. Campanillas
coquetonas, moradas de pasión; discretos
Don Diego que abren cuando llega a noche y regatean estrellas; colores rosas de
delicadeza y belleza; jazmines voluptuosos llenos de encanto. Como la nana de
colores de Diego Carrasco y Remedios Amanya: “rosa, verde, azul, canela y
fuego”. Eso, todo eso y, más.
Sus flores, flores de la calle, de un parterre cualquiera,
de una maceta cualquiera… las miramos todos; sólo, ella, las ve: el pacífico;
la buganvilla que trepa; la flor de la hortaliza humilde; la que crece al borde
del camino…, la rosa sublime y única. Como tú, Marilina. Gracias por traernos
la flor de cada día.
Bonito saber que hay gente que se dedica a ver la grandeza y belleza de las flores. Y bonito es ver que tienes una parte tan sensitiva para recrearte en sus envíos en una página. Siempre he pensado mirando una flor, en la paz que suele transmitir, pues bien por esta tu alumna, quiero creer, por obsequiarnos con ellas cada día.
ResponderEliminarTu escrito de hoy Pepe habla de una antigua alumna y cuando se hace eso, más vale dejar el que dice con sus recuerdos. Lo sé porque me pasa. Cuando se recuerda a los alumnos, se rejuvenece, se vive de nuevo y sobre todo y eso es lo que merece más la pena, se reavivan antiguos sentimientos que ellos – a veces hasta sin querer - supieron despertar en ti y que ya nunca mueren...De alguna forma, los que viven de verdad el ser maestros, tienen cientos de hijos para siempre ...
ResponderEliminarPor mas que los años pasen, los recuerdos siempre están ahí para llevarnos a los años donde quizás no deseábamos pasar.
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