18 de enero, miércoles. Los
Reyes Magos tenían tantos encargos que perdían por el camino las notas de los
pedidos. Eso de llegar con las manos vacías por haber extraviado el mandado no
estaba bien. Entonces, sus majestades optaban por no llegarse, en aquella noche
mágica, y dejar esperando, una vez más, a la ilusión que no se cumplían.
Han pasado los tiempos. Los
Reyes Magos siguen con la mala costumbre de ser descuidados y pierden algunas
notas por los caminos. Bueno, ahora como todo ha cambiado, al igual no traen en
sus capas polvo de los desiertos cálidos ni hay que poner agua en las ventanas
– lo de los zapatos, como que no – para que beban los camellos.
Ahora llega un señor – algunos
de los que han venido a mi casa – traían más tatuajes en los brazos que
hojillas tenían los tacos de los almanaques antiguos -, preguntan por un nombre
de alguien de la casa y piden que se les firme en una tablet electrónica que
está conectada con un punto muy lejano. Tan lejano que ni ellos mismos saben de
donde viene.
Ya no traen bicicletas ni
trenes eléctricos – antes, tampoco – ni un balón de reglamento – antes, repito
tampoco – ni una camiseta del Málaga – me reitero, eso ni los Reyes Magos
tenían poder para traerla – ni… Venían, entonces con calcetines, con una caja
de lápices de colores Alpino, con una pelota, eso sí de goma…
Ahora además de libros y de
ropa y cosas sofisticadas vienen con unos artilugios que se necesitan cursillos
especiales para ponerlos en funcionamiento. Menos mal que a las casas han
llegado refuerzos y tiene una gran habilidad para ‘desfacer entuertos’. Algunas
veces, esos juguetes por mor de las pilas o algún extraño mecanismo se rompen
al poco de estar en uso. Otras, se rompen por desinterés de los que eran sus destinatarios.
Se han roto otros juguetes. La
prensa ha publicado que, a un señorito de Madrid, hijo de una Infanta de
España, le han puesto destino hacia un país lejano, del que podrían venir los
Reyes Magos, pero que no vienen y al que han mandado, también a un rey
jubilado, que es su abuelo. El señorito que ya ha superado los veinte parece se
es un gran especialista en meterse en fregados de los gordos y en anunciar que
es un juguete roto. ¡Qué pena! o ¡qué tonto!.
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