14 de enero.- Cielo azul. Casi mediación de eso que llaman ‘cuesta de enero’. No se ve ni una nube. Bueno, al amanecer el cielo no estaba tan limpio como estos días anteriores, pero eran como nubes deshilachadas, como si en una guerra de ángeles que juegan con sus almohadas se hubieran escapado algunas plumas. Dice el hombre el tiempo que puede comenzar a nevar por el Pirineo. Eso, la verdad que está lejos, muy lejos. Tan lejos que hasta estos lugares del sur del Sur solo llega un poco de frío. Hay necesidad de lluvia. Es tanta, que la que cayó a principios de diciembre, ya parece insuficiente, y a pesar de estar el cielo entoldado algunas veces, desde el amanecer, hasta el mediodía siempre hay un deje de insatisfacción grande. Algo así como quien quiere el dulce que está al otro lado del cristal del escaparate. Es entonces, ante la frustración cuando sabemos que nunca esos pasteles y esas golosinas endulzaran nuestro paladar.
Me reencuentro con la literatura de Pérez Lozano (José María era de Navalmoral de la Mata). He estado con él hasta muy tarde. Lo leí cuando yo debía andar, poco más o menos, por los dieciocho años. Ahora ha sido distinto. Dios aún tiene una O, y las campanas tocan solas. Ya no tengo susto del búho, que cuando niño, por las noches hacía uuuuhhhh, en las casuarinas que orillaban la vía del tren. No están ni las casuarinas que para nosotros eran los pinos de la vía, ni los búhos que, por las noches, hacían uuuhhhh. Tampoco está el niño aquel y, Tiberio, probablemente andará confundiendo nubes, mientras Las Campanas tocan solas, con el mapa de África. ¿Habrá encontrado la O de Dios?, porque de lo que sí estoy seguro es de que Dios tiene una O ¡Qué grande era Tiberio, quiero decir, José María Pérez Lozano!
Ahora
que la generosidad de los Reyes Magos se ha desbordado y están las sillas y el
alero de la mesa del salón, y la mesita redonda de mármol, esa que sostienen
cuatro cabezas de leones, ocupadas por los libros que, poco a poco, desentrañaré
se me ocurre recurrir a un libro viejo, casi tan viejo como yo. ¿Será que los
extremos se tocan? ¿Será que Lorenzo sembró una semilla que ni él mismo era
consciente de en qué tierra la esparcía?
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