martes, 31 de diciembre de 2019

lunes, 30 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y no estabas tu


          




¿Sabes? El otro día,  muy de mañana,  te busqué junto al río, al otro lado del puente desde donde Belmonte mira la Giralda y espera el toque de clarines sin timbales. Luego me adentré en Monserrat. En la Magdalena supe que allí habían bautizado a un genio llamado Murillo y en su collación dieron sepultura a otro, a Juan Martínez Montañés. Y te buscaba…

 Anduve por Reyes Católicos y por Bailén y me llegué hasta el Museo… Tienen sus patios umbríos arrayanes que emulan la gloria de otros que compiten con rosas reflejos de reinas moras en tierras lejanas  y cipreses que apunta al cielo y, dentro, todo lo sublime del arte que se puede guardar entre paredes.

Por Alfonso XII me llegué hasta la Plaza del Duque – el de la Victoria – pero el pueblo, ya se sabe, siempre toma la trocha que más le conviene. En la Campana aunque no es tiempo resuenan pasos de costaleros y voces de capataces que quieren abrazar la estrechez de la calle. Y te buscaba.

Sierpes, cervantina y carcelaria. Por cierto ¿será verdad que allí, se gestaron esas primera letra del Quijote… “de cuyo nombre no quiero acordarme”? La Plaza del Salvador…. Dentro Jesús de Pasión, y la Virgen de la Antigua y el Cristo del Amor, el primero de los cristos de Juan de Mesa…

En General Polavieja, donde, ¿sabes? aquel día… Pues sí allí, en la cercanía del Antiguo Mesón del Negro. Eso – lo de Mesón - lo dice un mosaico en la pared. Se remonta al XVII, y luego, sin prisa hasta la Casa Grande que sigue siendo grande pero desde hace mucho tiempo no es franciscana… Los tiempos tienen cosas así. Y te buscaba…

Por un laberinto de calles me perdí y supe del convento de la Encarnación y de la Hospedería del Laurel y en la Plaza de los Venerables un mosaico informaba de que por allí debió andar don Juan, el de Zorrilla y, el otro, el de verdad. En la Plaza de Doña Elvira fluía un rumor de agua clara en una fuente blanca….

Por una barreduela llegué hasta la Plaza de Santa Marta. Soledad, umbría; misterio de monjas y conventos y, entonces…  ya no te busqué más porque, entonces, supe que la esencia flota en el aire, porque Sevilla, la esencia eres tú…


lunes, 23 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nochebuena






Me levanto temprano. Aún la luz no ha entrado por las rendijas de las cortinas que cierran los ventanales del hotel. Me echo a la calle. Anda por un laberinto de calles estrechas, angostas. Don Remondo, Cardenal Saénz y Flores… Sinrazón e injusticia. Por aquí pasó una noche, a mala hora, la muerte de la mano de pistoleros. Buscaban sangre inocente. La encontraron. Se llamaban Alberto y Ascen..

Me pierdo por Argote de Molina, Ángeles, Abades… Aún están cerradas las puertas. No transita casi nadie. Llego hasta Doña María Coronel. Allí, en la puerta del convento de Santa Inés, me paro. Pienso. Recuerdo a Bécquer – que mala vida le dio el amor a este hombre –. Me fluye  Maese Pérez.

Deambulo sin ir a ninguna parte. Es la mejor manera de ir donde uno quiere ir. Entro en la catedral. En la capilla de la Virgen de los Reyes han comenzado a rezar Laudes. Cantan las antífonas, a coro. Acompaña el órgano…

Mausoleos de diferente materiales encierran despojos reales. En hornacina de plata San Fernando, el rey leonés enterrado en Sevilla (León cobija los de San Isidoro); en mármol, Beatriz de Suabia, Alfonso X, el Sabio, Pedro I de Castilla, María de Padilla… Un compendio de Historia de España en unos metros cuadrados.

Me vuelvo a la calle. Bajo (Sevilla es tan llana que no se sabe si uno baja o sube) por calle Alemanes. Paso ante la Puerta del Perdón,  una cerámica de Triana informa de la escalinata que cita Cervantes cuando ‘presenta’ a Rinconte y Cortaillo; de allí, al patio de Monipodio...

Me siento en un bar. Debo de ser los primeros clientes. Pienso, de nuevo,  en Maese Pérez, el organista ciego y pobre que un día vería a Dios. Todas las Nochebuenas tocaba, como solo pueden hacerlo las almas que están en comunión con Dios, el órgano  en el convento de Santa Inés. Toda Sevilla acudía a escucharlo… La Leyenda lo inmortalizó para siempre.

Nochebuena de entonces, de ahora… ¡Feliz Nochebuena, feliz Navidad! Recuerdos y ausencias; más recuerdos y nudos en las gargantas. Luces tenues que solo se encienden para dar fuelle a un órgano imposible.

Pido un café con churros (en Sevilla los llaman ‘calentitos’) Los bares de la zona montan sus servicios. Dentro de un rato todo esto será un hervidero. Tocaban las campanas de la Giralda…




domingo, 22 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Solsticio de invierno






Dice el calendario que hoy es el solsticio de invierno, o sea, hoy es la noche más larga del año, y a partir de mañana los días serán un poco, solo un poco, casi imperceptiblemente todavía, más largos. El refranero popular se lo da a Santa Lucía y en esa fecha, anuncian, que comienza a haber un poco más de luz. No es así pero da lo mismo.

Hace unos años (era verano y el sol no se ponía lo que para mí era una novedad) en el norte de Noruega,  comentaba con la persona que me atendía cómo podían soportar tanta oscuridad en los meses largos del invierno.  Me decía que hasta el dieciséis de enero ellos no ven la primera claridad en el horizonte. ¿Cómo pueden vivir así?, pregunté, en mi ignorancia. La respuesta fue la adecuada ¿,Y, ¿ustedes con cuarenta grados a la sombra?

Esta mañana me fui temprano al campo. Por aquí no ha llovido con la generosidad que lo ha hecho en otros lugares de España pero los quince litros han sido muy bien aprovechados. El campo tenía bendición de Dios. El viento ha soplado durante toda la noche. No ha dejado que cuajase la escarcha y a pesar de la hora todo esta limpio. Verdegueaban, en la lejanía las lomas…

Aún no han florecido los almendros. Si esto sigue así, con esta temperatura, dentro de unos días casi seguro habrá alguno tempranero en las solanas que proclamen que la naturaleza está viva y que solo aguarda el momento oportuno para sacar fuera toda la belleza que encierra.

Pasó una bandada de grajillas. Graznaban y dejaban un sinfonía rara sobre el cielo que ahora ha vuelto a estar azul y lucía con nitidez en la limpieza que han dejado la nubes. Las grajillas suben cada mañana en busca de los lo olivares. La aceituna madura (en otros lugares están en plena recolección) es un manjar para ellas muy estimable.

El telediario, del mediodía, ha sido una gozada. Solo han hablado de la felicidad efímera de los agraciados con la lotería. Por cierto han reivindicado “Soria, ya”. Me uno a ellos. Esa bendita y muy fría tierra es una gran desconocida.  Ni una noticia de políticos, ni de componendas, ni de trapos sucios de unos contra otros.


viernes, 20 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ayer






El castillo de corcho coronaba un cerro de sacos yute. Tocaba, en la lejanía, un cielo azul de papel continuo con estrellas recortadas en papel plateado que se perdían en unos tamaños diferentes porque así se expresaba mejor la distancia en el infinito.

Por las montañas que bajaban hasta el valle de serrín pastaban  ramoneando trozos de tomillo unas cabras de colores: negras, blancas, pintadas. No había mucha proporción entre las madres y los chivos pero tampoco importaban mucho.

Las ovejas eran las dueñas del paisaje en otro lugar de la montaña y, sobre todo ante el portal. En las praderas, junto al río, un gañán araba con una yunta de vacas y, en el pozo zureaban las palomas. Había una que tenía pinta de pichón y que a duras penas se sostenía sobre el listón que atravesaba el brocal. Muchas mañanas sin que ninguno de nosotros lo hubiese tocado aparecía en el suelo, junto al pilar donde siempre había algún animal abrevando.

En el río sin agua pero con papel de plata y unos trozos de cristal para darle más apariencia de agua helada nadaban unos patos que siempre estaban en el mismo sitio y eso que tenía muy poca corriente. El río nacía en el fondo de una cueva hecha con gandinga del tren y con un espejo que aparentaba profundidad…

Los Reyes venían camino del portal pero pasaron por el castillo de Herodes para enterarse de lo que buscaban, claro, entonces no había navegadores que les indicasen: “ a trecientos metros toma la segunda salida a la derecha…” y esas cosas. En la puerta del castillo había un soldado siempre de guardia y siempre estaba muy mal encarado…

Los pastores, ¡ay, qué bien me caían a mí los pastores!,  andaban a lo suyo, o sea, unos se calentaban en un chozajo de palos; otros, a la intemperie; la lavandera iba a lo suyo, lavaba y lavaba,  y enjuagaba la ropa blanca; la posadera esperaba los clientes y…

Pitas pequeñas, ramitas de encinas, chumberas, aulagas con espinas y muy olorosas, tomillo, romero… era la vegetación  -  lo único natural – que habíamos traído del campo de verdad. El portal siempre estaba en su sitio. El Misterio ocupaba todo el centro del Nacimiento porque nosotros no lo llamábamos ‘Belén’ y mi casa, entonces, olía a Navidad…¡Ayer, que lejos se queda todo! ¿verdad?


jueves, 19 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestras vidas



                          


No se ponen de acuerdo en la fecha ni lugar de nacimiento (Paredes de Navas o Segura de la Sierra); tampoco en el de su muerte. Coinciden todos: fue uno de los grandes, de los más grandes. Con solo cuarenta coplas de pie quebrado ha pasado a la Historia de la Literatura Española.

Jorge Manrique, hijo de Rodrigo Manrique y Mencía de Figueroa,  nació en 1440. En esa fecha su padre adquirió el Señorío de Paredes de Navas en tierras palentinas. De ahí puede venir la confusión.

De niño vivió, y estudió humanidades en Segura de la Sierra. Una placa en la Plaza del Comendador lo atestigua. En Paredes de Navas – no quieren perderlo-  le han erigido un monumento.

Su familia, Manrique de Lara,  está entroncada con don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, primo de su madre que pasaba temporadas en la casa de Segura de la Sierra, en la calle Messía de Leiva…

Es el prototipo de hombre de letras y armas del Prerrenacimiento. Tomó parte, a favor de  Doña Isabel en las luchas contra la Beltraneja y murió combatiendo por la causa frente al castillo de Garcimuñoz, en Cuenca. Tercera controversia. Hay quien opina que murió, a finales de abril,  en Santa María del Campo Rus como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla. Lo enterraron en Uclés.

No había cumplido los cuarenta años. Estaba casado con la joven hermana de su madrastra, Guiomar de  Castañeda, con quien tuvo dos hijos, Luis y Luisa. A pesar su corta edad su obra literaria, Coplas a la muerte de su padre  lo ha hecho entrar con pie propio entre los poetas insignes de nuestras letras. La otra la divide en partes  – sin que sea obstáculo su brevedad- para  tocar el paso del tiempo, la vida comparada con los ríos – camino  inexorable hacia la muerte - , la vanidad o el elogio de las virtudes.Se compendia en tres partes: la vida en la tierra, la fama, y la posteridad

Comienzan: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte /contemplando/  cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte, / tan callando; / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado,/ da dolor;/  cómo a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado, / fue mejor…”

Y concluyen: “…y aunque la vida murió, /nos dexo harto desconsuelo /su memoria”.




miércoles, 18 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ropa tendida







Gonzalo de Berceo en el siglo XIII, un poco más lejos que ayer tarde, acuñó casi en la cuna de nacimiento de la lengua castellana aquello de “quiero fer una prosa en román paladio,/ en qual suele el pueblo fablar a su vecino”. 

Naturalmente, aquello era la belleza suprema de una lengua que apuntaba.
El pueblo – la lengua que hablaba el pueblo, para ser más preciso - evolucionó y lo hizo de tal manera que en las conversaciones, en las trovas de los juglares o en las expresiones coloquiales, no solo se expresaba lo que se quería decir sino que, ocasiones, hasta llevaba un mensaje escondido. Me vienen al mente las estrofas de Mío Cid: “Dios que buen vasallo si tuviese buen señor”.

Dejemos a un lado los juramentos de Burgos – “En Santa Gadea de Burgos / do juran os fijosdalgo…” – y el aprieto en que pone al rey, Alfonso VI, de no haber tomado parte en la muerte de su hermano Sancho II. El poeta que escribía aquello no solo exaltaba la bondad de Rodrigo Díaz de Vivar sino que, al mismo tiempo ponía, con un menoscabo, en entredicho las virtudes e incluso las capacidades del  propio Rey.

La lengua evoluciono tanto que incluso palabras que en un tiempo tuvieron un significado, luego, tomaron otro. Lope de Vega en una de sus comedias llega a decir que “las damas estaban con los caballeros en el retrete”. En el uso de la lengua de hoy, en el siglo XXI,  no pensamos que las señoras, entre bastidores de bordados y  costuras estaban en una habitación apartada de la casa, generalmente soledad y calentita en invierno, departiendo en una tertulia. 

Pensaríamos, obviamente, otra cosa y, además, podría ser hasta de mal gusto.
Pasados muchos años, a veces, la lengua se ha usado con un significado incluso diferente a lo que expresaba. Cuando entre adultos se entablaba una conversación escabrosa y con la presencia de menores que las cazan al vuelo, la expresión común era: “hay ropa tendida”.

Felipe Aranda, que habla con la lengua de su máquina de fotografía, lo ha dicho sin rodeos. Es una mañana de sol otoñal. El alero del tejado alarga su propia sombra sobre la blancura de la fachada; una brisa suave bambolea las prendas. Está claro: hay ropa tendida.


martes, 17 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De otra pasta




Tarde de otoño; luna menguante, viento frío. Podo las parras. ¡Hay brotes nuevos! El campo está desquiciado. De pronto una bulla de recuerdos…

Era un hombre alto, enjuto, de pocas palabras y muy mal genio. Carácter impulsivo; al momento, nada. Con las sombras del candil era algo así como una reencarnación de Don Quijote.  Fumaba Ideales y era muy ‘amigo’, del aguardiente fuerte. Rayaba en el orujo. Como el Lazarillo le daba sus tientos callados. La botella, verde se guardaba en la alacena de la casa…

Cuando hablaba, emitía frases lapidarias… Directo; sin rodeos. Le cantaba las verdades del barquero al mismísimo Padre Santo de Roma si se hubiese terciado y era preciso… De niño lo llevan a ver el mar. Se quedó asombrado:

-         “Tito Paco, exclamó, con la inocencia de un niño de campo de secano: qué poza más güena para que se bañen los guarros…”

Sus aseveraciones, sin desperdicio:

-         Lo importante es ponerse en el sombrero porque el día que no te lo puedas poner…

-         Para pagar, el primero; para pasar el río, el último.

-  Si no puedes dormir la siesta – él la dormía en invierno y verano -  bajo cualquier naranjo, ni eso es una huerta ni eso es ná.

-  Por mucho barro que tengan los caminos siempre hay una vereílla.
-   Los chivos de enero no valen dinero…

-  Los trenes llevan mucho retraso, pero tú, en la estación, a tu hora.
-   Madre, he gastado dos panillas de aceite y un haz de leña. Ya he ganado hoy el peoncillo…

-   Dormir y comer, cuando no hay otra cosa que hacer.

-  Si se pierde una gallina, búscala en el pajar…

-  Donde hace más calor del mundo es regando en medio de un maíz…

- Brotes de la parra a destiempo, mal año  y poco sustento...

Era una filosofía de vida. Su propia filosofía. Cogía los pepinos más tempraneros  y,  cuando ya nadie tenía pepinos, él, sí tenía.  Regaba de noche. Si había luna, con la luz de la luna, si no, con un candil. Jamás supo que era la evaporación en las horas de más insolación. “Está medio chiflado”, decían algunos vecinos. Él, sí sabía lo que hacía…

Se lo llevó una neumonía cogida en una recacha. Yo, lo lloré mucho…


lunes, 16 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De postal




Dicen que el Ángel de la Guarda de mi pueblo, o sea, de Álora andaba con algo de zozobra y preocupación por cómo iban las cosas por aquí abajo. Una mañana habló con Dios y se lo dijo. Le pidió permiso para bajar y echar un cigarro… Dios, complaciente, extendió los brazos y abrió las palmas de sus manos y: ¡Adelante!

El Ángel se puso su ropilla nueva. Se echó la mejor colonia, esa que saca de la esencia de azahar de sus huertas en primavera y se alfileó un puñado de copos de nieve blanca, muy blanca, tan blanca que ya no tenía plumas y los zapatos eran de viento.

Por el camino pensaba cómo abordaría el tema. Pensó que lo mejor era ir al grano directamente y fue:

-         ¿No te has dado cuenta, le dijo, al llegar que Coín se te ha disparado por delante?

-         Si, lo sé…

-         ¿Y que ha aglutinado casi todos los servicios? Vamos que para arreglar un plomillo de la luz, tenéis que pedir allí permiso?

-         Sí, lo sé…

-         ¿No has visto cómo van los Alhaurines? Han invertido el orden y el chico, ya va por delante del Grande…

-         Sí, lo sé…

-         Y que Cártama es la ‘capital’ del distrito sanitario y ciudad dormitorio de Málaga…

-         Sí, lo sé…

El Ángel no salía de su asombro ante tanto pasotismo…

-         Y que Pizarra te deja atrás…

Ahí le tocó. Entonces,  tomó la palabra y le dijo: 

-         ¿Y tú no te has dado cuenta que yo soy un pueblo de postal porque así lo quiso Dios y  eso no se compra con dinero, ni con desarrollismo, ni con gente de aluvión que viene a dormir por las noches y se va por la mañana?, y tú ¿tú no te has percatado que tengo un paisaje que no lo tiene ninguno tiene ninguno? ¿Y tú no te das cuenta que mi azul se pespuntea de nubes blancas...

El Ángel ya no escuchaba, se había ido. Llegó al cielo un tanto desanimado. Entonces Dios, ese señor al que pintan con una barba blanca muy larga, con su dedo índice se hizo un bucle y le echó el brazo por encima del hombro…

-         Señor, dijo el Ángel, no tienen arreglo.

-         Sí, lo sé todo, desde antes, mucho antes que tú,  ¿no ves que soy más viejo…?



domingo, 15 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sevilla tuvo que ser...






                  

                                                              A marochos y perotes que vivieron unas horas excepcionales en el Museo. ¡Sevilla tuvo que ser!
                                                                                  

Sevilla tuvo que ser…, sí la de la lunita plateada, la de la Plaza de Doña Elvira, la del Barrio de Santa Cruz y la Judería, la de calles estrechas y  lúgubres por donde no entra el sol. ¡Sevilla de misterio!

A Sevilla llegó el muchacho. Había nacido en Alcalá la Real. Mitad del XVI, 1568. Con doce años marcha a Granada. Talla su primera obra. Sigue la sombra de su maestro – no la abandona nunca, cosa de los que son grandes de verdad -  Pablo de Rojas. Tenía 19 años cuando cambió el aire frío de la Sierra por la orilla del río Grande. Se llamaba Juan Martínez Montañés.

En Sevilla se establece en la Magdalena. Con diecinueve años contrae matrimonio con Ana de Villegas, en San Vicente. Cinco hijos; tres religiosos. Allí muere Ana, en aquella colación recibe sepultura. Con 46 vuelve a contraer matrimonio, ahora con Catalina de Salcedo. Nacen siete hijos…

Hombre profundamente religioso y culto. Tiene problemas con la Inquisición por defender el Dogma de la Inmaculada Concepción. Sus alumnos acceden a su biblioteca,  a sus reuniones culturales.  En el examen como tallista y ensamblador de retablos dicen de él que era “hábil y suficiente para ejercer oficio”.

Su gran obra, salvo unas cuantas excepciones, es religiosa. San  Isidoro del Campo, San Leandro o Santa Clara atesoran (otra gran parte fue a América) sus creaciones principales. Es la esencia del realismo manierista y la profundidad del Barroco asidas de la mano.

Velázquez, a quien debió conocer en el taller de Pacheco que estofa parte de su obra, pintó el ‘sfumato’, o sea, el espacio que flota entre las figuras del cuadro. Montañés, lo recoge en las miradas de los eremitas. Hay  un recorrido desde los ojos de Santo Domingo hasta el encuentro con la Cruz. En San Bruno es resignación; en el San Jerónimo de Llerena una respuesta a la duda; el de San Isidoro del Campo, aceptación…

Su gran obra religiosa queda plasmada en las Inmaculadas y  Cristos. Jesús de Pasión es la dulzura de Dios-hombre; el Cristo de la Clemencia, su obra sublime, teología mística, resuello contenido: “No me mueve mi Dios / para quererte…”

Juan Martínez Montañés muere víctima de la peste en 1649. Tenía 81 años. El Museo de Sevilla organiza una magna del ‘dios de la madera’. Algo único.



jueves, 12 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La barca






Ella subió  a la barca allí donde el río se hace espuma de nácar y se confunde con la mar. Rizos de olas, bucles de sueños… Por allí, dicen, (miraba a la lejanía) se va el sol, cada tarde, camino de América; por ahí, viene cada mañana para andar su camino.  A un lado las copas de pinos hacen de palio a una tierra arenosa y llana, más bien ondulada; al otro, la tierra se abre y se va, de lejos, por entre viñedos y albarizas.

Ella subió y no se lo dijo a nadie. Tintineaban las estrellas en la noche oscura. De pronto, una embarcación potente pasó rauda muy cerca.  Ella sabía qué llevaba aquella embarcación. Sabía que río arriba otros hombres la esperaban. Mejor esperaban la mercancía de muerte y negocio, que van de la mano, y que iba en su interior.

El río en la quietud de la noche dibujaba un meandro grande, espacioso. Ya no tenía prisa. Toda la prisa se había quedado por las orillas. Estaban en el recuerdo el sabor a retama y a olivos tiernos. Todo era silencio. Solo el ruido del motor. Una brisa suave peinaba los arrozales de la marisma. Sabía que allí entre el verdor que ahora se veía todo oscuro, pastaban margaritas, en primavera, toros negros como era la noche negra, como era negra la apretura en su garganta.

Siguió río arriba. En el horizonte – el mar ya quedaban muy lejos – parpadeaban entre la oscuridad unas luces tenues, diminutas, casi imperceptibles, perdidas en la distancia. Eran las luces de los pueblos que bordeaban la marisma…

Había pasado un rato muy grande, tan grande que el cielo había tornado aquel color azabache de antes por otro cárdeno, más entrepelado. Anunciaba que, por Oriente, venía el alba.

Cuando se hizo de día. Ella dejó anclada la barca. Se acercó a la orilla, entreabrió, con sumo cuidado, las ramas de la vegetación de ribera y vio con su propia mirada cómo todo era quietud, sosiego, paz, y dejó que en la orilla y en la vegetación se quedasen prendidos para siempre sus prístinos ojos verdes…

Y entonces, como un murmullo de brisa por entre los árboles apareció él. En sus manos traía la rosa roja más bella de sus rosales. En la yema de los dedos una gota de sangre. Depositó un beso suave, casi imperceptible sobre la rosa y se la entregó a ella. Ella devolvió el beso sobre la rosa y con toda ternura la dejó en el canalillo de su pecho.


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti, hoy especialmente, para ti.



miércoles, 11 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Hoy, especialmente, para ti...



Una hoja de cuaderno de bitácora. ¿A qué jugamos?






No quiero ser aguafiestas. No, por Dios. No quiero aparentar lo que no soy ni por supuesto erigirme en adalid de nada ni de nadie. Ni mucho menos. No quiero que estas líneas sirvan para que a alguien, en un momento, le haga sentirse mal. Tampoco.

Acabamos de pasar eso que llaman un puente. Otros lo han calificado de acueducto. Da lo mismo pero no es igual. El puente puede ser más o menos largo. Por el transitan personas, vehículos; por el acueducto solo agua. Las cosas en su sitio.

España – alguna gente de España, claro – se ha echado a la calle. Literalmente no se cabía en el centro de las ciudades, en la carreteras, en las ventas de los bordes de los caminos o en ese eufemismo que ahora se ha dado en llamar ‘casas rurales’…

España ha huido de sí misma. La gente ha cambiado de sitio porque iba en estampida como quien ve fantasmas y corría y corría… Algunos envueltos en mañanas de niebla; otros en tardes placenteras de sol. Castañares de otoño, campiñas donde a duras penas sale las sementeras, choperas ya sin hojas en las orillas… 

En los escaparates de las calles más caras – que no queridas, sino cara de sobrecoste – aparece la moda. Ahora, desde hace unos años, la gente usa vaqueros con un par de tijeretazos, o sea,  rotos. Cuanto más rotos, dicen, más caros. Es la moda. Hay que ir a la moda. ¡Que no se le ocurra a nadie ir contra la moda! No es de este mundo, por supuesto.

Un amigo, un entrañable  y muy querido amigo, se ha ido estos días,  al país de enfrente. A ese al que llaman el ‘amable vecino de enfrente’. Mi amigo ha enviado a nuestro grupo (se dice colgar, cuando aquí no se ‘cuelga’ a nadie, quede claro) un ilustrativo reportaje fotográfico.

El valor antropológico, excelente. El valor de denuncia, aunque él no lo ha hecho con esa intención, por supuesto, también. Dos mujeres, por las apariencias mayores, transitan por la carretera cargadas con haces de yerba sobre sus espaldas. Van a alguna parte. Casi seguro, a su casa… Son dos mujeres del Tercer Mundo. Éstas no ocupan lugar en los escaparates. Me chirrían algunas cosas. Perdonen la pregunta: ¿A qué jugamos?

martes, 10 de diciembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Catalán






El nombre lo decía casi todo. En la otra punta de la línea se le conocía como el ‘sevillano’. Córdoba, punto de entronque, en sentido ascendente; de separación, en el descendente. Medio tren hacia Sevilla; el otro medio, a Málaga.

El ‘catalán’ era un expreso de larga distancia. Era, también, un reguero de adioses, de partidas camino de la tierra, entonces,  de promisión, o sea, Cataluña. Andalucía de alpargatas y analfabetismo tenía que buscarse la vida en otra tierra.

Los andaluces ‘convocados’ a la emigración tenían varios destinos. Dentro de España: País Vasco y Cataluña, sin descartar Valencia, Asturias y Madrid; fuera de nuestras fronteras, Alemania, seguido de Suiza y Bélgica. Algunos fueron más lejos, Australia. En el recuerdo,  en el primer tercio del siglo XX,  Argentina.

Una maleta de madera, una talega con comida y la ropa mejorcilla que se tenía era el equipaje del pionero. Abría camino; la mujer y los niños esperaban la llamada para el reencuentro. Meses después, se producía y, entonces, la diáspora ya era total. Familias desgarradas, corazones hechos añicos. Atrás se quedaba mucho; en el horizonte, un futuro. No había más.

Mientras tanto, el Estado y las Cajas de Ahorro andaluzas invertían, por orden gubernamental, en Cataluña. Parte del dinero – poco o mucho; el que había – en aquella tierra que es verdad era próspera y le daba oportunidades a los que aquí no las habían tenido. ¿O se las habían negado?

El ‘catalán’ partía de Málaga a media tarde. Por Bobadilla era ya casi de noche. Acudía gente de Los Corrales, Olvera… En Puente Genil, los que venían de la campiña cordobesa. En Córdoba, se enlazaban los dos trenes: el de Sevilla – ‘el sevillano’ - y el de Málaga. En Espeluy, un ramal de Almería.

Por Alcázar de San Juan era madrugada. Un hombre con voz ronca vendía ‘tortas del Alcázar’. Al amanecer, otro hombre con blusón largo, abrochado en el primer botón, y una caja por delante, pregonaba: ‘navajas de Albacete’. Se cubría con una gorra.

En Valencia, cambiaba la dirección, como en Alcázar. El tren se acercaba a la costa. Por Tarragona se tocaba la mar con la mirada. En El Garraf, los naranjales eran tierra de algarrobos y almendros. Bien pasado el mediodía, si todo había ido bien, el tren, llegaba a la Estación de Francia… Ese sí que era otro mundo…