24 de abril, miércoles. Para
conocer la historia de una ciudad hay que remontarse, por lo menos hasta donde
nos permiten hurgar los papeles viejos. Nos llevan a sus cimientos. A veces
piedras amontonadas, un castillo desmochado, un poblado al pairo de los
vientos…
Durante catorce meses y un día
tuve la suerte de vivir en una capital de la isla y por tanto rodeada de mar
por todas partes. Me daban ropa, comida,
alojamiento y la capacidad de admirar cuanto de belleza se encierra en ella y
en sus alrededores.
Esa ciudad, Palma de Mallorca, siempre
asociada a piratas e invasiones, desde romanos hasta moros y cristianos me dio
muchas cosas. Una, eso que llaman felicidad – que obviamente no existe – pero
sí la capacidad del gozo. Otra, la de encontrarme con gente maravillosa que se me
abrieron y me dieron lo mejor de ellos mismos. Uno, en sus posibilidades, intentaba
corresponder.
Ciudad culta, elegante,
mediterránea y accesible. Algo impresiona del carácter de los palmesanos – o
del resto de los mallorquines porque no siempre es fácil separar hasta donde
llegan las lindes - como poco muy
arraigados a ‘sa roqueta’. Hay un dicho “cuando te mudas a Palma lloras
dos veces, una cuando vienes y otra cuando te vas.
No sé si lloré cuando llegué
aquella fría mañana del mes de enero de primeros de los años setenta…
- Tú y yo, me dijo Joan, me parece que nos
vamos a llevar bien.
Lo clavó el puñetero. Tan lo
clavó que hace más de cincuenta años que esa amistad echó raíces y arraigó.
Cantaba Jorge Sepúlveda una canción que venía a decir algo así como “qué
bonita es Mallorca”. No soy quien para desdecir a nadie. Si me lo permiten.
Se quedó corto…
De la mano de Joan conocí la
Prehistoria de la isla. Sus navetas no tienen secretos para él. Es un experto.
A mí me llevó en su lambretta y recorrimos tierras con una riqueza que
barre la tramontana o las brisas que vienen del mar.
De su mano fui a parajes
únicos. Todos tenían nombre propios: Lluc, Sa Foradada, Valldemosa, el Torrente
de Pareis, Alcudia, Illetas, Felanitx (su pueblo y un poco también mío)
Formentor, Soller, la Almudaina con la Catedral, el Born, Bellver, Son Dureta …
Palmo a palmo. Amamos las tierras porque amamos a su gente. Joan y Aina su
mujer me concedieron, además, el privilegio de ser su testigo de boda en la
Catedral (¡Ay, la Catedral, qué joya del gótico mallorquín!) una calurosa tarde
de agosto. Creo que no puedo llorar porque yo no me he venido de Palma…
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