2 de abril, martes. Los membrillos se han vestido de mariposas blancas. Alas de nácar sobre las hojas tiernas. Como con un espurreo de copos de nieve los membrillos han amanecido blancos. Al principio pensé que eran gotas de la lluvia caída durante la madrugada. Podría haber sido, pero no, no era eso.
Los membrillos están en flor. A fin de verano serán carne de dulzor en los peroles, pero, ahora, la primavera revienta por todo el campo. Los azahares - limoneros y naranjos -ponen la nota sensual del perfume; las flores, colorido a las veredas; las yerbas ribetes a los caminos, a los bordes de la carretera, y los pájaros… ¿qué les digo de los pájaros? Cuando raya la luz del alba, la sinfonía es total y, luego, se van a sus menesteres.
A media mañana carean, en los manchones, las cabras. Se pierden sones lejanos de cencerras. Ladra un perro… ¿A dónde se habrán ido los “chamarines”, jilgueros y verderones…? Zurean las tórtolas, esas tórtolas turcas que lo han invadido todo. Sube, del mar, una brisa de levante, y un murmullo de hojas titilan gozosas en anuncio de savia nueva y de vida que corre por todo el campo. La lluvia reciente ha extendido un manto verde y las lomas han cambiado el ocre de la tierra por sembrados salpicados de amapolas.
Acaricia
el viento el trigo que se sembró en las lomas “Arando en un peñascal / se me perdió la besana / ¿adónde la vine a
encontrar? / debajo de tu ventana”, decía la copla. Ya no quedan gañanes que,
con la mano en la mancera del arado, canten en los sucos de las besanas, pero
sí quedan mariposas blancas, alas de nácar, que esta mañana, como en un espurreo,
han vestido los membrillos del borde de la alberca de copos blancos.
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