jueves, 18 de abril de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ulises Macauley

 

 


                                                                                                          Gracias

 

18 de abril, jueves. Homero Mauley era un muchacho que repartía telegramas a las órdenes de Mr. Grogan en Íthaca (California). Tenía un hermano mayor, Marcos, que estaba en una guerra que los hombres habían desencadenado en un lugar muy lejano que se llamaba Europa.

Homero tenía, también un hermano menor, Ulises. Un día ocurrió algo asombroso. Ulises observaba con atención a las tuzas que sacaban barro del hormiguero. Entonces, en la lejanía de los campos de Íthaca (Cafornia), apareció un tren de carga.

La locomotora empujaba por la chimenea una columna de humo al cielo.  Se expandía por cielo azul. Ulises corrió hasta llegar al paso a nivel por donde pasaba el tren. Ulises saludo al maquinista que no devolvió el saludo. En la jardinera del vagón de cola iba un hombre negro a quien Ulises saludó y le devolvió el saludo.

El hombre negro cantaba una canción que decía “Vuelvo a casa, chico vuelvo a casa…” Obviamente, yo no soy Ulises ni veo transitar por el paso a nivel ningún tren. Doce días de estancia hospitalaria como acompañante me han dicho que hombres y mujeres de raza blanca devuelven el saludo y una sonrisa y ofrecen una profesionalidad que algunos pretenden pagar – encima, malamente – con dinero.

Son profesionales, hombres y mujeres entregados a una profesión que tiene más, mucho más de vocación que de reconocimiento de una sociedad que en ocasiones no devuelve el saludo. Es más, puede que hasta los mire con indiferencia…

Ulises, cuando pasó el tren, volvió a su casa saltando a la pata coja. Yo he vuelto a casa, de ‘taxista’ y he visto la satisfacción de mi mujer cuando ha traspasado el umbral de la puerta que devuelve a su casa. Como el hombre negro, hemos vuelto a nuestro hogar con un bagaje de agradecimiento hacia personas de las que no conozco ni siquiera sus nombres pero que me han hecho, - nos hecho sentir – la belleza de la vida en un mundo de dolor y sufrimiento.

El Hospital Clínico Universitario de Málaga, está a la salida de la ciudad. Miles de coches transitan por sus alrededores. No sé el número, pero sé que muchos hombres y mujeres, en este caso en el Departamento de Medicina interna, cada uno en su misión, consiguen que muchos, como ha sido nuestro caso, tengamos la satisfacción enorme de volver a nuestra casa.

Otra parte corresponde a Quien siembra margaritas a orillas de los caminos sin que nadie lo vea y uno, desde aquí, también le da las gracias. El hombre que me enseñó a conocer a William  Saroyan, esta tarde presenta un libro en Antequera, su pueblo, yo debería estar allí, pero por arte de birlibirloque…

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