Ruinas de las termas romanas de Canca (Álora)
21 de abril, domingo. El
crisol es el recipiente de material refractario donde se prueban los metales a
temperaturas muy elevas. Todos se funden en él; el oro, no. El crisol es
también una metáfora que empleamos para decir que en él se han fundido las culturas
de todos los tiempos.
Málaga es un crisol de
culturas. Primero, fenicios. Vinieron de tierras lejanas; del extremo del mar
donde el Mediterráneo besa las tierras de Asia. Fenicia – de ahí su apellido de
identificación –. Terrero quebrado, de valles separados por montañas y de
difícil comunicación entre ellos, pero con fácil salida al mar. Sus ciudades, Biblos,
Tiro y Sidón… Las excavaciones en la desembocadura del Guadalhorce dicen mucho
de quienes eran.
Luego, un pueblo de lucha, cartagineses,
ellos; Cartago, su tierra. Se las andaban a la greña con los romanos. Se ‘querían’
tanto que en Senado de Roma alguien proclamó: “Cartago, delenda est”, o
sea Cartago debe ser borrada del mapa… Su ubicación, en lo que hoy ocupa Túnez.
Tres guerras, llamadas Púnicas y, al final, la destrucción de Cartago a manos
de Roma.
Roma vino por mar y por tierra.
Asentados aquí subieron por el Guadalhorce con pequeñas embarcaciones. Dejaron
casas de recreo y labor, además de vestigios muy importantes en Cártama;
fundaron Iluro; unos baños, en Canca; subieron, río arriba, hasta Villa
Pompilia en las cercanías de El Chorro, después de dejar en el subsuelo del
Cerro de las Torres, los cimientos de Álora.
Los judíos, hábiles
comerciantes, movían el dinero como nadie. Dejaron una ciudadela incrustada en
la medina árabe. No sabemos quiénes llegaron antes, o si arribaron casi al
mismo tiempo. En el mundo de la cultura, resuenan los versos de Ibn Gabirol.
Algo parecido ocurrió con los bizantinos. Su punto de origen, Bizancio, en la
península de Anatolia. Hoy, la conocemos por Constantinopla.
Dejó escrito don Manuel Machado
que era como los árabes que a su tierra vinieron que todo lo ganaron y todo lo
perdieron y agregó que su alma tenía mucho jazmines y nardos. Nos legaron los
zéjeles y monumentos en piedra: la Alcazaba, Gibralfaro, baños, topónimos,
costumbres, maneras de entender la vida. Fueron los últimos en llegar; los
últimos obligados a irse. Hurgar en la tierra de Málaga es reencontrarnos con
muchísimas de las cosas que nos dejaron e incluso saber que hay quien busca
enterrado algún tesoro “del tiempo de los moros” sin saber que el gran tesoro
se llamó al-Andalus en la que Málaga brilló con luz propia.
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