jueves, 22 de noviembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Morella, una ciudad de otro tiempo





Morella. Castillo

El viajero continúa. Deja, a su mano derecha, las Sierra d’Espadella y la del Turmell; a la izquierda,  la de Vallivana. El Maestrazgo, en todo su esplendor. Tierra dura y recia. Hombres con otro temple.  Mucha piedra y viento frío; nubes altas y un cielo inalcanzable.

Sube por el puerto de Querol. Está en obras. Un letrero informa que la línea discontinua solo marca el eje de la carretera. Era poco más del mediodía. Entró por la puerta de San Mateo. Bordeó la muralla  - casi dos metros de espesor; más de 15 de altura - y accedió al interior de la ciudad por la de San Miguel. Morella, impresiona.  Siente ensación de entrar en algo cerrado y misterioso.
Sabe que está en una ciudad de otro tiempo. Sabe que por aquí anduvieron, dicen, Abderramán III, Almorávides, Almohades,  Rodrigo Díaz de Vivar,  el Cid,  Jaime I, el Conquistador, Benedicto XIII,  San Vicente Ferrer,  el Tigre sanguinario del Maestrazgo, Ramón Cabrera…



Morella. Muralla y Puerta de San Miguel

No hay guerra patria que se precie que no haya tenido algo que ver en su suelo. Desde los siglos XIV al XIX.  Guerra de la Unión, Germanías, Sucesión, Independencia y la primera Guerra Carlista. Fue capital de la Comandancia Militar Carlista de Valencia, Aragón, y Maestrazgo. ¿Cabe algo más? Sí. Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Muchas obras hombres, un castillo  (más de mil metros de altura)  y más de dos kilómetros y medio de muralla.

Deambula. Se pierde. Sube y baja. Ve edificios de otro tiempo. Mucho trabajo de cuando era una ciudad próspera en su industria textil. Hoy vende queso de cabra y oveja – exquisito – y embutidos curados por un frío que en los días gélidos de invierno puede llegar los -15º y -20º. ¿Eso es frío? No, no. Eso es mala leche.


Morella. Calle Blasco d'Alagon

‘Aunque, usted quiera no va a poder gastar dinero”. Casi todo está cerrado. Es lunes. Descansan, porque abren los domingos. Los comercios, los bares… Toma unos embutidos y un vino ligero. Está en la calle Blasco d’Alagón, porticada y larga; solitaria. Se echa a andar. De nuevo, la sorpresa. Es la casa Rovira. Un mosaico lo cuenta: “En esta casa obró San Vicente Ferrer el prodigioso / milagro de la resurrección de un niño que su madre / enajenada había descuartizado  y guisado en / obsequio al santo (1414). Transcribe y cuenta. Sigue camino…


Morella. Casa Rovira. Mosaico



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