Viene el otoño con mucho tiento.
Llueve; llueve, mansamente. El
otoño está de camino. Pide entrada a Madrid por parques, jardines y medianas.
Al igual con esto de tener que poner pegatinas con una letra en la luna
delantera de los coches según la ‘capacidad’ que tienen de contaminar a la
ciudad, el otoño, digo, también se lo
está pensando.
Están las choperas del Retiro todavía con hojas. El estanque, con sus barcas. En otro tiempo paseaban a las parejas en
viaje de novios; ahora lo hacen con turistas que vienen de medio mundo y
teléfono en mano quieren inmortalizar -
que va a durar un momento, seguro – el instante que viven.
Don Ramón, don Ramón María del
Valle Inclán, sigue en el Paseo de Recoletos debajo de su olivo. El bronce de
su figura parece que se quiere echar a andar. Paso lento, cansino, apocopado.
Claro que ya el Café Gijón no es lo que era y como, además, don Ramón iba por otros andurriales... Ni
tiene prisa, ni le importa que la gente no se crea lo de la amputación de su
brazo…
Don Juan Valera sigue igual de
estoico. Señor de Cabra – Madrid le hizo mejor monumento que su pueblo natal – que
se vino a la Villa y Corte mientras Pepita, la Pepita Jiménez que volvió loco al seminarista, lo buscaba por
el nacimiento del río. Por cierto, ¿para qué sirve el latín?, dicen que
preguntó uno que no tenía la talla de don Juan. “Para que a usted, le respondió
el interpelado, que es e Cabra, le llamen egabrense y no eso que usted está
pensando…
A la Castellana no se ha bajado
el aire de Castilla, la Castilla de Delibes, Umbral, Martin Descalzo…, la
Castilla seria, adusta y sobria. Se ha
pespunteado con edificios de cristales. La Castellana, - el Paseo de la Castellana – brilla ¡y de
qué manera, según a qué hora le da el
sol! Se ha convertido, -casi comenzó
Ruiz Mateos con las Torres de Colón-, en una ciudad fotocopia de otras
ciudades. Competición sórdida de arquitectos a ver quien riza más el rizo.
Acacias, acebos, arces,
plátanos, castaños… se dan la mano. Están a la espera. Aguardan la llegada. Poderío y mando en el
otoño y, entonces, precisamente entonces, habrá un vareo de ramas y una
alfombra de oro cubrirá el suelo.
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