El reloj del despertador - del móvil porque ahora la
vida no es vida si no se lleva un móvil al alcance de la mano – sonó a esa hora
en que el lubricán aparece por el cielo. Borra las estrellas y la luz que
quiere ser luz es un blanquecino ilusionante.
La cosa empezó bien; muy bien. El reencuentro con
Marilina, sin haberlo programado, en la Fuente de la Manía dice que los hados,
o lo que sea, esta mañana también han madrugado. Están de nuestra parte. Conversación
fluida, llena de jovialidad. Ella es así. Adelantamos a otros que van a lo
mismo. Suben más despacio. Pasada la Fuente de la Higuera nos alcanza “El Monta”…
Ya hay gente, mucha gente en la explanada del
Santuario. Es casi de día; mas de ‘casi’ que ‘más’ de día. Germán me explica la
última actuación de su empresa en el interior del templo. Por cierto, no debe
quedarse ahí. El Santuario merece la atención de la mano amiga a modo de restauración en las pechinas, pinturas,
frescos… Ya se sabe, hay donde gastar dinero.
Es de día cuando la Virgen sale por la puerta. La
luz viene de Oriente; es plena. Otra Luz aparece, por la puerta, de pronto.
Aplausos. Aumenta el gentío. Abrazos de los que se ven cada año, casi en el
mismo sitio y con la misma intención. Solo la alegría del reencuentro ya lo
merece todo.
La comitiva en marcha. Caballistas; gente; más gente
que abre y cierra el cortejo. Todo va bien; todo lleva su ‘tempo’ y su ritmo.
Es día claro y abierto. Se inicia la bajada. “Este año va más ligera”; “este
año hay menos gente”; “este año hay más caballos”… Este año ya nos vuelve a
faltar, en esa falta que todos entendemos, otra vez, gente que se nos fue…
Todo es un algo de esa pequeña vida donde nos
buscamos a nosotros en los reencuentros. Todo, absolutamente todo, sigue su curso.
Nunca encontramos la felicidad que se va por los sueños. La Virgen, un año,
vuelve al pueblo.
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