miércoles, 24 de agosto de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Monsaraz

El viajero viene de recorrer los campos del Alentejo. Son campos de una paz enorme. No transita casi nadie. La dehesa de alcornoques y encinas se alterna con tierras de pastos. Es lugar de paso entre Extremadura, la de España y el mar de Portugal.

Pueblos pequeños; suelos empedrados con dibujos a modo de mosaicos, casas blancas ribeteadas de colores azulados, añiles, fuertes.  Los caseríos se asientan a la orilla de un riachuelo, al borde de una ladera; entre piedras pizarrosas que pregonan una vida dura y poco fácil.

El viajero echó la mañana en Évora. La ciudad es Patrimonio de la Humanidad. Dejó el coche donde pudo y se echó a andar por sus calles. Tuvo la sensación de que por la ciudad la crisis se ancló más tiempo del que debía y marcó su huella en las paredes. Tiendas cerradas, fachadas que piden una manita de cal…

Llegó a la Plaza do Giraldo por la calle de San Juan de Dios. Entró en el templo de San Antonio y por Rua Cinco de Octubre fue a la catedral. Se compró en una librería, conforme se sube, el Libro del Desasosiego de Pessoa. “Por ver si se me pega algo” como dice mi amigo Juan Gaitán. El viajero busca poner orden a muchas cosas. Pessoa, le sirve de ayuda en las noches de hotel…

Abrasa el sol de la siesta. Cruza campos de viñedos, dehesas y maizales en todo el esplendor antes de granar. No para en Reguengos de Monsaraz pero tiene tiempo de admirar la torre octogonal de la iglesia de San Antonio frente al monumento, en bronce, a Manuel Augusto Papança.

Tampoco para en Corval. En otra ocasión compró allí una cerámica primorosa; hoy, pasa de largo. Llega al pie del castillo de Monsaraz cuando la temperatura marca 39º. Al menos eso dice el termómetro del coche.

De la mano de Lourdes Torres – de ella es también la foto que ilustra este atículo – se acerca a la fortaleza Sube hasta las puertas del castillo. Lee en sendas placas que dos presidentes de la República visitaron el monumento. ¡Mira qué bien!


El viajero se adentra. Camina por suelos empedrados con cascajos y trozos de pizarra gris. Se rumia silencio y paz. Trasciende que el lugar es único. Como el viajero no pretende escribir una guía de viajes solo dice: vayan, vean, contemplen… No saldrán indiferentes. 

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