El viajero llega a Sines - a la punta de Sines – una
mañana de sol y cielo azul. Sines es cabeza de la Costa Vicentina si se baja
desde el norte hasta el Cabo de San Vicente, antes de pasar por Porto Covo y
Ademira.
Sines está un poco más allá, solo un poco más allá,
de Santiago do Cacem conforme se viene desde Lousal. El viajero para en
Santiado do Cacem. Es una ciudad nueva. Las torres de algunos edificios rompen
un paisaje que, por un momento, parece que se desprende de su matiz alentejano.
En Santiago do Cacem sube al cerro que corona el
castillo. Desde la puerta de la iglesia
se domina, desde la altura, - porque está muy alto - un paisaje
soberbio. La masa tupida de alcornoques, a pedir de mano, al frente; el azul
del mar, entre la bruma, en la lejanía.
Junto a la iglesia de Santiago está el castillo; dentro
de sus muros, el cementerio; no entra. El viajero baja. Se pierde por el dédalo
de calles estrechas, tortuosas, empedradas por las que logró llegar a la
cumbre. Sigue camino.
Sines es puerto de primer orden en el mundo de las
refinerías portuguesas. Se despista el viajero. Vuelve sobre sus pasos. Hace
caso a los indicadores y llega hasta la punta donde la tierra casi penetra en
el mar. Los hombres han construido varios puertos. Uno grande con el espigón
que sobresale y, otros pequeños; dan cobijo a embarcaciones como para andar por
casa.
Un poco más allá un muelle enorme ampara y cobija a
los petroleros. Vienen de muy lejos y vacían sus alforjas llenas de líquido de las
entrañas de la tierra y que, luego, será combustible. Tres buques enormes
esperan, anclados, vez y turno.
Mientras, Vasco da Gama que nació aquí sigue ahí, en
bronce, con su casaca del siglo XV y unas barbas de toda la vida. Otea la mar
océana por la que bajó hasta el cabo de las Tormentas, o sea de Buena
Esperanza, donde África llega casi a su fin. Él, después, bordeó costas; llegó
a la India. Eran tiempo de Descubrimientos. Ahora inmóvil permite que la gente
se ‘inmortalice’ junto a su figura…
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