miércoles, 21 de agosto de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora

                                   GRAZALEMA: UN PUEBLO DE LA SIERRA


Grazalema es una pincelada blanca entre las calizas de la sierra; Grazalema es la primorosidad de lo bien hecho o el buen gusto que juega al escondite  por las esquinas. Sus calles - algunas -  al igual se llaman del Agua, Laguneta, Colorada o le ponen el nombre de algún hijo ilustre, y deleitan –blancura de cal blanca- al viajero. Son calles para perderse, para soñara despierto, para dejarse llevar por el tiempo.

Se asoman, a la plaza, los picos calizos de la sierra, San Cristóbal o El Torreón y, el pueblo desde la balconada ve irse el Guadalete y  la Serranía y a las tierras lejanas, pajizas y agostadas en verano, que se entrecortan en el horizonte por la carretera que lleva a Ronda o a Ubrique o a Zahara, bordeando el pantano.

Mal come donde puede. El pueblo está lleno de turistas de pantalón corto, niños que llenan los rincones únicos de voces y carreras sin sentido. Coches y más coches. Él que sabe algo de eso lo dejó, a la llegada, en uno de los aparcamientos que han habilitado conforme se sube al puerto de El Boyar - donde nace el Guadalete - y se echó a andar, como el quien no va  ninguna parte pero que no es el caso.

Han tenido –ya lo hicieron hace mucho-  el buen gusto de colocar mosaicos que explican el qué, el porqué, el cuándo de muchas cosas. Casi nadie se para a leerlos. Sabe que aquí nació el padre de Sor Ángela –Santa Ángela de la Cruz, se llama ahora- que en la Encarnación enterraron a la mujer de José María Hinojosa “El Tempranillo” o que en la plaza pública bautizaron, solemnemente, a su hijo.

Hace mucho tiempo que el viajero - porque se lo facilitó su amigo el profesor Rodríguez Becerra- tuvo acceso a “The People of the Sierra” de  Julián Pitt-Rivers. “El rubio, espigado que pregunta y escucha…” desvela lo que de verdad tiene el Folk-lore, es decir, el saber del pueblo. Una joya de la antropología.


Se le agolpan los recuerdos. Sabe de visitas, en otra ocasión,  a las iglesias (todas cerradas), de aquel día de nevada, de una mañana, después de una noche de lluvia… y de aquel día de finales de mayo cuando, con otros amigos, dejaron a un amigo entre los muros encalados del camposanto… El viajero, entonces, y ahora, tuvo que seguir camino.

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