GRAZALEMA:
UN PUEBLO DE LA SIERRA
Grazalema es una pincelada blanca entre las calizas de la
sierra; Grazalema es la primorosidad de lo bien hecho o el buen gusto que juega
al escondite por las esquinas. Sus calles
- algunas - al igual se llaman del Agua,
Laguneta, Colorada o le ponen el nombre de algún hijo ilustre, y deleitan
–blancura de cal blanca- al viajero. Son calles para perderse, para soñara
despierto, para dejarse llevar por el tiempo.
Se asoman, a la plaza, los picos calizos de la sierra, San
Cristóbal o El Torreón y, el pueblo desde la balconada ve irse el Guadalete y la
Serranía y a las tierras lejanas, pajizas y agostadas en
verano, que se entrecortan en el horizonte por la carretera que lleva a Ronda o
a Ubrique o a Zahara, bordeando el pantano.
Mal come donde puede. El pueblo está lleno de turistas de
pantalón corto, niños que llenan los rincones únicos de voces y carreras sin
sentido. Coches y más coches. Él que sabe algo de eso lo dejó, a la llegada, en
uno de los aparcamientos que han habilitado conforme se sube al puerto de El
Boyar - donde nace el Guadalete - y se echó a andar, como el quien no va ninguna parte pero que no es el caso.
Han tenido –ya lo hicieron hace mucho- el buen gusto de colocar mosaicos que explican
el qué, el porqué, el cuándo de muchas cosas. Casi nadie se para a leerlos. Sabe
que aquí nació el padre de Sor Ángela –Santa Ángela de la Cruz , se llama ahora- que en la Encarnación enterraron
a la mujer de José María Hinojosa “El Tempranillo” o que en la plaza pública
bautizaron, solemnemente, a su hijo.
Hace mucho tiempo que el viajero - porque se lo facilitó su
amigo el profesor Rodríguez Becerra- tuvo acceso a “The People of the Sierra”
de Julián Pitt-Rivers. “El rubio,
espigado que pregunta y escucha…” desvela lo que de verdad tiene el Folk-lore,
es decir, el saber del pueblo. Una joya de la antropología.
Se le agolpan los recuerdos. Sabe de visitas, en otra
ocasión, a las iglesias (todas
cerradas), de aquel día de nevada, de una mañana, después de una noche de
lluvia… y de aquel día de finales de mayo cuando, con otros amigos, dejaron a
un amigo entre los muros encalados del camposanto… El viajero, entonces, y
ahora, tuvo que seguir camino.
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