Carta abierta a mi maestro Manuel Alcántara
Maestro:
Hace unos días, desde Torrox, Pedro, me envió una foto del atardecer. El mar,
el mar de Ulises, tu mar, estaba como es norma de la casa, bellísimo. El cielo
se había echado el mantoncillo de nubes sutiles y se reflejaban en el agua a
modo de espumas de nácar. Era esa espuma que venía a dar al rebalaje, en “el
rincón de Rincón” frente a tu ventana…
Era un mar de crepúsculo dorado. No había barcos en el horizonte. Estarían en algún sitio, en ese sitio donde los barcos esperan que pase el temporal. A veces los barcos le llevan la contraria a los hombres de la mar y se hace lo que ellos mandan. No había, tampoco, gaviotas.
Anduve
un rato por la vía del tren. Bueno, no fue así. Anduve por el paseo marítimo que
han hecho sobre aquella vía estrecha que llevaba el ferrocarril desde Málaga,
por Vélez, hasta el Boquete del Zafarraya. No quise, entrar por los túneles.
Bordeé el acantilado y veía a mi lado el mar azul. Espléndido. En ese momento
pensé en aquellos fenicios que nos trajeron aceite y vino desde la otra punta del
mar. Trajeron más cosas. No trajeron, además, esa manera de jugar con los signos y que llamamos
alfabeto.
Esta tarde de cielo gris, alguien que también te quiere mucho, - porque cuando se quiere, tú sabes que no se escribe en pasado - me ha dicho que hay temporal de levante en Torremolinos. Pega con fuerza, con mucha fuerza, tan es así que mañana no habrá espetos, esa “joyería alineada…”
Como la
Santísima Trinidad. Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Un solo
mar, y distinto. Tres, en Uno. El mismo mar y diferente. Me echo en mano de tus
versos. Los interiorizo. Los hago míos…
“Debe haber
mar de fondo; todos llegan / y se van a otro sitio. / De esta orilla se parte.
/ Esto es solo el principio. / ‘Se prohíbe varar embarcaciones…’ No hace falta
decirlo”.
Tuyo,
siempre, Maestro.
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