viernes, 16 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El mar azul

 

 

                                                   


Está ahí desde no sabemos cuándo. Bueno sí, desde siempre. No sabemos qué, ni el porqué de su espera. Está ahí, cambia una, dos, tres las veces al día. Las que hagan falta. Deleita con la infinitud de su azul.

Es el mar azul del que, hace mucho tiempo, dijeron que era ‘nuestro’. El Mare Nostrum romano que besaba las playas de las dos orillas y como según ellos,  las tierras de las dos orillas eran de su dominio, pues eso, el mar, también. Y ya se sabe… Ellos, hace mucho, tanto, tanto que algunos ni se acuerdan que ya no están. El mar no, el mar sigue ahí, como siempre, desde siempre.

Decía el padre Homero, aquel poeta ciego que veía en los versos lo que nadie más pudo ver salvo él, que en su interior había sirenas que embaucaban con sus cantos a los hombres incautos. Lo de las sirenas, ahora ha cambiado, lo de los hombre incautos, no tanto.

Recomendaba Homero algunas cosas para que Ulises pudiese volver a Ítaca. Según la Ilíada, en algunos consejos le hizo caso y en otros, no. Penélope tejía y destejía conservando la fidelidad del amor que navegaba también por un mar azul, otro mar azul. Los poetas escriben las cosas tan bonitas, que uno quiere que sean ciertas.

Don Luis de Góngora, el cura satírico y poeta, escribió versos que hablaban de condenados a galeras, que desde la inmensidad de  su azul, veían en la lejanía la tierra añorada a la que no podían llegar, salvo con la esperanza en la certeza de otras lágrimas. ¿Serán, también azules algunas lágrimas?

Las que ciertamente no son azules, son las lágrimas de los náufragos atrapados en el interior de un cementerio, que en su profundidad no es azul. Huyen del hambre, de la injusticia, de la miseria, de la guerra… Confiados en promesas que nunca se cumplirán, han hecho del seno del mar azul – “el agua que era antes clara / se está cansando de serlo” - una tumba de olvido donde nadie acudirá a rescatarlos. Las sirenas que los embaucaron con sus cantos eran otras sirenas, pero la realidad es negra, muy negra, tan negra como las abisales profundidades de la pena, de la desesperación, de la injusticia.

 

 

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