domingo, 16 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tempus fugit





Abajo, en la acera de mi calle, están abarrotadas las terrazas de los bares. Hace un tiempo engañoso. Es febrero,  pero tiene un no sé qué que parece más primavera que el tiempo que realmente es.

Heráclito (540 a. C) filósofo jonio de Éfeso, la parte más occidental de lo que hoy es Turquía,  fue un maestro del aforismo,  es decir, la doctrina concisa, precisa y que pretende ser definitiva. Acuñó aquello que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Heráclito llevaba razón.

La fugacidad de todo cuanto acontece en nuestro alrededor lo corrobora. Nada hoy es igual que ayer, y si para colmo, nos falta la gente que ha formado parte de nuestra vida, entonces a uno le asaltan las ideas de que, a lo mejor, no merece tanto esfuerzo afianzar algo que dentro de un rato ya no va a ser.

En una semana, o sea en el vuelco de ocho días, he ido cinco veces, al cementerio. ¿Están movilizando la quinta? La respuesta viene sola. Eran personas de edades diferentes. ¿Entonces? Hay una palabra que lo define: fugacidad.

Enfrente, en la costera del monte, careaban, casi al caer la tarde, las cabras. Las cencerras transmitían una sinfonía de latón y desorden.  Las cabras triscaban a su aire y, de vez en cuando, se escuchaba la voz del cabrero que daba órdenes al perrillo que lo acompaña.

En los cipreses de la esquina, un bullicio de gorriones se peleaban entre sí para obtener la rama más a su gusto pasar la noche. En el borde del caballete dormitaban los gatos. ¿Esperaban la ocasión propicia para trepar por el ciprés?
Todo estaba impregnado de fugacidad. Todo está de paso.  Lo dejó dicho el Maestro Alcántara: “Espectador y cómplice, decía / que la función se acaba cualquier día…”  Mañana no será igual y todo lo que hoy ha tenido su momento, ya no volverá más y será distinto. Fugacidad…

El crepúsculo era hermoso, precioso.  La brisa suave; el cielo limpio. Tintineaban las hojas de las palmeras washingtonias de mi vecino, los granados tienen un pespunteo de brotes nuevos, los almendros,  abarrotados de flores nuevas. El campo derrama vida. A mí, que se me ocurren cosas muy raras, me vino a la mente darle gracias a Dios por permitir que lo disfrutase…





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