“Todo está muerto menos el
amor”. Lo tomo, a vuelapluma, de una canción de Elvis Presley. Las noticias de
estos días son pesimistas. Casi todo se ve bajo el prisma de la decepción.
Flota un no sé qué que apabulla y deja el alma en zozobra.
Ayer, por azar, leo que Lorenzo
Orellana durante su estancia en Benalmádena vio como renacía una caña seca que
había colocado un jardinero en el arreglo de un arriate. Las apariencias decían
- la sequedad saltaba a la vista - que
allí no había vida; en su interior afloraba algo que pregonaba todo lo
contrario.
Publicaba Salvador Pendón unos
datos escalofriantes, desconcertantes y esclarecedores. Informaba de los
Ángeles de la Noche, del Comedor de Santo Domingo, Caritas, Bancosol… Un
aldabonazo oportuno ante tanta luminosidad externa. Gente anónima se da con
toda su alma a aquellos que no tienen lo más preciso. ¡Bendita gente! Quizá – o
sin quizá - estos días todo eso salte
más a la vista. Puede que sea porque, a lo mejor, hay más Luz, (de la otra), ¿o
no?
Es otoño en el calendario. El
invierno llama a la puerta. Dentro de nada, vamos, un suspiro, se acortan las
noches y se alargan los días y, mientras
tanto, los granados se visten de oro viejo, los escaparates de oropel, y el ser humano de buenos deseos. Es un mes
único donde al igual los pastores, sin guía ganadera ni crotales en las orejas
de las ovejas, bajan de los montes de Belén y los que vivimos en los pueblos bajemos
a ver el alumbrado de calle Larios que dicen que está preciosa, de cine
(Antonio Banderas pulsó el botón de encendido… ¡Pasan unas cosas!).
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